
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Una noche, hace muchos años, Tecla Lumbreras entró al bar Catedral para tomar algo, sirva el eufemismo, junto a su pareja Alfonso y el ... artista Diego Santos. En el local había una exposición de vestidos antiguos, colgados en las paredes como cuadros. Y la ahora vicerrectora de Cultura de la Universidad de Málaga se quedó «flipada» con uno de color verde que parece pensado como un desafío a la discreción: «Pregunté al dueño si me lo podía probar y me quedaba perfecto, así que me lo compré». Cuando Rafatal la invitó al photocall de su documental, 'Una isla en el desierto', en el que participa, no dudó en abrir el armario para buscar aquel viejo vestido «como de los años cincuenta», con tocado floral incluido. Y allí se plantó Lumbreras, divertida y libre, dispuesta a posar como las actrices en el Hotel Miramar: una mano en la cabeza primero y leve caída de cadera después para terminar de lado, saludando a los fotógrafos. Al día siguiente, «perjudicada» porque la fiesta posterior que había organizado en el Contenedor Cultural se alargó hasta bien entrada la noche, relata su experiencia: «Me he dado cuenta de que, aunque aparentemente es muy divertido, los actores y sobre todo las actrices se lo tienen que currar muchísimo. Es duro estar todo el día expuesto, pero yo me lo pasé muy bien».
Además de Lumbreras, Rafatal supo rodearse de casi una veintena de clásicos de la cultura malagueña, desde Salvador Moreno Peralta hasta Alfredo Taján, de los más de treinta testimonios que trufan su proyecto, un grupo heterogéneo que llamó la atención de Andreu Buenafuente: «¿De qué película sois?». Al humorista, que ha venido a Málaga como productor de 'Maricón perdido', la serie de su colaborador Bob Pop, le fascinó la imagen ecléctica del conjunto, coronado por la irreverencia cromática y vital de Tecla, hasta el punto de interesarse por ver el documental, que explora la bocanada de aire fresco que la Costa del Sol, y especialmente Torremolinos, abrieron en plena peste franquista. También interviene en el metraje el periodista Paco Griñán, compañero de esta casa, en plena rehabilitación por una lesión que estos días le permite vivir el festival desde el otro lado, por mucho que le (nos) fastidie.
No era la primera vez que Lumbreras posaba en el mítico Miramar: «Cuando tenía doce años, hice pases de modelos con los vestidos que vendían mis tías en la tienda Piola». Menos habituado a estos saraos está Moreno Peralta: «No suelo venir porque abomino las aglomeraciones. Antes no me perdía ni una sola edición, pero desde hace tiempo cada vez salgo menos. Debe de ser cosa de la edad. Pero la ciudad está estupenda con el Festival, que conste». El arquitecto tiene escrita la historia de Torremolinos en la cabeza. Por eso echa de menos menciones a salas de fiestas como El Remo o El Mañana, aunque reconoce la labor divulgativa de Rafatal, «un tipo extravagante pero inteligente y educadísimo». Lo de hacerse fotos ya es otra cosa: «Yo llevaba un traje más discreto que la mayoría». Pero su presencia era casi obligada: firma el diseño del nuevo centro peatonal de Torremolinos, donde ha tratado de «erradicar la nostalgia» aunque a menudo le pregunten por los dorados años cincuenta y sesenta: «La dictadura necesitaba mostrar una cara amable, y además le venía bien el dinero que entraba por la Costa».
Pero no todo son sonrisas de photocall en el Festival. Durante la presentación del documental de Rafatal, en el auditorio del Museo Picasso, un corte en el turno de palabra desató un irónico enfrentamiento entre Taján, de lengua irrefrenable, y Domi del Postigo, que presentaba el acto e interrumpió al escritor, quien, como Lumbreras, también se compadece de los actores: «Ahora entiendo que se quejen de la promoción. Nos hicieron miles de fotos. Fue agotador pero divertido». Más desagradable resultó el reproche de un espectador a Dani de la Torre, director de 'Live is life', durante la rueda de prensa de la película, proyectada ayer en el Teatro Cervantes. Un joven acusó a De la Torre de blanquear el acoso al considerar que la banda sonora elegida para una escena no concordaba con el drama que desprende la situación narrada. Tras un incómodo intercambio de opiniones, De la Torre zanjó el debate alegando que hace las películas que quiere y cómo quiere, una oda a la libertad creativa en plena tiranía de la hipercorrección política que provocó un sonoro aplauso entre el público. El espontáneo abandonó el teatro y el realizador acabó emocionado tras presentar este relato idealizado de la amistad, escrito por su amigo Albert Espinosa.
Mención aparte merece la autenticidad del reparto de 'Destello bravío', la película de Ainhoa Rodríguez que revisa la vida de las mujeres en el mundo rural y que supone la primera incursión de sus actrices en el cine. «Ainhoa llegó al pueblo y lo puso todo patas arriba. Ella nos ha hecho actrices», declaró Carmen. «Somos mujeres de casa que dejamos los oficios para irnos con Ainhoa», confirmaba Joaquina. Por fin, sin trampa ni cartón.
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