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IRMA CUESTA
Miércoles, 28 de octubre 2015, 00:36
Manuel Fernández-Monzón de Altolaguirre, general del Ejército y exportavoz del Ministerio de Defensa, aún no se le ha pasado el enfado que le provocaron hace solo unos días las palabras de Willy Toledo. A estas alturas, todo el país sabe que al actor, abonado a la polémica desde poco después de llegar a este mundo, se le ocurrió aprovechar la celebración del 12 de octubre para cagarse en todo lo que le pareció: «Me cago en la Fiesta Nacional, me cago en la Monarquía, me cago en el descubrimiento, me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos, me cago en la conquista genocida en América, en la Virgen del Pilar...», soltó entre otras lindezas Guillermo en su perfil de Facebook, lo que levantó en armas a un ejército de seguidores casi tan nutrido como el de españoles dispuestos a aclararle las cosas a su manera.
También es ya de sobra conocido que el general, preguntado por el asunto en un programa de radio, decidió retar a un duelo a muerte al protagonista de 7 vidas, «con el arma que elija» en el Bernabéu o en el Nou Camp, quizá creyendo que bien puede prescindir de alguna de ellas.
Y mientras Toledo invita al militar «a pensar un poco más y a embestir un poquito menos», Fernández-Monzón, miembro del servicio de espionaje durante la dictadura franquista, insiste en que «ni en el peor de los escenarios, alguien se atrevió a tanto: condenar la religión, las creencias, la historia y la tradición de una nación entera». Ambos han conseguido recordarnos así esa forma tan particular como vieja de resolver los problemas cuando es el honor lo que se pone en entredicho.
Vaya por delante que Fernández-Monzón que afirma no arrepentirse de lo que dijo sabe perfectamente que los duelos hace tiempo que están prohibidos. «No creo que tenga que estar explicando que es una forma de hablar; que sé, como cualquiera, que en este país batirse en duelo es ilegal y que no nos lo permitirían, pero creo que alguien debe recordarle al autor de ese decálogo canalla qué es el honor», explicaba ayer el general de infantería.
A primera sangre
Aunque por más que en nuestro país se prohibieran los duelos en el siglo XIX, siguieron celebrándose hasta bien entrado el XX. El novelista Juan Eslava Galán, autor de la Historia de España contada para escépticos (Ed. Planeta), asegura que en los años 30 aún se llevaban a cabo con cierta asiduidad: «Desde luego, no estaba permitido, pero había muchas cuestiones que se zanjaban de ese modo. Unos días después se leía en el periódico: examinando un arma de caza resultó herido el martes fulanito de tal, conde de lo que fuera. De ese modo, todo el mundo sabía lo que había pasado y que la cuestión ya estaba resuelta». Y recuerda que los duelos son tan viejos como el hombre por más que fuera en la Edad Media cuando comenzaron a estar a la orden del día.
Los hombres que no las mujeres de entonces creían que con cada duelo se celebraba una suerte de juicio de Dios; que, cuando dos sujetos se enfrentaban a muerte, el que vencía lo hacía por expreso deseo del Altísimo.
Eslava precisa, además, que mucho antes de la Edad Media los ejércitos entendieron el duelo como una forma perfecta de economizar. La cosa funcionaba de la siguiente manera: cada contrincante elegía de entre sus muchos soldados a un campeón o grupo de campeones y quien salía victorioso de ese enfrentamiento a muerte había ganado la batalla, con lo que se ahorraba un montón de vidas, tiempo y dinero.
Bastante después, ya de vuelta a España, los historiadores aseguran que el último gran duelo tuvo lugar el 12 de marzo de 1870, y que fue tal la repercusión que poco más tarde se puso fin a más de tres siglos de enfrentamientos a capa y espada, a pistola o a primera sangre se trataba de dar un escarmiento sin aniquilar a quien supuestamente te había ofendido. «Cuando comenzó a entenderse que era una barbaridad, al primer rasguño se daba por resuelta la cuestión», dice Eslava Galán. Aquel día, Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, y Enrique de Borbón, duque de Sevilla, se miraron frente a frente por última vez antes de que el primero atravesara la cabeza de su contrincante de un balazo, mandándolo de inmediato al otro mundo. ¿Cuál había sido la ofensa? Todo apunta a que el infante don Enrique había publicado en La Época un artículo en el que denunciaba las maniobras de su enemigo para hacerse con el trono español y que a éste la pareció una ofensa inaceptable. El caso es que después de aquello, habiendo matado a uno de los herederos a la corona, pocos quisieron saber más del otro pretendiente.
Aquello ocurrió en Madrid, en concreto en Carabanchel. Cambió el rumbo de la historia y, al menos oficialmente, aparcó lo duelos para siempre.
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