«Un montador no puede ser vanidoso»

Una de las escenas más populares de la historia del cine, la que protagoniza el replicante Roy Batty en 'Blade Runner', es en realidad un remedo, una complicación de planos de otras secuencias que, en manos del montador de la cinta, quedó en la memoria de millones de espectadores. Y muchos conocen el nombre del director de aquella película (Ridley Scott), de su principal protagonista (Harrison Ford), incluso de aquella máquina de corazón humano (Rutger Hauer); pero a ver quién es el guapo capaz de nombrar al artífice real de aquel fragmento: Les Healey.

La montadora Teresa Font recordó ayer esa anécdota no para enarbolar el protagonismo del gremio, sino para reivindicar la capacidad de profesionales como ella para «solucionar problemas» en una película, siempre al servicio de quien se pone detrás de la cámara. No en vano, el trabajo de Healey en 'Blade Runner' se conoce en los círculos cinéfilos como 'el montaje del director', no como 'el montaje del montador'.

Y una demostración de humildad y pedagogía, de generosidad y prudencia brindó ayer Teresa Font poco antes de recibir el Premio Ricardo Franco del certamen. No pudo evitar un «¡Ay...!» acompañado de un leve suspiro al verse frente a las cámaras en el encuentro con los periodistas previo a la gala. «Acostumbrada a la soledad de mi sala de montaje...», dejaba caer Font, ganadora de un Goya y nominada en otras cinco ocasiones a los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, que colabora en la distinción concedida por el festival malagueño.

Con ese currículo y casi cuatro décadas de carrera, Font sabe que los focos de ayer constituyen la excepción de la regla. «Un montador no puede ser vanidoso. Siempre habrá por ahí un montador capaz de coger la misma película que tú y hacer mejor trabajo», sostuvo Font, artífice de la factura final de películas referenciales del cine español como 'Carmen' (2003) de Vicente Aranda, 'El día de la bestia' (1995) de Álex de la Iglesia y 'Jamón, Jamón' (1992) de Bigas Luna.

Un diálogo silencioso

«No puedes tener un estilo propio, la historia te indica cómo montar. Pasa muy a menudo, hay un momento en que la película te habla», compartía ayer Teresa Font, más cómoda en ese «diálogo silencioso con la imagen» que en una comparecencia pública rodeada de cámaras y micrófonos. «Ojalá supiera llegar al mejor montaje en el primero, pero no es así. Si fuera, dos y dos son cuatro, todos montaríamos igual», adujo Font antes de poner tierra de por medio frente a cualquier tentación de autoría.

«Nunca tenemos al director en nuestras manos, es su película. La primera vez que trabajas con un director a menudo tienen la sensación de desposesión», añadió Font antes de acotar: «En el rodaje no puedes repetir, pero en el montaje sí. (...) Mi experiencia es que se puede arreglar bastante. Siempre dicen que no, pero creo que sí».

Y, si tiene que elegir, Font prefiere trabajar con «material pobre de un director que tenga las ideas claras» antes que con muchos planos magníficos de un autor que no sepa dónde va. Es decir, qué quiere contar. «Nuestro trabajo es buscar soluciones», remachó Font, quien recordó su faceta pedagógica, de la que dio buena cuenta en su encuentro con los informadores.

«Cuando voy a la escuela no lo paso bien. (...) El montaje tiene una parte intuitiva muy importante, pero más importante que eso (la técnica) son las razones emocionales que te llevan a cambiar de plano», argumentó Font, para quien la sala de montaje se parece mucho a un confesionario.

Y lo que allí se dice, allí se queda. Palabras que se perderán, como lágrimas en la lluvia.