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Lorena Codes
Martes, 14 de junio 2016, 02:00
«Intelijencia dame el nombre esacto de las cosas» (Juan Ramón Jiménez, Eternidades, 1918). Buscaba el maestro de las letras la esencia misma de la realidad y lo hacía con su propia ortografía, tomando la j por la g y la s por la x, artificio que explicó de la siguiente forma en un texto recogido por la revista Universidad de Puerto Rico: «Primero, porque amo la sencillez, luego porque odio lo inútil». Traducido al lenguaje arquitectónico, el maestro alemán Mies van der Rohe sentenció décadas más tarde: «Lo importante es lo esencial» o, más concretamente, «sólo las preguntas que se refieren a la esencia de las cosas tienen sentido. Las respuestas que encuentra una generación a esta pregunta son su aporte a la arquitectura». Si a ambas cosas se le une una profunda vocación de servicio a la sociedad, el producto es el trabajo puro, agudo y discreto del arquitecto malagueño Rafael de Lacour. Su vocación precoz hacia la arquitectura (a los cinco años imaginaba construcciones con las piezas del Tente) se hizo mayor con el paso de los años, hasta que pudo elegir carrera. Estudió en Sevilla, donde también se doctoró, y desde el año 1999 es profesor de la asignatura de Proyectos en la Universidad de Granada, una labor por la que afirma sentir auténtica pasión. «El que aprende soy yo, es muy gratificante beber de esas ganas que tienen los jóvenes y en Andalucía hay mucho talento», apunta Lacour.
A ellos les transmite cada día la necesidad de escuchar a la sociedad, «vuestro trabajo es crear espacios agradables para las personas», dice, mientras que les advierte del riesgo de dejarse llevar por el ego y olvidar la labor de servicio a la sociedad, pilar sobre el que se sostiene la función del arquitecto. La incansable necesidad de encontrar respuestas es un rasgo definitorio del carácter de este profesional tranquilo, discreto y cabal, que sostiene que no hay un proyecto favorito en su trayectoria sino el que tiene entre manos en ese preciso momento. «Parafraseando a José Antonio Corrales en Elogio de la luz, cada día voy al estudio pensando que voy a idear el mejor proyecto de mi vida», apostilla. No obstante, se siente satisfecho con algunos edificios que ha realizado en el Parque Tecnológico de Andalucía o con algunos centros de salud, por ejemplo. Asegura que «en la gestión del dinero público hay que responder con más creatividad que nunca y ajustarse a los presupuestos, lo cual es un reto apasionante». El espacio público es sagrado. Por eso defiende la necesidad de una buena gestión, que según él pasa por «cuidar el tejido social que soporta la ciudad». «El arquitecto debe oír a la sociedad, entender sus necesidades, la buena arquitectura la entiende todo el mundo», insiste. En este sentido, Lacour observa su trabajo desde una óptica multidisciplinar, como un director de cine, que no sabe colocar un foco ni maquillar a una actriz, pero visualiza la obra final y, comprendiendo todas esas tareas por separado, conoce la forma exacta de ponerlas en común.
Este aspecto resultó clave en el diseño de su propia vivienda, la Casa en el Monte, que comenzó a construir en el año 2011. Había adquirido una parcela en la zona este de Málaga, con unas características peculiares: una topografía con más de 17 metros de desnivel y escoltada por varios pinos. La relación con el medio ambiente y la inserción en el lugar, así como la sostenibilidad eran las premisas claras sobre las que partía Lacour. Y sin embargo no veía el momento de darle forma al proyecto. Su hijo pequeño le pidió la casa en la carta a los Reyes Magos y entonces se puso manos a la obra. El amigo y arquitecto Mathías Klotz le dio un valioso consejo: «Piensa que no estás haciendo una casa para ti, sino que tu familia son tus clientes». Y así lo hizo, imaginó un hogar que hiciese feliz a su mujer y a sus dos hijos.
Fruto de este empeño, la vivienda parece una prolongación de la familia. Oculta entre los pinos del terreno y mimetizada totalmente con el entorno, se levanta la estructura de caja acristalada en dos plantas. El muro de contención que rodea el edificio posee una separación física y estructural de la vivienda, lo que permite una iluminación y ventilación naturales para el nivel inferior de la casa. «Queríamos mantener la vegetación, que es como una piel natural que regula la temperatura y genera un microclima, y respetar la pendiente del terreno», indica Lacour. Por lo demás, la idea fue tender a la sencillez, buscar la esencia, eliminar todo lo innecesario. Así, el interior se articula en un espacio fluido que permite la circulación del aire y las ventilaciones cruzadas. Los accesos y comunicaciones exteriores se ajustan al desnivel en cada punto de entrada. La planta alta alberga la zona de estar diurna (sala, comedor y cocina), así como el dormitorio principal en suite, mientras que el resto de dormitorios y baños se sitúan en la planta baja, así como la zona de juegos. Ambas plantas se abren hacia el sur con la mejor orientación, conectadas con una terraza lineal y buscando las vistas hacia la Bahía de Málaga. En la cubierta se sitúa otra caja acristalada que hace las veces de biblioteca y una terraza abierta. La comunicación interior entre las plantas se resuelve con la escalera, que Lacour concibió como un patio, un punto de encuentro de triple altura.
No existe en la vivienda ningún elemento ornamental, a excepción de alguna obra de Dámaso Ruano, en un ejercicio de depuración y abstracción queda protagonismo al entorno. El mar se asoma de vez en cuando desde alguna perspectiva, como en una relación velada. A Rafael le gusta decir que su casa habla en voz baja, como él. Y sin embargo la vivienda es un compendio de sabiduría al servicio de la vida, una suma de sensaciones extraordinarias. De entre ellas, él se queda con una: «Cuando me despierto de noche y entre las ramas veo las luces de la bahía a través de la superficie acristalada, no se ve nada más». Pura magia. La esencia de la vida.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Encarni Hinojosa | Málaga
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