Blanca Portillo: «No soy la mejor, pero no me he equivocado de profesión»
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La última ganadora del Goya a la protagonista recibirá el Premio Málaga SUR del 26 Festival. Confiesa que ya piensa en dar el paso a la direcciónSecciones
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La última ganadora del Goya a la protagonista recibirá el Premio Málaga SUR del 26 Festival. Confiesa que ya piensa en dar el paso a la direcciónCoge al otro lado del teléfono con la sonrisa ya puesta. Se nota y no lo oculta. El Premio Málaga SUR del Festival, que se otorga en colaboración con este periódico y recibirá el próximo mes de marzo, le sienta bien pese a que ... esta actriz tiene ya el Goya –es la última ganadora a la protagonista por 'Maixabel'–, el Max, el Nacional de Teatro, la Concha de Plata de San Sebastián y la Palma de Cannes. Intérprete de una carrera impecable, Blanca Portillo (Madrid, 1963) es una grande que asegura que no es la mejor. Y lo dice sin falsa modestia, porque cuando se mete en un personaje intenta ser la mejor. Con el ego controlado, asegura que no morirá con las botas puestas en el escenario y que tiene ganas de debutar como directora de cine.
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–Enhorabuena por el premio.
–Gracias. Estoy muy feliz y contenta. Viendo el plantel de gente que lo ha recibido, una se siente muy especial. Estos premios tan grandes dan un poco de susto, pero me hace ilusión porque el Festival de Málaga es muy especial.
–¿Cuál es su relación con el festival?
–Tiene algo muy familiar y cálido con su seguimiento constante al cine español. Soy poco de alfombras rojas y de posados, pero en Málaga me siento bien.
-Creo que Marbella ha estado en el mapa de sus vacaciones recurrentes.
-Es un sitio que me gusta mucho y voy de vez en cuando. Es una ciudad que, a la vez, es acogedora y para disfrutar.
–¿Sabe que pondrá sus manos en el paseo de la fama?
–Ja, ja. Eso me encanta porque es como una cosa de niña chica. Voy a poner las manos y se van a quedar ahí para siempre.
–Por cierto, ¿cómo lleva la fama?
–No la llevo bien. Siempre digo que me encantaría tener un botón y cambiarme de cara cuando no trabajo para que nadie me reconozca. Yo me tengo muy vista y voy por el mundo con toda la normalidad, pero claro la gente te reconoce. Intento pasar desapercibida porque, en parte, mi trabajo es observar lo que hay a mi alrededor y cuando eres más reconocida pasas a ser la observada. No lo llevo bien, pero eso no quita que también es bonito recibir el cariño de la gente y que te reconozcan.
–¿Ya no le seguirán llamando Carlota, su personaje de '7 vidas'?
–Pues todavía sí.
–Pero si han pasado casi dos décadas desde que dejó la serie.
–El otro día en Bilbao, alguien detrás de un mostrador me dijo: «Pero si tú eres Carlota». Es increíble como personajes calan mucho y '7 vidas' marco mucho en una generación. Pero también hay chavales jóvenes que lo han visto en plataformas. Y eso significa que ha envejecido bien y que es una serie que sigue siendo muy divertida.
–El año pasado, vino al Festival todavía con mascarilla, aunque no era obligatorio. ¿La mantiene?
–Tengo contacto con muchísima gente y, como estoy haciendo teatro, si me pongo mala lo paralizo todo. Intento protegerme lo más posible. Las cosas ahora no están tan complicadas como estaban, pero protegerse está bien.
–¿La pandemia nos ha dejado esa prevención o miedo?
–Es más ser precavido que miedo. Todavía tengo un cajón lleno de mascarillas y no está mal usarlas, porque fíjate lo que está pasando con la gripe que está circulando con más facilidad.
–El pasado domingo nos dejó Agustí Villaronga, un cineasta que la dirigió en la obra de teatro 'El testamento de Maria'.
