Análisis del crítico de SUR de 'Los europeos', de Víctor García León

Raúl Arévalo y Juan Diego Botto son una suerte de Alfredo Landa, Juan Luis Galiardo o José Luis López Vázquez diciendo aquello de «un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo» cuando acuden a Ibiza hastiados de la vida angustiosa de Madrid y deseosos de comprobar si el mito de la liberación sexual de la sueca o la francesa era cierto. Ambos actores, el primero como cansado oficinista y el segundo como hijo de papá, están estupendos, aunque Botto está sencillamente inconmensurable como seductor, canalla y amigo cómplice.

Aunque lo parezca, 'Los europeos' no revisa el cine evasivo del 'boom' turístico. El retrato de aquella época tiene el encanto del descubrimiento de un paraíso auténtico y primitivo -nada que ver con la industrialización del resort-, a lo que se une cierta envidia sana de ver en este agosto mutilado un verano de verdad, con cercanía social. Pero la historia no tarda en plantear la represión moral de la dictadura y, lo peor, la autocensura que provocaba en las propias personas el miedo ambiental por la falta de libertades. La alegría torna en desencanto, aflicción y melancolía de un tiempo que imponía la frustración de puertas adentro, aunque exportara la fiestera tonadilla ¡Qué vivaaaaaaa España! Curioso paralelismo con otra de las grandes películas de esta edición, 'Las niñas', que muestra esa misma opresión convertida en herencia retrógrada de un país ya era democrático en los 90.