Lorena Codes
Martes, 6 de octubre 2015, 23:56
Hace justamente dos décadas que la ciudad holandesa de Utrecht vio marcharse a dos de sus vecinos en busca de un cambio, de una nueva forma de vida. Enamorados de España, país que habían recorrido de cabo a rabo, Clara Verheij y André Both decidieron finalmente instalarse en la Axarquía, concretamente en Sayalonga. Ella, antropóloga, y él, arquitecto técnico, esperaban que esta tierra de sol les ofreciera una oportunidad distinta a la de su país de origen. Clara era consciente de que como antropóloga era difícil encontrar un trabajo en la zona, así que actualizó su currículum estudiando la carrera de Traducción e Interpretación. Abrió una academia de idiomas, mientras que André construía villas para extranjeros en toda la provincia.
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El hogar «holandaluz» (término que les gusta emplear para hablar de sí mismos) comenzaba a cobrar forma. Entonces llegó la crisis y el derrumbe del sector de la construcción, acontecimientos que cerraron una etapa vital, al mismo tiempo que les proporcionaron una oportunidad para empezar de cero. Integrados totalmente en la vida del pueblo y apasionados del vino (tenían una bodega de más de 700 referencias), a los dos les había picado la curiosidad de producir su propio vino, como ya hacían muchos vecinos. La casa que habían adquirido, en lo alto de una colina y rodeada de viejos viñedos, parecía brindarles la ocasión perfecta. Al principio, tal y como relata Clara, había sólo una intención personal, un reto y una ilusión. Con ayuda de gente de la zona renovaron las viejas vides, plantaron otras nuevas y compraron otros viñedos colindantes a la finca. El primer caldo, en el año 2003, resultó de una calidad excepcional. El acto de fe llegó después. «Hasta entonces no habíamos sido conscientes de que la calidad del suelo, de pizarra, junto con el clima y la cercanía del mar eran unos ingredientes extraordinarios», relata Clara, mientras muestra la parte de la casa en la que desarrollaron esta primera aventura.
Se trata de una vivienda de una planta, sencilla y austera pero muy cálida. La chimenea es el centro del salón, que está unido a la cocina por un muro a media altura. La comodidad rige la decoración de estos espacios, funcionales y acogedores por encima de todo. Una de las estancias que más disfruta la familia es el patio trasero, la única zona de la residencia que queda totalmente oculta al exterior, escoltada por plantas y viejas barricas que perfuman el ambiente. «En verano nos encanta cenar aquí, es una delicia», indicaClara. Sin embargo, el sueño de tener una bodega propia era demasiado grande para este pequeño hogar. Después de profesionalizar todo el proceso, punto por punto, el aumento de la demanda de los vinos Ariyanas en 2007 los impulsó para terminar de lanzarse al vacío. Ilusionados y con algo de vértigo, comenzaron a construir las nuevas instalaciones de la bodega Bentomiz.
Los años de lluvias previos habían obligado a la pareja a construir muros de contención para evitar los movimientos de tierra. El resultado fue un gran llano, perfecto para construir el nuevo edificio. Los dos tenían muy claro que debía integrarse en el paisaje. «Nos encanta el estilo Bauhaus y quisimos seguir esa estela», explican. Así, entre las ideas de André y las del arquitecto Henk Van Der Wonde surgió la casa que ahora alberga la bodega y una planta de enoturismo. La fusión del interior con el exterior a través de grandes cristaleras, el uso de materiales sencillos y naturales, el empleo de numerosas líneas y perspectivas visuales desde cualquier ángulo de la casa y una austeridad que tiene mucho que ver con la idea de que la belleza se encuentra en el entorno.
La cubierta del edificio es de pizarra, material que se funde con la vegetación del alrededor. Desde 2007 este edificio ha sido la base de operaciones de los nuevos proyectos de la pareja. De hecho, cada año ha visto nacer un nuevo vino. Pero no sólo eso, su espíritu emprendedor les ha llevado a iniciar otros proyectos relacionados con la actividad base. Como sus experiencias enológicas, almuerzos en los que se maridan diferentes platos merced a los vinos de la casa. Se trata de visitas guiadas que incluyen una cata y la comida. En abril de este año diseñaron un menú en colaboración con el chef Juan Quintanilla y ahora André aprende el oficio, encantado de meterse a los fogones. Y no es para menos.
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La cocina desde la que elabora estos platos es una especie de pecera integrada en el paisaje, con unas impresionantes vistas que inspirarían a cualquiera. Enamorados del paisaje, de la tranquilidad y la cercanía con la naturaleza que les brinda su hogar axárquico, la pareja asegura que lo único que añora de su Utrecht natal es no poder estar más tiempo con su ahijado David. «Al final la familia está encantada de venir a visitarnos a menudo y aquí hemos hecho grandes amigos, nos sentimos integrados desde el primer minuto porque Andalucía es un pueblo acogedor, con una mentalidad abierta que es fantástica», concluye Clara, mientras repasa las uvas al sol de la última cosecha, las mismas que en unos meses serán bendecidas en el calor de una buena mesa
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