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Juan Francisco Gutiérrez
Lunes, 25 de abril 2016, 01:44
Con el Festival de Cine, la ya de por sí estampada imagen dominical del centro de Málaga incorpora brocados no imaginados. El tinglado urbano del festín, con su rueda incesante de invitados y currantes, se suma al callejeo ocioso como un divertimento más. Un añadido a esa combinación compleja, polifónica, de figurantes en modo resacoso, holgazán o familiar.
Ayer todo el clan del Festival y su aparataje electrónico, del que hablaremos otro día, se mezcló desde temprano con docenas de familias, con la media Málaga que no se fue a la playa, con el cuarto y mitad de los turistas y con la mitad del cuartel de la Guardia Real que vino de visita. Así que hubo de todo: desde mochileros tumbados en La Merced junto a las taquillas y a Picasso, a mercadillos de antiguo; desde Farruquito y su familia a Elías Bendodo con la suya. Fue un desfilar diverso, pacífico, casi playero. Una combinación campal, florida si se piensa, tras la que no hubo heridos, que sepamos. No más allá de algún corazón roto por Rubén Cortada o Pilar López de Ayala; o alguna pena por perderse el festín galaico que ofreció el Gastroweekend.
A este estampado aporté mi granito pero no desde tempranito. Y no sin el obligado café bebido: sin nube doble no soy persona. Me perdí, ay, y no fui el único, el pase de prensa de El rey tuerto. Pero ya con la cafeína puesta vi a una familia madrugadora que, en comandita (padre, madre, hijos y sus respectivas libretas), pedía autógrafos al actor Alain Hernández, al que admiran por Palmeras en la nieve. Luego se fueron, supongo, a hacerse selfies colectivos a la alfombra roja. El cine español le debe mucho a la institución familiar, y no sólo por las palomitas, desde Alberto Closas a La tía Tula, de ese gran Miguel Picazo fallecido este sábado.
Otra gran prole de actores y actrices que se dejó ver (menos Julia Otero, que pone su voz) fue la de la película Rumbos, un trenzado coral de historias humanas, de almas que confluyen en sus ansias, temores y dolores. El Cervantes abarrotado disfrutó de esta saga amplia de personajes, con diálogos intensos pero algo familiares, y con grandes actuaciones como las de Machi, Albizu y un tierno Karra Elejalde. Y en ella también aparece Miki Esparbé, que en esta edición parece emparentado con todos los estrenos.
Para añadir más tela a la jornada, Santi Amodeo y otros hermanados colegas presentaron un libro de relatos cinéfilos. Y al compás, en el Museo Picasso, toda la familia flamenca vestida de domingo (con Eugenio Chicano y Marina Heredia, entre otros) dio un homenaje máximo a Manolo Sanlúcar, que ha hecho una serie para divulgar la complejidad polifónica del flamenco. «Si yo odiara a la guitarra me odiaría a mí mismo», sentenció el maestro. Como si estuviera mentando a alguien de su familia, vaya.
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