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Lorena Codes
Lunes, 14 de septiembre 2015, 23:57
Hace más de un siglo, concretamente 125 años, que el jijonenco Severino Mira tuvo la feliz idea de acercarse a Málaga para vender su turrón. La primera sede de Casa Mira en la Ciudad del Paraíso se ubicó en la calle Nueva y en poco tiempo se convirtió en el lugar que todos los niños querían visitar. El olor a canela y felicidad de su obrador persiste en la memoria olfativa de cuatro generaciones de malagueños que se han rendido a sus helados y turrones. Hijo, nieto y bisnieto de heladeros de Jijona, Fernando Mira Monerris conserva maneras de artesano y una devoción inusitada hacia lo que hace. Todos los días se encierra en su obrador de la Victoria para mimar el producto como si de un perfumista se tratase.
La semana próxima, como cada año al borde del otoño, vuelve a Jijona para comprar la miel y las almendras que luego disfrutarán los paladares de los malagueños en Navidad. De niño ya le encantaba este arranque de campaña en la casa de sus abuelos, un hogar que se ha convertido en fuente de inspiración y punto de partida del homenaje que Fernando ha querido realizar a su familia en el nuevo local de Casa Mira en la calle AndrésPérez. El espacio viaja al pasado desde el respeto pero con la mirada puesta en el futuro.Conquista por su inusitado equilibrio entre tradición y vanguardia, ética y estética, lujo y sostenibilidad. El establecimiento se ha convertido en uno de los pocos frascos en los que la Málaga señorial guarda su esencia. Para lograrlo se puso en manos de uno de los profesionales del interiorismo más reputados de este país, Pablo Paniagua, quien según el propio Fernando«supo captar desde el minuto cero la idea de honrar la tradición con una identidad nueva».
Un museo vivo
Más de 14 años de proyecto (desde que falleció su padre) y un año de obras han transformado el antiguo edificio familiar en un local con un magnetismo increíble. En ese proceso, el primer paso fue salvar literalmente los muebles. Junto a Paniagua se trasladaron a Jijona y transportaron todo lo que había en la casa de sus abuelos para reproducirlo después tal cual en uno de los ambientes más logrados del local. Una especie de museo vivo en el que se pueden apreciar detalles tan curiosos como la piedra en la que partía almendras su abuelo de pequeño, los medidores de la harina o los souvenirs que se regalaban a los clientes (un peine para caballeros y santorales con la foto de Judy Garland, entre otros). Son algunos de los tesoros dispuestos en la mesa familiar en la que aún queda testimonio de la contabilidad de los Mira anotado a mano sobre el mármol. La alacena de su abuelo contiene otras decenas de reliquias de cerámica valenciana, libros de cuentas y cristal, como si el tiempo se hubiese detenido hace décadas. Sacos de almendras vestidos de vichy en diferentes colores, heladeras y lecheras antiguas y sillas de enea contrastan con la espectacular lámpara de cristal austriaco del XVIII de un anticuario sevillano, que Paniagua ha integrado en el lugar exacto, creando una atmósfera misteriosa y casi mágica. El juego de contrastes está siempre presente. En el salón de estar un espejo de dos metros de diámetro hace de eje para crear un interior sublimado por la armonía. Bancos de enea y obras de arte contemporáneo de Pablo Lambertos se tornan un matrimonio bien avenido por obra y gracia de Paniagua.
El cancel centenario de la entrada merece un capítulo aparte. Fernando lo encontró en un almacén después de que se hubiese retirado de la antigua farmacia Laza y Paniagua lo transformó con un nuevo color que se convirtió en la base sobre la que gira un interior sofisticado y muy elegante. El artesonado del techo y los distintos tipos de flores labradas de sus columnas son un espectáculo digno de una mirada reposada. El decorador insiste en los detalles, siempre flores frescas y toques de estilo como la balanza retro que ha actualizado en un tono flúor. Alrededor desfilan los artículos en lo que Fernando Mira deposita su empeño.
El amor hacia su padre, Liborio Mira, y la idea de innovar desde el respeto a la esencia de su oficio artesanal se fusionan en Libo, la firma con la que ha lanzado una línea de productos que tienen como base los ingredientes de Casa Mira, ahora transmutados en deliciosos aromas de velas y jabones de miel, turrón o jazmín, licor de turrón, mermeladas y tés con sabor a Málaga. Todo ello con el único ingrediente que funciona siempre, sea cual sea la fórmula: la absoluta pasión y entrega hacia su oficio.
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Carlos G. Fernández y Lidia Carvajal
Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
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