–Me cuesta hablar todavía, porque era mi amigo.
–La entiendo. Vayamos entonces a sus orígenes. Usted iba para azafata, ¿de aire o de tierra?
–De congresos y relaciones públicas. Desde niña me gustaba leer historias y estar con gente y relacionarme. Y con 17 años, me dije: voy a ser azafata. Y ahí coincidí con un profesor que tenía un grupo de teatro, del que estaba enamorada platónicamente porque era muy especial y me encantó entrar en su grupo de elegidos. Y ahí me di cuenta que eso era exactamente lo que quería hacer. Contar una historia que yo también vivía y rodeada de gente. Y el novio que tenía entonces, me dijo: eso se estudia. Y entre en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid (Resad) y hasta hoy. Han pasado 40 años, que me cuesta creerlo.
–¿Con 'Maixabel' además de un papelazo se quitó la espinita del Goya a la cuarta?
–Todo el mundo me decía que cómo era posible que yo no lo tuviera, pero era normal porque no había hecho tantos protagonistas ni tantas películas. Tampoco me angustiaba no haberlo ganado, porque ser nominada supone estar entre los cuatro o cinco mejores trabajos del año. No me quité la espinita, sino que este personaje fue más visto y se vio la calidad. Y me hizo ilusión porque tampoco esperaban que me lo fueran a dar.
–¿Interpretar a un personaje real es más complicado que crearlo desde la ficción?
–Es distinto porque hay que hacer un trabajo de investigación, pero hay un momento en que ese proceso termina y se empieza a crear un personaje. Y en eso Iciar me hizo sentir muy bien porque no tuvo nada que ver con imitarla, sino recrear su manera de sentir y pensar. Tuve muchos datos sobre los que construir el personaje, porque Maixabel es una mujer admirable. Tenía la responsabilidad de que ella estaba ahí para verlo y decir que ella no era así. Pero ha sido apasionante. Y tenerla a ella cerca ha sido maravilloso.
–¿Hasta esa película cómo había sido tu relación con el terrrosimo? ¿Le tocó de cerca alguna vez?
–No. Pero ha sido uno de los asuntos de este país que más me han preocupado toda la vida. Conocía el caso de Maixabel antes de rodar, pero tras meterme a investigar y conocer a gente que lo ha vivido en sus carnes, la visión que yo tenía se transformó. Yo lo veía en la distancia, pero cuando te metes y escuchas se te abre la mente.
–¿Y cuál es su postura actual?
–El otro día en Bilbao estaba en un hotel en el que había un congreso del PP y por un momento pensé que, hace 20 años, yo me habría muerto de miedo en ese hotel. Por fortuna, se ha terminado, pero todavía hay secuelas y heridas que hay que seguir curando. Aquello nunca debió ocurrir y mucho menos durar lo que duró, porque nadie salió ganando absolutamente nada. El camino de la violencia es el único que no se debe tomar.
–Está en esa edad en la que los papeles protagonistas de mujeres comienzan a escasear o a convertirse en secundarios. Usted sigue pudiendo elegir.
–Me siento muy feliz, pero también creo que se está produciendo un cambio en el papel de la mujer en el cine. Esto de que los personajes femeninos se convierten en secundarios o terciarios está cambiando en la medida que las mujeres tomamos protagonismo y nos atrevemos a escribir más sobre roles maduros que puede durar hasta los 80 años. En mi caso nunca me ha inquietado hacer un protagonista, lo que me interesa es que sea un personaje interesante.
–¿Se ve a los 80 años actuando?
–Pues lo veremos. Cuando mi cuerpo no me permita ponerme delante de una cámara con decencia, cerraré el chiringuito y me marcharé tranquilamente.
–¿Si llegara ese momento, se ve dirigiendo una película?
