Ester Requena
Lunes, 20 de junio 2016, 01:17
Los garajes llenos de Ferraris y Lamborghinis, el jet privado aparcado en el hangar, el Picasso colgado en el salón de la mansión... ¡menudencias! Todo eso ha pasado a la historia. Para ser un auténtico millonario, o sales bien arriba en la lista Forbes o surcas los mares con un yate de 30 metros de eslora. Y si es más grande, mejor. Porque aquí el tamaño sí que importa. Y mucho. Sobre todo para las fortunas árabes y rusas que pugnan por demostrar su poderío en el agua.
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En 2015 los millonarios gastaron un 40% más en la compra de megayates. Y ahora que llega el verano, toca presumir de estos palacios flotantes, como lo han hecho Cristiano Ronaldo y sus amigas antes de la Eurocopa. CR7 ha fardado de barco. Aunque ha preferido alquilarse uno en Ibiza por 90.000 euros a la semana. Una minucia cuando gana más del doble ¡a diario! El Ascari, así se llama el barquito, cuenta con equipos de golf para practicar el swing a bordo, discoteca equipada con mesas de mezclas, un barman especialista en cócteles, una profesora de yoga...
Rafa Nadal también acaba de tirar de chequera para hacerse con el Beethoven, un juguete de 23 metros de eslora con el que ya se ha paseado por la costa mallorquina con su novia Xisca. Le ha salido por tres millones de euros. Una cifra muy por debajo de la media (16 millones) que sueltan las grandes fortunas en sus caprichos marítimos. De las diez compras más caras de la historia, ocho han sido megayates. Sí, como lo leen. Entre ellas los 459 millones que puso sobre la mesa el jeque Khalifa Bin Zayed Al Nahyan, presidente de los Emiratos Árabes Unidos, para fardar con El Azzam, la embarcación más cara del mundo. Mide lo que quince autobuses uno detrás de otro, y dentro incluye un submarino y una suite blindada a prueba de bombas, además de un sistema de defensa antimisiles, similar al del Air Force One, el avión del presidente de Estados Unidos.
Solo mantenerlo se lleva 125.000 euros al día. Entre otras cosas hay que pagar al centenar de personas que integra su tripulación permanente. Todos, por cierto, conocen bien nuestro país, ya que en 2015 se pasaron cuatro meses invernando en Tarragona a la espera de los antojos del dueño de «la gran ballena blanca».
Solo con el dinero en mantenimiento mensual que requieren estas mansiones flotantes se podría comprar un equipo de fútbol. ¿Y por qué no las dos cosas?, debió de pensar el oligarca ruso Roman Abramovich. El empresario ya se hizo con el Chelsea... pero también con el Eclipse, el segundo yate más costoso (340 millones de euros) con 24 lujosas suites, equipadas con pantalla de cine. Sus medidas de seguridad incluyen un escudo antipaparazzis que durante su estancia en Barcelona, hace un par de años, estuvo desactivado. La embarcación se convirtió en una atracción turística más de la ciudad condal. «Los barcos son un disfrute personal y en ellos hay una proyección de la personalidad de cada dueño, al igual que sucede con una casa o un coche», detalla Íñigo Toledo, arquitecto naval y uno de los diseñadores de yates de lujo más solicitado en Europa.
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Por eso, aunque rico con muchísimos ceros, Amancio Ortega cuenta con una embarcación más discreta que su fortuna (60.000 millones), la segunda del planeta. El dueño de Inditex surca los mares gallegos a bordo del Valoria (el nombre del pueblo de su madre), de poco más de 30 metros y 6 millones de euros. Bill Gates, por su parte, prefiere alquilar. Pero no cualquier barco: pagaba 4,4 millones a la semana por el Serene, el precioso barco del distribuidor de vodka ruso Yuri Scheffler.
En alta mar al emperador de Zara le ganan otros empresarios españoles. Entre ellos su rival textil. El dueño de Mango, Isaak Andic, presume del velero Nirvana Formentera (de 53,5 metros de eslora y 30 millones de euros) que cada verano luce por las costas ibicencas. Florentino Pérez ya va por su tercer Pitina (18 millones) que bien conocen algunos de sus galácticos. También llama la atención el Alcor que Rafael del Pino heredó de su padre en 2008. El yate, de unos 13 millones, estaba destinado a cumplir el sueño de dar la vuelta al mundo del fundador de Ferrovial, pero un accidente a bordo que lo dejó en silla de ruedas truncó su objetivo. Ahora su hijo lo usa para desconectar, pero también para cerrar negocios a bordo. «Un yate es la mayor tarjeta de negocios del mundo», recalcan en el sector.
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Menos negocios y más toque artístico pone la baronesa Thyssen a bordo del Mata Mua, el velero de 38 metros que le dejó su esposo, en el que hasta los cojines están inspirados en su cuadro favorito de Gauguin. Y aunque Tita lo navegue poco por Ibiza y Formentera, tiene un gasto fijo de 40.000 euros al mes para mantenerlo a punto con sus dos tripulaciones, una de verano y otra de invierno.
En España el rey de los mares no ha sido el Fortuna. Este título lo ostentó El Clarena, de Francisco Hernando, el Pocero. Tras la caída del empresario del ladrillo, el yate, ¡de 72 metros de eslora!, se vendió a Villar Mir que lo renombró como Albatros. Se ha paseado por el Guadalquivir, frente a la feria de Sevilla, con Mario Vargas Llosa en su cubierta, y también por Mallorca y Puerto Banús, pero bajo el nombre de Azteca, la televisión mexicana de su nuevo propietario, Ricardo Salinas Pliego.
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La matriculación de embarcaciones de recreo en España ha subido en el último año casi un 10%, hasta las 4.654 en 2015. La mayoría de serie. «Hacerse un barco a la carta, exclusivo, conlleva entre dos y tres años», recuerda Íñigo Toledo, cuyos diseños oscilan entre los 25 y 50 metros de eslora y precios que van de los tres a los 20 millones de euros, principalmente para clientes extranjeros.
A la hora de equipar los barcos, hay gimnasios de capricho, cocinas que son la envidia de un tres estrellas Michelin... ¡y hasta una cama de 2,40 metros por dos metros! «Intenté convencer a mi cliente de que una cama con esas medidas tan grandes echaba a perder el camarote, pero no había forma de que cambiase de idea. Al final me contó que era primordial porque era para tres personas», recuerda entre risas Toledo, el primer español finalista de los prestigiosos World Superyacht Awards, los Oscar del diseño naval. «Los europeos son más comedidos, conocen más el mundo náutico y lo que quieren es disfrutar del barco; los árabes y rusos es más por el símbolo de ostentación y compiten a ver cuál tiene el mejor», revela el diseñador. Ahí está el A, del multimillonario ruso del carbón Andréi Melnichenko, lleno de cristales y espejos y paneles brillantes. Solo llenar el tanque le cuesta 400.000 euros.
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