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Seres queridos

Alberto Gómez

Lunes, 25 de abril 2016, 01:24

De entre todas las bondades de este certamen (plagado también de despropósitos, no crean, aunque llegados a este punto quizá resulte necesario adaptar la reflexión que Moreno Peralta hizo hace algunos días sobre los museos: mejor con festival que sin él), de entre todas las bondades, decía, la que me parece más reivindicable es su condición de feliz paritorio para debutantes. Ayer fue el turno de Marc Crehuet, que trajo hasta la pantalla del Cervantes El rey tuerto, una original historia que arranca con el improbable pero genial reencuentro entre un policía antidisturbios y el antisistema al dejó sin un ojo por un disparo errado, o no tanto, durante una manifestación. Su reconocimiento como víctima y verdugo desata la locura en ambos, una explosión que el director utiliza para construir una notable comedia sustentada en el humor negro que este país parece empeñado en perseguir.

Crehuet somete a los cuatro personajes de la película a constantes humillaciones cómicas para dejar al descubierto su propia hipocresía, la galería de principios que creen inquebrantables y que durante el metraje se revelan como construcciones mentales debilísimas que sólo responden a la necesidad primaria, casi urgente, de sentirse integrados, que no es otra cosa que sentirse queridos. La cinta funciona como divertido retrato de la estupidez, hasta el punto de convertir el hermetismo de su puesta en escena, herencia de su origen teatral, en una simple anécdota, pero naufraga en sus escenas más panfletarias y en el innecesario afán de subrayar su vertiente crítica, de dejar clara la postura del director, quizá por miedo a parecer equidistante, respecto a ese fatal triunvirato de la actualidad patria compuesto por la crisis económica, la especulación y la corrupción.

«No puedo denunciar al sistema sin cuestionar mi complicidad con él», leo que dice Ana Rosetti en una entrevista. El rey tuerto parece escrita desde esa premisa, con un magnífico sentido del ritmo potenciado por interpretaciones que ya huelen a premio, especialmente en los casos de Alain Hernández y Betsy Túrnez. Menos certera, pese a su impecable producción, resultó la otra película proyectada ayer en la sección oficial. Manuela Moreno regresaba a Málaga, tras el fiasco aún por olvidar que supuso Cómo sobrevivir a una despedida, para presentar Rumbos, una cinta coral de historias cruzadas repleta de buenas intenciones pero lastrada por la batería de clichés que desprende el guión, por momentos más cercano a una recopilación de reflexiones de Paulo Coelho que al cine de autor al que aspira pertenecer. Un elenco soberbio en el que destacan Ernesto Alterio, Pilar López de Ayala y Carmen Machi y una dirección solvente y precisa redimen algunos de los tropiezos del filme, que nada entre el melodrama y la comedia romántica. Queda la agridulce sensación de que algunas de las tramas habrían servido como cortos más que notables, pero su unión, el previsible cruce de vías final, resta fuerza y verosimilitud a una película que, sin embargo, sirve para reconciliar a su directora con el festival.

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