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INÉS GALLASTEGUI
Sábado, 27 de mayo 2017, 00:19
Cuando el 20 de enero un helicóptero del cuerpo de Marines despegó de Capitol Hill con Barack Obama y su señora a bordo, rumbo a Palm Springs, todo el mundo pensó que la pareja se merecía unos días de descanso después de ocho agotadores años al frente del país más poderoso del mundo. Cuatro meses y casi 40.000 kilómetros después, el expresidente sigue sin parar de no hacer nada. Nada, si exceptuamos disfrutar de deportes acuáticos rodeado de playas paradisiacas, sorber agua de coco con una pajita o socializar con celebridades a bordo de yates desmesurados. Adiós al frío de Washington DC. De California al Caribe y de ahí a la Polinesia, con una paradita en la Toscana. Sólo ha roto ese retiro para hablar estos días en Berlín con Angela Merkel en el marco de un debate sobre democracia organizado por la Iglesia Evangélica alemana. Luego vuelta a sus vacaciones.
«Michelle y yo nos tomamos un breve descanso. Después volvemos al trabajo», tuiteó Obama tras el relevo. Curioso concepto de la palabra breve. Las vacaciones de un maestro son un puente comparadas con los más de cien días de retiro dorado que se ha marcado el exlíder demócrata, que no veía el momento de desprenderse del traje y la corbata para calzarse los shorts, las gafas de sol y la gorra de béisbol (hacia atrás).
Dos mandatos sucesivos en el Despacho Oval habían desteñido el atractivo color de piel del 44º potus fruto de la mezcla genética entre un padre keniano y una madre norteamericana hasta dar a su rostro un aspecto exhausto y macilento. Parece que, una vez entregado el botón nuclear a Donald Trump, el joven jubilado de 55 años se propuso ligar bronce como si no hubiera un mañana.
Después de abandonar la Casa Blanca, Barack y Michelle pasaron unos días de relax en la mansión del exembajador de España James Costos y su marido, el decorador Michael S. Smith, al que han contratado para poner a punto el rancho que se han comprado en la soleada California, no lejos de allí.
Pero no regresaron. De nuevo como una pareja de novios su hija Malia está de prácticas en Nueva York antes de ingresar en Harvard y Sasha termina este curso la secundaria en la capital federal, donde está la casa familiar, viajaron en el jet privado de su amigo sir Richard Branson, dueño del grupo Virgin, a la isla Necker, un paraíso caribeño de 30 hectáreas propiedad del magnate en el archipiélago de las Islas Vírgenes Británicas. Los Obama disfrutaron de este exótico resort de lujo, con capacidad para 34 huéspedes y 100 personas de servicio, con terrazas de vistas infinitas al mar azul turquesa, piscinas, spa, gimnasio, cancha de tenis y cabañas en las playas de arena blanca. En él se han refugiado antes Lady Di, David Beckham o Kate Winslet.
Con semejante escenario, los días de holganza se sucedieron unos a otros y al relajado matrimonio se le pasó febrero en un suspiro. Suele ocurrir cuando uno tiene poca prisa y mucho dinero. O amistades muy ricas: no ha trascendido si fueron invitados por el propietario o pagaron los 80.000 dólares diarios que cuesta alquilar la isla entera. Lo que sí se sabe, gracias al vídeo colgado por Branson en las redes sociales, es que el atlético Barack disfrutó como un enano haciendo kitesurf, un deporte que tenía vetado por razones de seguridad mientras fue presidente.
Los rizos de Michelle
En marzo cambiaron de océano y pusieron rumbo a la Polinesia francesa, en el Pacífico sur. Esta vez, en yate, y no uno cualquiera, sino el Rising Sun, el décimo más grande del mundo, con 138 metros de eslora, y uno de los más caros, casi 240 millones de dólares. En la embarcación, propiedad del empresario David Geffen, pasaron unos días con amigos como Oprah Winfrey, Tom Hanks, Bruce Springsteen y Patti Scialfa. Barack fotografió a una Michelle de melena rizada no se la veía con el pelo sin planchar en años sobre la amplísima cubierta. Él nadó en aguas cristalinas. Ella practicó paddlesurf. Pasaron por islas de nombres evocadores antes de recalar en el resort ecológico The Brando antaño propiedad del actor, a 3.000 euros la noche en Teriatoa.
El 9 de mayo, Obama dejó las playas y regresó a la arena pública después de meses para pronunciar una conferencia en Milán, en el marco de la cumbre sobre nutrición e innovación alimentaria Seeds&Chips. Las entradas costaban 850 dólares. Aprovechó el viaje transoceánico para descansar un par de días en la casa toscana de John Phillips, embajador en Italia durante su presidencia.
En honor a la verdad, no ha estado completamente al margen de la política estos meses: en su cuenta de Twitter se posicionó contra el veto a los inmigrantes musulmanes y grabó un vídeo de apoyo a Emmanuel Macron antes de la segunda vuelta de las elecciones francesas.
No todo el mundo mira a estos ociosos Obama con sana envidia. Algunos analistas consideran una torpeza que, mientras su sucesor tiene a sus conciudadanos sumidos en una mezcla de temor, asombro e indignación, uno de los expresidentes norteamericanos más queridos se dedique a disfrutar de unas vacaciones tan prolongadas como ostentosas, rodeado de millonarios.
Aunque algunos comentarios a las fotos vacacionales incluyen insultos dirigidos a Obama como «perezoso» o «parásito», la mayoría son mensajes de cariño y apoyo. «Barack, vuelve», «¡Te necesitamos!» y «Te echamos de menos». No son pocos los que defienden que él hace más por Estados Unidos fuera de la oficina de lo que Donald Trump hará jamás mientras supuestamente trabaja por el país. Hasta en bañador.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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