–No lo descarto. De hecho, es una de las cosas que me apetecería hacer y llevo un tiempo dándole vueltas. Tengo una productora de teatro que también podría producir audiovisual y estoy pensado en asumir la posibilidad de comenzar por dirigir un corto. En la producción y dirección de teatro ya estoy entrenada, mientras que en el cine hay mundos que no controlo, así que buscaré personas que me ayuden. Me planteo dirigir, nunca es tarde.
–Tiene pendiente el estreno de 'Teresa'. Otro gran papelazo.
–Que te toque un personaje como la santa es una suerte grande. Doy gracias a los dioses. Es un personaje con sus handicaps, ya que todo el mundo cree que la conoce y tiene su idea. Me he quitado todo eso y he llegado a ella desde un lugar más profundo. Tengo ganas de verlo.
–Todo un reto porque para muchos espectadores Teresa de Jesús tiene los rasgos de Concha Velasco.
–Superar las dificultades del camino siempre me ha interesado. Y lo de Concha es su personaje emblemático hasta el punto de que llegó a pedir que le dejaran de preguntar por ella porque parecía que no había hecho otra cosa. Hizo un trabajo magnífico. Así que yo lo que pido es que se olviden de ella por un momento porque las comparaciones son odiosas. Y con toda la humildad del mundo me he acercado a un ser humano que fue la bomba y cambió el mundo. Fue una transgresora, una mujer inteligente y sensible en un mundo absolutamente masculino. Fue una pionera y por eso es de las pocas doctoras de la iglesia.
–¿El ego es bueno o un mal aliado para el actor?
–Si asociamos el ego con la vanidad, creerte que eres mejor que otros y ser el centro, eso no lo tengo. Si hablamos del ego como autoconfianza y sentir que lo puedes hacer mejor, eso sí. Pero nunca me comparo y soy tan poco competitiva que hasta soy aburrida. Si hay un papel para el que hay cinco candidatas y siento que ese personaje me concierne, lo peleo, pero no porque crea que soy mejor que nadie.
–Pero en su gremio el ego anda desatado…
–Vive Dios… ja, ja. Pero también hay mucha leyenda negra y creo que está en todas partes, también en los periodistas.
–Vive Dios…no se lo niego.
–Tú ves. Lo de dar un codazo para ponerme yo está muy extendido. También hay gente en esta profesión que vive su trabajo con bienestar y alegría. La competición te lo imponen un poco desde fuera y te obligan lo que es un poco triste. Ahora, si alguien me dice que no valgo para esto, me sale eso que llamo el espumarajo de la soberbia porque de las pocas cosas que sé de la vida es que soy capaz de hacerlo. No digo que sea la mejor, pero no me he equivocado de profesión.
-Ya que se define como Rojiblanca Portillo, ¿es también Choliblanca?
-Sí. Como jugador, El Cholo Simeone fue importantísimo, pero como entrenador ha convertido el Atleti en otra cosa. Le debemos mucho y soy muy cholista.
-¿Ya no sois tan pupas?
-El entrenador ha dado un punto de autoconfianza, no de ego, que ha hecho que el equipo confíe en sí mismo. También hay etapas en la vida y algún día se tendrá que ir y no pasará nada, pero va a dejar un legado importantísimo en el club.
-Cuénteme eso de que actuando vio a su padre fallecido en el escenario.
-Fue haciendo Hamlet, al que se le aparece el fantasma de su padre. Mi relación con mi padre era muy especial porque murió cuando yo tenía 18 años, justo cuando entré en la Resad, y tenía una deuda pendiente ya que nunca pude decirle que quería ser actriz. Igual no le hubiera parecido bien, no lo sé, pero con el paso de los años pensaba si estaría orgulloso. No es una locura. Yo estaba actuando con ese personaje y lo vi varias veces entre las columnas del Matadero viniendo a ver la función.
-¿En qué cree Blanca Portillo?
-Puede sonar ingenuo, pero yo creo en el ser humano. Confío en nuestra capacidad para transformar el mundo en el sentido más positivo. Creo en eso.
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