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Adrián Martín Vega aprendió a cantar antes que a andar. Ahora está empezando a escribir y a leer.
Adrián Martín tiene duende

Adrián Martín tiene duende

El último fenómeno de la canción lleva quince operaciones y dos válvulas en la cabeza por su hidrocefalia. Ha grabado con Rosario, Niña Pastori, Estrella Morente... «Sin la música, habría sido un vegetal», asegura el padre de este luchador malagueño de 11 años

Ester Requena

Sábado, 7 de mayo 2016, 01:40

Una monumental maleta con ruedas ocupa gran parte del salón de la casa de los Martín Vega, en Vélez Málaga. María, de 20 años, ayuda a su hermano pequeño a meter la ropa que lucirá estos días de promoción en Madrid. Pero Adrián se despista entre tantas chaquetas y camisas. De fondo en la televisión suena su voz cantando Color esperanza en el programa Levántate All Stars (Telecinco), así que el chaval se arranca con unas estrofas. «Saber que se puede, querer que se pueda», ocho palabras que resumen sus once años de vida. A Adrián se le ilumina la cara cantando, marca el compás con sus manitas llenas de cicatrices en una esquina de la mesa y se viene arriba olvidándose de la ropa y el maletón. «Posiblemente sin la música habría sido un vegetal, tal y como nos diagnosticaron los médicos», cuenta Rafael Martín de su «paquetillo», como llama cariñosamente al cuarto de sus hijos, que ya es el número uno en ventas de Amazon con su disco Lleno de vida, un título que lo dice todo. Esta semana no ha parado de ocupar los medios promocionándolo en Madrid.

Adrián empezó conquistando las pantallas de YouTube y whatsapp con la canción Qué bonito, que interpretaba junto a su hermana Sonia. Nadie podía pensar que semejante torrente de voz salía de un niño con hidrocefalia.

Después llegaría la televisión y ahora ha cumplido su sueño de grabar un disco con todo un plantel de artistas: Estrella Morente, Niña Pastori, Rosario, Pablo López, Pitingo y Franco de Vita. Hasta José Luis Perales se plantó con su mujer en el estudio de grabación para conocer en persona al pequeño genio de Vélez-Málaga. «¿Y tú qué tocas?», le soltó con su desparpajo Adrián al verla entre los músicos.

Ha sido un año de grabaciones, aunque cuando le dijeron que tenía que viajar a Madrid se echó a llorar porque asimilaba la capital a dolorosas operaciones y largas revisiones. La primera, con solo 40 días. Ha habido 14 más (y las que le quedan a medida que va creciendo). El papá de Adrián recuerda las navidades de 2004 como las peores de su vida. Embarazada de seis meses, a su mujer Toñi le aseguraron que su niño venía con demasiadas complicaciones. Ni le veían las manos en las ecografías. Pero esta trabajadora del hospital Carlos Haya tenía el pálpito de que no venía tan mal. «Ha sido un luchador desde el vientre de su madre», recuerda Rafael, quien regenta una ferretería. El parto se lo provocaron con siete meses. Adrián nació con hidrocefalia y una malformación congénita en las manos, que lastra el movimiento de los dedos. Vino al mundo el 28 de enero. Por 90 minutos no comparte cumpleaños con Mozart, aunque sí su don para la música. Siendo bebé ya daba notas sostenidas. Con tres años no andaba, pero era capaz de callar a todo un restaurante tras arrancarse con alguna letrilla. O ponerse a hacer el compás con un servilletero. Su capacidad innata le hace tocar de forma autodidacta el cajón y la guitarra, aunque los acordes le cuestan por sus dedos. Ello no le ha impedido manejar con soltura la armónica que le regaló el cantante Coti hace unos días.

Todo superación

Su talento le permite cantar con el diafragma y atreverse con los compases más complejos. Nadie se explica cómo lo hace. Cuenta con un oído prodigioso. Con escuchar una canción tres veces la interpreta a la perfección. Si falla en alguna palabra empieza otra vez desde el principio hasta que le salga redondo. Una actitud perfeccionista y de superación que lo guía en todo. Posa para el fotógrafo sobre un poyete y su miedo a caerse le lleva a pedirle la mano a Rafael. Terminan los disparos y vuelve a subirse: «Prepárate que ahora lo voy a intentar solo».

Sí se abstrae cuando su padre recuerda las os válvulas que lleva en la cabeza o que su brazo izquierdo carece de radio y que le quitaron el dedo gordo. Y siempre con la música como vía de escape. Entra y sale del quirófano cantando. «Parece que le ayuda a olvidarse del dolor», explica su hermana.

«Todo no ha sido tan bonito. Hemos tragado y luchado mucho, pero merece la pena, sobre todo viendo cómo ha ido superando obstáculos», se sincera Rafael. Se le parte el alma recordando cuando iba al parque y nadie quería corretear con su hijo. «Papi, ¿por qué los niños no juegan conmigo?, ¿es porque estoy malito?». Adrián sabía que lo suyo no iba a ser el fútbol (aunque le encanta el Real Madrid gracias a su paisano Fernando Hierro), por eso se refugió en la música. «¿Nos echamos un futbolín?», suelta de repente con su desparpajo. Es lo único que le hace sombra a la música, porque no ve la tele y no le tiran los juguetes. Prefiere pasarse las horas tocando el cajón flamenco (los Reyes Magos le trajeron uno profesional con su nombre) y viendo vídeos musicales.

Para salir a la calle con Adrián hay que echarle paciencia. Le paran para felicitarle (su ascensor está lleno de mensajes de ánimo) y él abraza a todos desprendiendo una ternura que hace unos días cautivó a Eva Longoria. «Eres una bendición», le suelta una vecina que lo asalta en la ermita de los Remedios donde Adrián le ha pedido encender una vela a su padre. Se abraza a la mujer, la besa y le responde «¡qué Dios te bendiga a ti!».

A la visita no le ha podido acompañar su madre, en cama por un virus. Adrián siempre la tiene muy presente y recuerda cómo madrugó para plantarse en la floristería el primero y comprarle un ramo por el día de la madre. También abrió su hucha para regalarle con sus ahorros su disco. «¡Dale voz papá!», suelta en el coche mientras de regreso a casa suena Lágrimas negras, que interpreta a dúo con Salvador Beltrán. Se mete en el papel como cuando se sube al escenario, donde se crece y disfruta al máximo. «Hasta la maestra nos dice que lo encuentra más animado y con más ganas de estudiar cuando vuelve al cole tras una actuación», detalla Rafael. Adrián está ahora aprendiendo a leer y escribir. Y pese a los bolos promocionales de esta semana en Madrid, ahora le tocará recuperar clases con su profesora particular. No librará ni los domingos.

Sus fans lo esperan hasta en China para cantar, pero no hará gira. Solo algunas actuaciones, sobre todo benéficas, como cuando el año pasado viajó a Chile y cantó ante más de sesenta mil personas para recaudar fondos para los niños necesitados, como él mismo presume. «Adrián está disfrutando, y mientras se lo pase bien, nosotros no le vamos a quitar esta experiencia ni limitársela. Nos dijeron que no llegaría a los 8 años... y ya tiene 11; ojalá sigan equivocándose», comenta Rafael. Y de repente el pequeño para a su padre para volver a entonar Color esperanza. «Saber que se puede, querer que se pueda...».

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