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julia fernández
Viernes, 27 de febrero 2015, 10:03
No se puede decir que a Celia Villalobos la resaca del largo debate del estado de la nación le esté resultando dulce. La vicepresidenta del Congreso no sabe dónde meterse después de la 'pillada' del pasado martes, cuando sustituía a Jesús Posada durante la sesión. En plena intervención de Mariano Rajoy, la diputada andaluza deslizó su índice por la pantalla del iPad hasta detenerse en un llamativo icono de tres caramelos. Y entonces, al apretarlo, destapó el universo Candy Crush.
Un patinazo en toda regla. ¿Cómo se le ocurre en ese momento a la tercera autoridad del estado ponerse a jugar con su tableta? Teodoro León Gross, profesor de Comunicación de la Universidad de Málaga, confirma que se trata de un «error torpe». «Además de la ética, está la estética», sostiene el experto. Un político debe «mantener las formas, como un estudiante que se aburre en una clase». Es probable que este último fuera expulsado si se pusiera a jugar con el móvil.
A Villalobos nadie le llamó al orden en ese momento, pero sí que tuvo que oír cómo ponían en tela de juicio su profesionalidad. Desde UPyD consideran que es una falta de respeto. La exministra de Defensa Carme Chacón ha pedido que dimita. Y el portavoz socialista en el Congreso, Antonio Hernando, cree que «como mínimo debería pedir disculpas».
De momento, ella huye de los micrófonos como de la peste, pero desde su bancada han salido en su defensa sin ruborizarse. El primer capote se lo ha lanzado la vicepresidenta tercera de la Cámara Baja, Dolors Montserrat: «La gente puede hacer lo que quiera mientras esté escuchando». El segundo es obra de su compañero Pablo Casado, que echa mano de su trayectoria: «Sería injusto juzgarla solo por esto». Y el tercero viene de parte del propio presidente del Congreso, que asegura que su sustituta presta siempre «muchísima atención». Quizá por ello no le ha pedido explicaciones: «Tampoco tendría por qué dármelas».
El caso de Villalobos no es único. En diciembre, cazaron al político británico Nigel Mills en la misma situación durante un debate sobre las pensiones. También fotografiaron al socialista Patxi López bajándose un juego en el Parlamento vasco en marzo de 2013. Otros dos diputados populares de la Asamblea de Madrid, Bartolomé González y María Isabel Redondo, fueron pillados con el Apalabrados. Y la ministra Fátima Báñez comunicó a los españoles por Twitter que le gusta el Booble Shooter. Fue en junio de 2012, cuando se anunció el rescate de la banca, un momento delicado para el país. Luego culpó a sus hijos.
Para los que no lo conozcan, Candy Crush Saga es un juego creado para Facebook en 2012. Luego dio el salto a los dispositivos móviles, donde ha experimentado un auténtico boom. Tiene 54 millones de usuarios diarios y en el último ejercicio ingresó más de mil millones de euros, como el gigante de los videojuegos Electronic Arts.
En poco más de dos años, 75 millones de personas -entre ellas, claro está, Villalobos- se han descargado el Candy Crush. Uno de sus encantos es, precisamente, lo fácil que resulta entender su funcionamiento. No se necesita especial destreza. Es una mezcla del Tetris, un puzzle y el tres en raya. El reto es juntar caramelos (candy en inglés) del mismo color. Y pasar pantallas. La última versión tiene más de ochocientas.
Un mal momento
Intentar superarlas todas puede ser una auténtica locura y hasta adictivo. Aquí juega un papel importante su estética. Es la primera forma de atraparnos, explica el psicólogo experto en adicciones Bernardo Ruiz. Luego está el tema de las «recompensas inmediatas». Y no solo el hecho de pasar niveles, sino el «placer» que experimentamos al usarlo. Ahora bien, «a nadie que juegue diez minutos en el baño a este juego se le puede considerar adicto», prosigue Ruiz. El límite está en dejar de atender otros asuntos, «como el trabajo o la familia».
A la diputada del PP no le costó nada descargarse la aplicación en su iPad. El Candy Crush es gratuito, pero según se avanza incluye compras, por ejemplo de vidas. Son los llamados micropagos, que van desde 89 céntimos a 1,79 euros, y con los que la empresa creadora, King Digital, aumenta sus ingresos.
No se sabe en qué nivel estaba la que exministra de Sanidad cuando la pillaron, pero sí en qué momento concreto del debate decidió «desconectar» un poco. Y fue justo en una intervención del presidente del Gobierno. Para el profesor León Gross esto es lo más importante. «Todos podemos hacer un paréntesis en una larga jornada de trabajo. No es particularmente escandaloso», sostiene. Pero Villalobos decidió aparcar su labor de control y moderación cuando hablaba un compañero de su partido. Algo particularmente «llamativo» si tenemos en cuenta que, minutos después, apagó el micrófono varias veces al diputado de ICV Joan Conscubiela por llamar «capo» a Mariano Rajoy.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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