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La de Roberto Enríquez, alias Bob Pop, es una historia de supervivencia; como la de todos, de algún modo. Comunicador nato y con seis libros a sus espaldas (pronto se reeditará 'Mansos', en Alfaguara) ha guionizado la serie de su vida, literalmente. 'Maricón perdido' se ... estrena el 18 de junio en TNT y está producida por El Terrat. Ahora se preestrena en el Festival de Málaga, con el director local Alejandro Marín y las entradas agotadas. Charlar con él mientras cae una tormenta es encontrar la luz entre las tinieblas.
–Debe resultar extraño ver su vida interpretada por otros.
–Es una sensación bonita porque enriquece todo lo que yo he vivido e inventado. Es una pasada.
–En la serie hay comedia, pero también mucho dolor. ¿Le ha servido de terapia?
–La terapia ha sido hacerlo y que no me doliera. No me podía dejar llevar por las emociones, soy muy de huir de las piscinas del dolor. No lo he vivido como algo personal. No hay un ápice de victimismo.
–No hay endiosamiento del que sufre.
–Es que el dolor no es una medalla. No nos hace mejores, al contrario, seríamos mejores sin dolor.
–¿Hay algo que le haya dado vergüenza contar?
–No, yo ya no tengo vergüenza. Me la he quitado con los años y con la enfermedad.
–En su vida ha encontrado gente que le ha hecho daño, pero también personas buenas que le han ayudado mucho.
–Yo reivindico la bondad. La de los desconocidos y la de los conocidos. Los afectos son fundamentales. La bondad siempre es pura. Hay personas que salen en esta serie y no lo saben. Es mi forma de agradecimiento a quienes han sido buenos conmigo.
–Ahora mismo hay una lona enorme en la Puerta del Sol con ese título, 'Maricón perdido'. ¿Finiquitamos 'maricón' como insulto?
–El título me lo dio Andreu Buenafuente porque lo decía su abuela. Me gusta mucho. Es muy de pueblo, y muy de apropiarse de un insulto. Hay un maricón que está perdido y que soy yo, buscando mi identidad. Es muy poderoso.
–¿Si volviera a nacer, y si pudiera elegir, volvería a ser gay?
–Sí, porque me ha enseñado muchas cosas. Ser maricón en mi generación te desclasa, te saca de tu cogollo, te libera y te ayuda a ver a la gente de otra forma. La cultura del colectivo tiene un punto de transgresión que además es divertido. Entre eso y ser un hetero aburrido, me quedo con ser maricón, aunque también hay gays muy aburridos, que se compran niños y los visten a juego.
–A su padre, que lo interpreta Carlos Bardem, no se le ve la cara en ningún momento de la serie. ¿Ha querido matarlo?
–Es una decisión consciente. Quería anular al padre, un borrado de la figura masculina paterna que es un señor que ya no vive y al que no querría volver a mirar a la cara, ni siquiera en la ficción. Hay mucha generosidad por parte de Carlos Bardem, porque renuncia a la gran herramienta de un actor, que son sus gestualidades.
–Con su madre es otra cosa. ¿Qué opina de la serie?
–Mi madre no ha visto nunca nada de lo que he hecho y no creo que vea la serie. Les da igual, les intereso muy poco.
–El Terrat es una factoría de humor sensible e inteligente, optimista, que está dando ejemplo a la gente doliente sin pretenderlo.
–Qué bonito. Es que no hay pretensión de ser portavoces de nada. Nos decimos mucho 'te quiero', nos damos besos, nos vemos cada día. He descubierto un grupúsculo hetero sensible, adorable y maravilloso. Hay mucho cariño. Hace años habría sido impensable y ahora, mira.
–Y cada uno con sus taras.
–Las taras funcionan muy bien para el humor, es un material de primera. La poeta Alejandra Pizarnik, en sus diarios, escribe: «El humor, ese gran encubridor». El humor sirve para hacer una cosa divertida con aquello que no es tan guay.
–La vida se derrumba y uno puede seguir riéndose o amando.
–Eso es fundamental. Yo reivindico el amor ahí, cuando la vida se derrumba, porque es cuando más falta nos hace y cuando más frágiles somos.
–En la serie se dice: «Vaya mierda de colectivo gay».
–Yo vivía en un pueblo y cuando llego a la gran ciudad (Madrid) descubro que también es un lugar hostil porque eres gordo y peludo, y tengo la mala suerte de que cuando yo arranqué a follar no estaban de moda los osos. La suerte de no haber gustado mucho en mi época es que no me contagié de sida. Pero estoy contento conmigo mismo. Llevo 18 años con mi marido y me siento bien con la vida que tengo. El modelo de sexo instantáneo y virtual es tóxico y tramposo, y nos sometemos a un territorio que nos deja muy expuestos. Es un mercado de carne; un catálogo de tetas, pero de tetas operadas. Creíamos que a través del sexo acabaríamos encontrando el amor, pero eso es como ir a que te saquen una muela en una carnicería. Mal.
Alejandro Marín nació en 1993 en Málaga, estudió en las Teresianas y, después de un cortometraje ('Nacho no conduce') y de un largo colaborativo con estudiantes de la ESCAC ('La filla d'algú'), ha logrado dirigir esta superproducción televisiva con Candela Peña, Alba Flores o Miguel Rellán. Todo un reto.
–¿Cómo termina un malagueño de 28 años dirigiendo una producción de este engranaje?
–Ha sido un regalo caído del cielo. Cuando terminé mi corto final de carrera, que también vino al Festival de Málaga ('Nacho no conduce') participé en el programa de óperas prima de la escuela. Me han seleccionado con una idea para un largo, 'Te estoy amando locamente'. Me subvencionan un 'teaser' para buscar financiación, uno de los productores de la serie se fijó en él en Sitges y le encajó para este proyecto.
–Casi sin experiencia, de repente se hace director de una serie con un equipo enorme.
–Ha sido una pasada. Creo que no voy a aprender tanto en tan poco tiempo nunca jamás. Ha sido como un máster en todos los sentidos. He tenido mucha suerte. Se contaba con eso, con que yo fuera novel, y me rodeé de un equipo con mucha experiencia pero, aunque suene redicho, me han arropado mucho. Bob ha estado en el rodaje todos los días.
–¿Ha intervenido mucho?
–Es su serie y es su vida. Para mí era muy importante que el creador estuviera contento conmigo. No ha sido incómodo, al contrario. Yo todavía estoy encontrando mi mirada como director y me resultaba absurdo 'engorilarme' con este tema. Me planteé disfrutar.
–Le voy a hacer una pregunta de folclórica: ¿Cómo ha sido rodar con Almodóvar?
–Sale en el capítulo final. Fue muy fácil. Era una secuencia de improvisación, no había diálogos escritos. Yo estaba asustado por el posible descontrol, pero para nada. Almodóvar es majísimo.
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