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Por Francisco Griñán. 'Blanco verano' ** y 'A este lado del mundo' ****
Lo que esperábamos desde hace días llegó ayer con nombre propio. David Trueba volvió al Festival de Málaga. Por tercera vez. Rondó la Biznaga de Oro con 'Bienvenido a casa' (2006) y 'Casi 40', pero esta edición compite con la mejor película que ha traído al certamen, 'A este lado del mundo', un agudo e emocionante retrato de ese escenario singular y poco tratado en el cine que es Melilla y su condición fronteriza. El fin de Europa, el comienzo de África. O viceversa, según a qué lado del mundo nos situemos. Una cinta para hacerle la ola. La ola del Melillero, claro.
En la complicidad que despierta esta película tiene un papel capital su protagonista, Vito Sanz, al que ya habría que considerar de la familia del director ya que es el actor fetiche de Jonás Trueba, sobrino de David. Aquí da vida a Alberto, un ingeniero sosaina, pardillo y pasota que tiene pocas ganas de complicarse la vida, pese a que sostiene que su profesión sirve para arreglar cosas. Un ajuste de empleo lo lleva al paro, pero le ofrecen un proyecto donde acaba España para reformar la valla y evitar el salto de inmigrantes. Nuestro espantoso o salvador –según se vea– muro de Trump. Un punto caliente y polémico que Trueba no elude ni tampoco manipula. El director camina por la cuerda floja de las concertinas sin perder el equilibrio con la conciencia de que estamos ante una frontera irresoluble, por lo que pone el espejo tanto frente a los que se sienten invadidos como a los que tratan de entrar para escapar de la miseria. O frente a los que como su protagonista, lo vemos con distancia de telediario porque no vivimos allí.
La película tiene un tono entrañable y casi ligero, pero como suele ocurrir en el cine de Trueba, se encuentran muchas capas. Desde la más política hasta la más emocional, pasando por el punto canalla de la guardia civil encarnada por Anna Alarcón, la conciencia del arrepentido interpretado por Joaquín Notario y la comedia del cargo público y vividor que borda Janfri Topera. De hecho, la película respira también gracias a un humor soterrado y fino que recorre toda la trama desde ese momento inicial en el que Alberto sube unas escaleras corriendo a lo Rocky Balboa. Como preparándose para saltar la valla que le van a poner justo delante.
Por su parte, el cine latinoamericano no decepcionó, pero tampoco entusiasmó con 'Blanco de verano', ópera prima del mexicano Rodrigo Ruiz Patterson. Una madre separada y su dependiente hijo preadolescente viven una pequeña revolución en sus relaciones cuando entra en juego el novio de la mujer y el joven se siente un príncipe destronado. El síndrome de Edipo arde en el interior de este chaval como ese mechero zippo que el chico no para de encender instintivamente y que augura un freudiano calentamiento. Y hay fuego, aunque el filme nunca termina de explotar. Hay honestidad en la combustión interna de este triángulo familiar tan asfixiante como contenido. Tan contenido que acaba resultando demasiado distante y plano.
Por Alberto Gómez. 'Blanco verano' **** y 'A este lado del mundo' ***
Algo funciona mal en el cine español si David Trueba, uno de nuestros directores más talentosos, no estrena su última película en salas sino en su página web. También Achero Mañas, en el dique seco durante más de diez años, se quejaba hace unos días de la discriminación que sufren las películas independientes, arrinconadas por las televisiones privadas. Incluso Pedro Almodóvar, a quien no le faltan recursos para rodar, lo advirtió en enero al recoger su Goya a la mejor dirección por 'Dolor y gloria': «El cine de autor, el que se hace lejos de las plataformas, está en vías de extinción. Y necesita protección, porque es nuestro futuro». Trueba, un extraordinario cronista de la realidad, ha afinado más la crítica durante su visita a Málaga al señalar, en una entrevista de Oskar Belategui, una actitud generalizada «de colonizados audiovisuales felices» entre el sector, en referencia a los problemas de financiación y distribución que encuentran las historias contadas lejos del paraguas de gigantes como Netflix, que contrasta con la entrega casi impúdica de la industria a un sistema perverso que margina aquellos proyectos que no pasan por su aro.
La lectura también puede ser optimista: aún quedan cineastas consagrados dispuestos a promocionar sus películas como primerizos, negociando cada proyección en sala, pagando con marginalidad la factura de su libertad. Trueba, el más reconocido de todos ellos, presentó ayer 'A este lado del mundo', su regreso al festival tras la encantadora 'Casi 40'. Rodada en Melilla, relata la estancia de un ingeniero a quien su empresa encarga el diseño de un nuevo modelo de valla que contenga a los inmigrantes. «La línea entre el bien y el mal es finísima», dice uno de sus personajes en una frase que recoge el espíritu del guión, capaz de moverse entre el drama despojado de arrebatos lacrimógenos y el humor tierno que despierta su desganado protagonista, interpretado por un notable Vito Sanz. La película abre espacios de reflexión («Llevamos cuatro mil años igual: haciendo vallas y muros para proteger a los ricos de los pobres») pero huye de moralinas y descubre a una enorme Anna Alarcón en su papel de guardia civil. Sólo la parsimonia vital del personaje de Sanz, tibio hasta la irritación, lastra por momentos el metraje de esta recomendable película que desde hoy puede alquilarse en la web del propio director.
La propuesta latinoamericana del jueves vino de la mano de Rodrigo Ruiz Patterson, que firma una excelente ópera prima con 'Blanco de verano', la historia de un adolescente que ve amenazado su reinado en casa por la relación que su madre comienza a tener con un hombre. El realizador mexicano capta la ira silenciada del joven, sus ganas de prender fuego a todo, el descubrimiento amargo de que no es el centro del mundo. Un reparto magnífico y una propuesta visual en sintonía con el dolor y la rabia de su protagonista elevan la cinta por encima de cualquier otra película transoceánica presentada este año.
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