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Una pareja pide agua con gas en Café con libros, donde los zumos valen casi tanto como cuestan. «No nos ha llegado todavía», responde la camarera, curtida en excentricidades. «Pues una cervecita, ¿no?», propone él. «No son ni las doce», responde ella. Pero Rosa María ... Sardá nos enseñó hace años que nunca es demasiado pronto para una cerveza. «Sin una caña no empiezo», exigió la genial actriz catalana antes de asomarse al carrusel de entrevistas de siete minutos cada una que tenía cerradas con motivo de su Premio Málaga SUR en 2010. Más de una década después, huérfanos de la Sardá y de la antigua normalidad, son las once de la mañana y un manto grisáceo cubre el cielo hasta hacer caer las primeras gotas de lluvia. «Pero tenemos un plan B», tranquilizan desde la sala de prensa. No hizo falta porque las nubes huyeron poco después. En calle Ramos Marín, junto a la plaza de la Merced, se forman dos colas: una para acreditarse y otra para acceder a la comisaría de policía, con independencia de que algún acreditado acabe arrestado. No sería la primera vez. Cientos de invitados y periodistas pasarán por aquí estos días de relumbrón y trabajo, mucho trabajo. «Todo el mundo quiere venir a Málaga», comentan en Prensa: «Se nota que el sector necesita reactivarse». Hay ganas de festival, aunque sea pandémico y hasta pasado por agua durante unas horas que no se prolongaron: si hay algo garantizado, sobre todo en esta edición casi estival, es el sol.
Una furgoneta deja varios centros de flores en el Teatro Cervantes: «Para el photocall». Así se llama el escenario donde posan estrellas, aspirantes y pagadores, a veces haciendo contorsiones inexplicables que recuerdan a los catálogos donde las modelos parecen atacadas por una ciática fulminante. Pero en la floristería Miguel, al lado de Carlos Haya, las preocupaciones son otras y se afanan en la elección de anturios, heliconias, bananas, orquídeas, falsa pimienta, verde africano y eucaliptos. Con idéntica dedicación, pero sin insecticida, teje la organización un programa heterogéneo y tentacular, pensado para todos los gustos: hay más secciones en el certamen que plantas en los bonitos centros que lo decorarán. El secreto, en la jardinería y en el cine como en la vida, está en cuidar los detalles, aunque sea inevitable que se cuele algún hierbajo.
María José, profesora jubilada, ha elegido un mal momento para acercarse a comprar sus entradas. Pero no sale cariacontecida de la taquilla por la llovizna que ha fastidiado la vuelta que pensaba darse por el centro, sino porque muchos pases han colgado antes de la cuenta el cartel de 'No hay entradas' por las restricciones de aforo: «He conseguido una butaca para 'Un blues para Teherán', el documental de Javier Tolentino, pero quería tres. Era la última que quedaba». Al menos podrá ver acompañada 'Con quién viajas', la comedia protagonizada por Salva Reina y Ana Polvorosa. «Vengo todos los años», cuenta, «aunque en 2020 un poco menos». Porque no es la primera edición marcada por el coronavirus; ya el verano pasado, cuando nadie se atrevía a organizar eventos, el Festival de Málaga dio un paso adelante que alimentó el mantra de que la cultura es segura (ni un caso detectado) y ahogó los malos augurios de los más hipocondríacos.
«¿Te han hecho la PCR?», pregunta una trabajadora a otra: «Qué incómodo es». Aún quedan tabiques sensibles en la industria, después de todo. En un ejercicio de metaficción, un grupo de alumnos de la Escuela de Cine de Málaga espera a que se despeje el cielo para grabar una serie web sobre la tiranía de los castings. La protagonizan dos jóvenes promesas axárquicas, Victoria Díaz y Andrea Molina, que apenas llevan un par de años matriculadas pero ya han sufrido la perversión de los procesos de selección de actrices: «Yo una vez fui a uno y ni siquiera sé si era para un anuncio, una película o un corto». La serie, titulada 'Hazte un akemarropa', está dirigida por Pepe López («Se me están empañando las gafas con la mascarilla», avisa) y tiene entre su equipo a varios técnicos que han participado en 'Hombre muerto no sabe vivir', la película que el malagueño Ezekiel Montes presenta en la sección oficial: «Es la caña, ya verás».
De vuelta a Café con libros, Rafatal se toma un cortado con sacarina que no hace justicia a sus leyendas urbanas mientras conversa con María Utrera y posa para una foto. «Si lo llego a saber me maquillo», se lamenta el realizador malagueño, que presenta 'Una isla en el desierto', el documental en el que revisa el resquicio de libertad que la Costa del Sol, con Torremolinos como punta de lanza, abrió en plena negrura franquista. Entre mascarillas y restricciones, con el termómetro en la frente a la entrada de cada sala, parece tentador aferrarse al ancla tramposa de la nostalgia, pero en todos estos años hemos aprendido que pocas cosas hay más inútiles en un festival que la melancolía. Es tiempo de cine y cerveza. A la hora que sea.
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