Sandra y Carlos, rodeados de antigüedades y piezas retro y vintage.

Las mil y una vidas de Patio Almanzora

Esta casa de finales del siglo XVIII acogió el establecimiento de uno de los primeros anticuarios de la ciudad, oficio que ahora recupera su nieto Carlos Bravo, quien además ha dado rienda suelta su pasión por la recuperación de objetos fabricando muebles y artículos de diseño a partir de materiales reciclados o en desuso

Lorena Codes

Martes, 22 de septiembre 2015, 00:03

En las estrechas callejuelas del entorno de la iglesia de los Santos Mártires se entretejen los hilos de la leyenda y la historia de Málaga en una sutil tela de araña, base sobre la que se cimienta el resurgir de esta zona con solera. La que en el siglo XIX fuera la salida al antiguo Camino de Ronda se ha reinventado en más de una ocasión, no en vano su agitada vida comercial le valió el sobrenombre de la Larios chica en los años setenta del siglo pasado. Ahora la calle Andrés Pérez se ha convertido en epicentro de esta resurrección y reclama una mirada a este pasado glorioso que incluya la protección y el cuidado de sus tesoros urbanos más valiosos.

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Uno de ellos se ubica a la altura del número 5 de dicha calle. Patio Almanzora es una casa de finales del siglo XVIII en la que, entre otras vicisitudes históricas, se cree que pasó su infancia el capitán San Martín, a la postre héroe y libertador nacional de Argentina. Es sólo una de las anotaciones en su extraordinario anecdotario, entre las que también se encuentra la circunstancia de haber albergado a uno de los primeros anticuarios de la ciudad a mediados del siglo pasado, Francisco Bravo, abuelo de su actual propietario, Carlos Bravo, quien ha recuperado oficio y aficiones de familia junto a su compañera, la decoradora Sandra Cabrera. La vivienda en la que han instalado su proyecto de almoneda con artículos vintage y diseño de muebles perteneció a su bisabuela materna y conserva casi intacta la estructura original de tres plantas que dan a un patio central de columnas. Cuatro generaciones han dejado su huella en estos corredores de techos altísimos y suelos en damero. Los primeros recuerdos de Carlos están atados a esta casa que entonces veía «muy grande y con mil rincones para esconderse y jugar». «Convivíamos ocho personas de tres generaciones en el mismo hogar y eso para un niño es una fiesta», rememora. Una de las cosas que más le gustaba a Carlos era colarse en la tienda de antigüedades de su abuelo y observar cómo trabajaba. Asegura que de todas las enseñanzas que le legó, una de las más valiosas ha sido saber tratar con el cliente:«tienes que conocer la pieza y saber explicar su valor». Su padre mantuvo el oficio durante otra etapa y se convirtió en un coleccionista de excepción. De hecho, entre la cuidada vegetación del patio llama la atención la vitrina con más de mil botellas de vinos y bebidas espirituosas malagueñas de todas las épocas. Un museo homenaje al pasado vitivinícola de la provincia que incluye rarezas como un Vodka de Larios o el aguardiente de Ojén de Antonio Barceló, entre otras. Arriba, en su salón, las miniaturas de este tipo superan con mucho esa cifra. Las distintas generaciones han ido acumulando un legado de muebles, objetos curiosos y cachivaches ligados a Málaga que hacen de Patio Almanzora un divertido y singular pasaporte a la historia de la ciudad.

Ahora el tercer Bravo le devuelve el esplendor con un nuevo concepto que suma otros ingredientes a las piezas de anticuario y el arte: artículos retro y vintage, y reciclaje creativo. En este último aspecto se ha destapado Carlos como un manitas de excepción en un campo que le encanta. El punto de partida de esta recién descubierta vocación fueron las clases de manualidades que impartió en un colegio, en las que se propuso aprovechar cualquier material en desuso con la idea de transmitir a los estudiantes la importancia de reciclar y reutilizar. Su habilidad fue creciendo y de lo que comenzaron siendo pequeños trabajos salieron muebles de diseño que conjugan esta filosofía eco con una estética vanguardista muy acertada. Bravo mantiene una especie de idilio con la materia que lo obliga a replantearse cada pieza abandonada hasta dar con la tecla que la devuelve a una nueva vida. Así, de un viejo bidón de gasolina puede nacer un mueble bar con aires retro o dos cómodos puff con la base metálica y unos coquetos asientos de piel en tonos actuales. «La idea es aportar un aire moderno a piezas antiguas», afirma. Secadores de pelo de los sesenta que se convierten en lámparas, latas que hacen de base para unas sillas... si el artículo en cuestión no puede volver a funcionar como lo hacía se le da una vuelta de tuerca y estrena forma y función. Estos detalles que tanto llaman la atención de los visitantes conviven en el mismo espacio con muebles del XVII, un quinqué del XIX, máquinas registradoras de principios del XX y hasta una pintura de Julio Romero de Torres. No son pocos los atrecistas y cineastas que los requieren para recrear escenarios de otras épocas, una tarea con la que la decoradora Sandra Cabrera se siente como pez en el agua. «Algunos objetos tienen tanta fuerza en su estado original que son capaces de transformar un ambiente», indica y añade que «dependiendo de lo que se quiera transmitir se puede actualizar una pieza o destacar su valía histórica». Mantener, revisar o fusionar ambas cosas, al fin y al cabo lo importante es conservar y renunciar al «usar y tirar», un modo de relación con lo material que deja atrás la esencia y la personalidad de los pueblos.

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