Lorena Codes
Miércoles, 9 de septiembre 2015, 23:54
Dice Ángel Palazuelos que para hacer todo lo que le gustaría y llegar a aprender todo lo que le apetece, le serían necesarias tres vidas. En unos pocos días el diseñador recibirá de manos del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, el Alfiler de Oro a toda su trayectoria en el marco de la Pasarela Larios Málaga Fashion Week. Con el orgullo y satisfacción que supone que te reconozcan el trabajo al que has dedicado 25 años de tu vida, el modisto hace balance y mira al futuro con más ganas e ilusión que nunca, «como si fuera la primera vez que desfilo», según sus propias palabras.
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Nos recibe en la tranquilidad de su hogar, una casa de tres plantas con jardín, que ha sido su hogar desde que tenía diez años. Inquieto y perfeccionista, de la fusión de elementos que conviven en su hogar se desprende cierto cosmopolitismo, quizá debido a la mentalidad viajera con la que creció. Nació en Guinea, donde su padre, comerciante, se había trasladado por trabajo. A los seis años su familia se estableció en Santander y a los diez se instalan definitivamente en Málaga capital, en esta misma casa. Asegura Palazuelos que en esencia el estilo y la estructura de la casa que le legaron sus padres sigue siendo la misma, con los cambios y actualizaciones propios de un hogar contemporáneo.
Él mismo se ha encargado, junto a su mujer, de decorar la vivienda, una tarea con la que confiesa sentirse muy cómodo. No obstante, le gusta asesorarse y acudir a los profesionales del sector, en su caso sus amigos Gertru Luna y el arquitecto Antonio Díaz. Desde muy niño mostró una especial habilidad en la concepción del espacio, en su distribución, en la mezcla de colores y materiales. Sus días de colegio no fueron especialmente brillantes, ya que confiesa que se sentía más atraído por cuestiones más artísticas: «me encantaba dibujar figuras humanas, me abstraía y llenaba los cuadernos de dibujos». Su inclinación hacia el arte tardó un tiempo en dar sus frutos. Primero tuvo otro trabajo, luego abrió una tienda de tejidos de importación americanos y terminó fascinado por la costura.Tuvo entonces el coraje de compaginar su trabajo con estudios de patronaje y más tarde viajo a París para realizar un Máster en la Escuela Superior de Diseño Esine. «Entonces no hubo vuelta atrás, descubrí que esa era mi vocación y no había horas suficientes en el día para dedicárselas», confiesa.
Investigador incansable, para Ángel Palazuelos la materia es un lenguaje que hay que comprender y moldear, sólo así ofrece sus mejores frutos. En este cuarto de siglo de carrera profesional al frente de su propio atelier ha recibido a buena parte de la sociedad malagueña, que le ha confiado la imagen de los días más señalados de su calendario festivo. «Siempre he contado con muy buenos apoyos, desde el principio, tengo la suerte de que mis clientas son muy fieles», afirma. Cuando se le pregunta por el sentido de una profesión a menudo denostada y que requiere gran sacrificio, Palazuelos contesta que para él «la costura es ante todo artesanía, es una labor que no tiene fin, requiere de imaginación, pero también de técnica, de tradición pero también de innovación, es preciosa».
Entre los encargos que guarda con más cariño están sus trabajos de recuperación de vestimenta tradicional para cofradías o para los alguacilillos de la Plaza de Toros de La Malagueta. Una labor en la que siempre pone pasión, puesto que le encanta la Historia Social del Traje. «Con los años he aprendido que lo mejor de mi oficio es que no se deja de aprender, y este tipo de trabajos siempre te enseñan mucho, entras en contacto con la historia, el arte...», insiste. Ese sentimiento de nostalgia y reivindicación de las tradiciones está también presente en su hogar, donde permanecen y han sido recuperadas incontables piezas de anticuario, muchas de ellas heredadas de su familia. Dice que con el tiempo se ha vuelto muy selecto y prefiere reciclar un buen mueble antes que comprar uno nuevo, a menudo de peor calidad.
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Ser restaurador es, según confiesa, otra de sus profesiones para otra vida, al igual que lo es la pintura o cualquiera de las Bellas Artes. A esta pasión se rinden muchos de los ambientes de la casa, convertidos en galerías por las que desfilan autores admirados y obras de amigos de siempre. En el hall, por ejemplo, destacan varias obras de su gran amigo Andrés Mérida, de quién también posee obra en su recién inaugurado taller en una de las esquinitas de la Plaza de la Constitución. Por mencionar algunos, en el salón también hay obra de Pedro de la Rúa, Mari Pepa Estrada, Utrera Quesada, Mingorance Acién o David Sancho, un joven al que augura un futuro prometedor en el arte. En la zona de estar destaca un especial rincón de los recuerdos, donde se ilumina un particular árbol genealógico a base de fotografías. «Me encanta contar quien es cada quien y sus historias a nuestras visitas», reconoce. Esta forma de tener presente a los suyos se prolonga en la conservación de artículos y muebles con especial significado para su familia.
El juego cromático es otra de las constantes de la casa, que denota cierto aire señorial de las casas del norte, más dadas a este tipo de ambientes. A Palazuelos le gusta disfrutar de su hogar junto a su familia (tiene dos hijos, Ángela y Mario) y se siente especialmente cómodo en la intimidad de su habitación, leyendo un buen libro o revista. Además, entre sus pasiones hogareñas confesables, el modisto destaca su gusto por el ikebana y por el cuidado general de las plantas.
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