Se enfrenta a casi 20 años de cárcel. En la imagen, acude a declarar al Juzgado de Palma (25 de febrero de 2012).

¿Qué queda de Urdangarin?

La imputación ha transformado al chaval atlético que se casó con la infanta. Además de envejecido, parece que actúa «para mantener la dignidad»

yolanda veiga

Lunes, 15 de diciembre 2014, 01:00

El minuto largo, eterno, que duró el paseíllo desde el coche a la puerta del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma de Mallorca fue un cortometraje... ficción. Solo dos instantes de verdad, dos gestos involuntarios y delatores con las manos. Con la derecha, el saludo de Iñaki Urdangarin (Zumárraga, 1968) a su abogado, Pascual Vives, un apretón de manos con los dedos demasiado juntos y rígidos. Con la izquierda, ese amago de esconderla en el bolsillo, para sacarla rápidamente como si quemase. Le han dicho que los que no tienen nada que ocultar enseñan las manos, pero se acuerda tarde. Los otros gestos: tirar de la chaqueta, hombros atrás, cabeza alta, el intento de sonrisa... estaban en el guion.

Publicidad

José Luis Cañavate, presidente de la Asociación española de analistas en comportamiento no verbal, examina ese vídeo (21.533 visitas en YouTube) fotograma a fotograma y separa a los dos protagonistas: al actor y al original. Porque hay un Urdangarin antes del 'caso Nòos' y otro a raíz de su imputación en esta trama de corrupción por la que el fiscal le pide 19 años y 6 meses de prisión por apropiación indebida de fondos públicos, fraude a la Administración, estafa, blanqueo...

El Urdangarin auténtico es «el segundón», el discreto, el que encoge los hombros y pone las manos en la espalda, el deportista de cuerpo atlético y aspecto saludable. El 'impostor' es este hombre envejecido que saca pecho. «Es tímido, de los que no se hace notar y odian ser el centro de atención, siempre se coloca detrás en las fotos. Diría que más que segundón, es tercero o incluso cuarto, no es el líder del grupo, prefiere camuflarse». Pero el 10 de noviembre de 2011 estallaba en la prensa el 'caso Nòos', y el yerno del Rey Juan Carlos comenzaba su transformación. «Está haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener la dignidad, quiere enfatizar su yo, demostrar algo que no es, es su forma de defensa, pero no le sale».

El brutal cambio en su aspecto físico también delata que es otro. «Nos preocupamos por los virus pero el peor enemigo, el mayor tóxico, es el estrés y cuando es crónico tiene alteraciones físicas y mentales. Generalmente la ansiedad lleva a las mujeres a engordar, pero los hombres suelen adelgazar y él tiene una anorexia», diagnostica José Antonio López, vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada.

Javier Torregrosa, especialista en Comunicación no verbal científica, dice que basta mirarle a los ojos para ver que no está bien. «Si estamos intensamente estresados, nuestra parte derecha de la cara se contrae, cae. Su ojo derecho se cierra ligeramente. En las imágenes de antes de la imputación se aprecia sin embargo lo contrario, el izquierdo lo cierra más, lo que es síntoma de tristeza». Más allá de lo que está a la vista, el doctor López cree que también sufrirá «trastornos del sueño, digestivos...».

Publicidad

Su válvula de escape está siendo el deporte y las pocas veces que se deja ver es haciendo footing o montado en bici. «Si fuera paciente mío desde luego le recomendaría el deporte porque es uno de los mejores remedios contra el estrés. También aconsejo perder el tiempo, es un ejercicio muy sano».

Saluda como Aznar

Quizá cuando sale a correr y nadie le ve vuelve a ser él, liberado del personaje tras el que se escuda cuando los focos le apuntan. «Su patrón habitual es ir cabizbajo, síntoma de cierta subordinación, él nunca ha llevado una cabeza orgullosa por eso cuando se le ve llegar al juzgado levantando la cabeza en exceso resulta sobreactuado. Con ese gesto quiere marcar cierta autoridad. Se estira la chaqueta al salir del coche, como hacen los políticos antes de una negociación». A la cita con el juez Castro fue «impecablemente vestido» con chaqueta, camisa blanca y corbata discreta. La chaqueta se volvió imprescindible en su armario cuando se convirtió en «hombre de negocios» porque hasta entonces su estilo era «el sport arreglado de un chico con buen gusto y dinero suficiente para gastar en ropa, que llevaba de forma natural y relajada», le describe Guadalupe Cuevas, responsable de la web fashionassistance.net. Ahora ha desterrado la chaqueta -«no trabaja y la corbata tampoco procede»- y ha retomado la ropa casual.

Publicidad

Volviendo al paseíllo al juzgado, al 25 de febrero de 2012, el día del examen público... Aprobado muy justo. «Cuando se para delante de los periodistas hace un barrido milimétrico, mirando a todos los reporteros. Es una técnica habitual para hablar en público pero él lo hace con un ritmo monótono, parándose el mismo tiempo en cada persona, cuando lo natural es que ese barrido sea asimétrico y te detengas más en un lado».

Los expertos hacen hincapié en la asimetría gestual, que significa naturalidad. «Urdangarin ladeaba la cabeza, se movía, había cierta fluidez en la comunicación, sinceridad. Pero cuando le imputan pasa a comportarse de forma absolutamente racional y sus movimientos se vuelven simétricos demostrando un control excesivo».

Publicidad

Su cara a veces es un poema pero los especialistas no ven en los rasgos faciales muchas pistas. Hay más en sus manos. «Su manera de tocar dice mucho. Siendo tan alto (mide 1,97) lo normal sería que echase la mano al hombro a su interlocutor, pero les toca a media espalda, como hacía Aznar con Bush. El americano le ponía la mano en el hombro, jerarquizando su posición de dominación, y Aznar le tocaba el brazo». Otra vez los gestos del segundón. Los que trata de evitar ahora. «Cuando se le ve yendo al juzgado su primer impulso es meterse la mano al bolsillo pero se nota que alguien le ha dicho que no lo haga y por eso la saca a toda prisa. Cuando sale de declarar no se da cuenta y lleva los puños apretados, denotando tensión». En la cara, por muy inexpresivo que sea, también han quedado 'marcas'. «Aprieta la boca y se percibe la tensión en la mandíbula, y le ha salido un gesto nuevo, las cejas juntas, que se asocia a la preocupación o a la ira reprimida».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad