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daniel vidal
Lunes, 6 de octubre 2014, 08:47
Miguel Boyer ya se había enamorado locamente de Isabel Preysler la primera vez que salieron a comer juntos, solos, allá por el año 1982. Ambos estaban casados y comenzaban una relación furtiva no solo a ojos de sus respectivas familias, sino también para los focos de los paparazzi y la tinta de los plumillas. «Miguel, vamos a tener cuidado, ¿eh? Que a mí me conoce mucha gente», le advirtió ella.
A Isabel se la llevaban los demonios. No sabía «ni qué pedir del menú por el apuro de que alguien me reconociera». Y eso que Miguel Boyer había reservado en un restaurante de confianza de la sierra madrileña, alejado del centro de la ciudad y de las miradas de los curiosos (o eso creía), y trataba de tranquilizar a la preciosa mujer que le estaba robando el corazón. Fue entonces cuando entró a comer en el mismo restaurante un autocar de señoras que venían de excursión y que no tardaron muchos segundos en empezar a repartirse codazos entre ellas mientras le cambiaban el apellido a la celebrity: «¡¡¡La Presley, la Presley!!!».
La anécdota la recordaba divertida la propia Isabel Preysler (Manila, 1951) en una entrevista reciente en la que enumeraba los obstáculos que han tenido que superar sus relaciones amorosas. Su fama desbordante desde que se casó con 20 años con Julio Iglesias (vecino de la misma calle San Francisco de Sales, de Madrid, donde vivía el doctor Iglesias Puga y donde, en un piso cercano, Isabel trabajaba como au pair) copa los primeros puestos: «Aquellas señoras decían mal mi apellido, pero es que siempre puede más Elvis Presley», se resignaba con una sonrisa. La inimitable sonrisa Preysler.
Depende. Quizás aquellas amas de casa no hubieran reconocido al rey del rock, pero la cara de Isabel Preysler no pasa desapercibida para ningún españolito de a pie. Lleva 40 años siendo la reina de corazones, como la llaman en los sálvames de turno. Y aunque el ictus que sufrió Boyer hace dos años la había tenido prácticamente encerrada en casa durante este tiempo, el fallecimiento de su esposo el pasado lunes ha vuelto a rellenar los ríos de tinta que siempre han fluido con más o menos broza en torno a la socialite filipina.
Por si fuera poco, después de sus dos sonadísimos divorcios (el del cantante y el del aristócrata Carlos Falcó, marqués de Griñón), ahora Isabel Preysler ha perdido a su tercer marido tras una fulminante embolia pulmonar. Y como todo lo que sucede alrededor de la vida de Isabel Preysler adquiere una dimensión diferente (en Filipinas la apodaron goldfinger por sus habilidades de Rey Midas), su nuevo estado civil no iba a ser menos. «Le ha quitado el título de viuda de España a la Pantoja», observa la periodista Rosa Villacastín.
El dolor de la celebrity en el tanatorio madrileño de San Isidro, vestida de luto riguroso y cubierta con unas grandes gafas negras quizá no pueda compararse con la ecuación que supone, en España, ser tonadillera y perder al marido, de nombre Paquirri, en una plaza de toros. «A Isabel Pantoja no le quita ese título nadie», discute Paloma Barrientos, periodista y autora del libro Isabel Preysler, reina de corazones. Lo que está claro es que la nueva vida que se presenta para Isabel Preysler «va a aumentar sin duda el interés mediático por ella», valora Villacastín, una de las periodistas que más conoce de cerca a una mujer «que también es humana: hoy está destrozada».
Hola, «el álbum familiar»
La propia Rosa Villacastín estuvo comiendo con Isabel Preysler en su mansión de Puerta de Hierro el pasado mes de julio «qué mujer tan natural y tan accesible y cuánto gana en vaqueros y camiseta», opina y recuerda que, entonces, «toda su vida giraba alrededor de Miguel. Isabel no quería ni salir». Pero es lógico pensar que, tras el pertinente duelo «por el hombre que lo dejó todo por ella, por el que sentía amor y admiración, Isabel volverá a salir de casa y a hacer una vida normal». Además, su trabajo siempre ha sido «ponerse delante de las cámaras y lo tendrá que seguir haciendo. Tendrá que seguir cumpliendo con sus contratos», confirma Barrientos. Porcelanosa a razón de 300.000 euros anuales, sigue siendo punta de lanza de sus ingresos. «Por ella se seguirán peleando grandes firmas de medio mundo». Y revistas como Hola, el «álbum familiar», como la definió Tamara Falcó, la hija que Isabel Preysler tuvo con Carlos Falcó, que ya sabe lo que es cobrar una jugosa exclusiva... por enseñar su apartamento. «Siempre interesará lo que haga, y el primer día que salga a cenar como viuda será noticia, por supuesto», vaticina Barrientos. Lo que no es probable, gracias a su «mentalidad asiática», es que venda su tristeza en el papel cuché o en programas del corazón. «Es una mujer dura, hecha a sí misma, que nunca ha ido contando sus penas ni sus miserias. Que también las tiene», coinciden las dos periodistas.
«Hay Cosas que no se cuentan»
«¿La gente va contando por ahí que tiene un hermano drogadicto? Yo en mis entrevistas públicas no hablo de mis penas, esas las guardo para mí. Hay cosas que no se cuentan. No es una historia agradable». Así zanjaba Isabel Preysler la conversación con un periodista hace unos meses, pocos días después de que falleciera en Filipinas su hermano Carlos víctima de un cáncer y tras pasar varios años en prisión por estafa. No es la única tragedia en la vida de la celebrity. Otro de sus hermanos, Enrique, murió con 25 años en la habitación de un hotel de Manila por la mala combustión de una estufa y su hermana pequeña, Beatriz, con la que tenía una gran relación, falleció en 2011 a los 53 años por un cáncer. Un golpe, cuentan, del que Isabel nunca llegó a reponerse.
A la normalización de la vida de Isabel contribuirán todos sus hijos, «que son su vida», ilustra Rosa Villacastín. «Enrique pone siempre su avión privado a disposición de su madre y es seguro que Isabel pasará algunos días en Miami». También va a estar arropada, seguro, por Tamara y por Ana Boyer, la única que aún sigue viviendo en la casa familiar. Precisamente, esa es otra de las grandes cuestiones que ahora giran en torno al futuro inmediato de Isabel Preysler: ¿venderá la mansión? Bautizada en la época de la cruzada de Ruiz-Mateos contra Boyer como Villa Meona por sus 13 cuartos de baño, es todo un palacete con personal de seguridad, doncellas, cocineras y jardineros cuyo mantenimiento cuesta alrededor de 1.000 euros mensuales, calcula el periodista Juan Luis Galiacho en su libro Isabel & Miguel, 50 años de historia de España. La casa, que en los últimos tiempos estaba totalmente adaptada a las necesidades del exministro socialista, solía servir como punto de reunión para todos los hijos y para la anciana madre de Isabel, Betty Arrastia. «Pero ahora la casa va a estar vacía la mayor parte del tiempo y seguro que la acabará vendiendo. Ya se lo había planteado antes incluso de que Miguel se pusiera enfermo», apuesta Barrientos. Villacastín, sin embargo, está convencida de que Isabel Preysler seguirá instalada en Puerta de Hierro mucho tiempo: «No la venderá». La propia Isabel Preysler ya salió al paso hace unos meses para decir que la casa «ni está en venta ni es nuestra intención dejarla. Es el sitio de reunión de todos. Pero si Ana se va, ya veremos».
Mientras tanto, la también presentadora de televisión (como pone en su página de Wikipedia gracias a los seis programas de Hoy en casa que condujo en Telecinco a finales de los 90) también se volcará en grandes amigas como Cari Lapique o Carmen Martínez Bordiú, «que es como una hermana para ella y que... ¡además está soltera!», apunta pícara Rosa Villacastín. ¿Se volverá a enamorar Isabel Preysler? Nadie lo sabe pero, «aunque suene mal decirlo, se le ha abierto el cielo», señala Galiacho. «Con 63 años, Isabel está muy joven y aún tiene mucha vida por delante». Con Boyer aún enfermo, las malas lenguas no tardaron en afilarse cuando Isabel Preysler apareció junto al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, en el primer besamanos de los nuevos Reyes. «Ridículo, solo coincidieron allí, pero ni se conocen», sentencia Villacastín. La foto y su repercusión en los mentideros solo fue una prueba más de la misteriosa fascinación que despierta cada movimiento de Isabel Preysler. Parece que ella tiene la clave: «¡A lo mejor el misterio es que no tengo nada que decir!».
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