IRENE ORTIZ
Miércoles, 17 de agosto 2022, 08:06
Como un niño pequeño en sus inicios, jugando a perderse entre las miradas del público, danzando y «viviendo la vida igual que si fuera un sueño», Antonio Carmona devoraba el escenario con su música más rumbera y flamenca. No había quien le quitase la sonrisa ... de la cara ni le robase la energía del cuerpo, pues esa noche venía con ganas de hacer bailar a una Málaga que se moría de ganas de verlo cantar.
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Eran las 22.00 cuando el escenario comenzaba a pintarse de trajes flamencos de diferentes decorados. Entre taconeos y palmas, un grupo de 22 bailarines entraban y salían del escenario en diferentes pases. Con algún que otro «olé» y aplausos inmensos, daban paso a la primera invitada de la noche, una artista malagueña de pelos afro.
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Encarni Navarro supo hacerse con el auditorio. Buscando ese novio que sea «apañao» y que esté «bien colocao» consiguió levantar al público animándolo a bailar unas sevillanas y colocándoles una carcajada en la boca. Una letra jocosa que hacía danzar hasta a los focos de luz que acompañaban la escena. Y con un par de coplas, una rumba «muy bonita dedicada a esa mujer que queremos a rabiar» y un villancico, Encarni Navarro y su grupo de músicos consiguieron dejar el corazón de su público contento con ganas de más, que se saciarían minutos después con la voz y sonrisa de Antonio Carmona.
El Auditorio Municipal Cortijo de Torres estaba repleto. ¿Y cómo no iba a estarlo? Málaga sabía a lo que venía: a mover el esqueleto y a pasarlo en grande. Con chaqueta gris y pantalones de traje del mismo color, el cantante hacía una aparición «venenosa» muriendo en «los labios rojos» que se dibujaban en las butacas blancas de la pista. Y con un fuerte aplauso, desde el principio, el público le hizo saber que estaba muy contento de tenerlo cerca.
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A Antonio Carmona «le encanta la melodía que sale de su guitarra» y al público le encantan sus canciones. La mejor combinación para una noche de calor y cielo despejado, porque se suman componentes para animarse a bailar. Arropado por una Málaga hambrienta, «se dejaba llevar» al compás de unos acordes de guitarra que fluían al tacto de unos dedos escurridizos entre las cuerdas. Y recordando a su compañero Alejandro Sanz, junto con una luz violeta atenuada y una voz melancólica que encogía el pecho, pedía al público que no «perdieran la esperanza porque llegará».
Compartiendo escenario, vestida de negro y con un toque de color rojo en su cabello rubio, Marina Carmona, su hija, cantaba junto a él. Con una luna llena iluminándolos desde atrás, viajaban juntos por encima de las nubes entregándose mutuamente sus corazones y diciéndose «te quiero a morir» ante las miradas endulzadas del público.
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Y de repente, cuatro manos tocan una caja de música en medio del espectáculo. Invitando a los aficionados a acompañarle en ese juego de palmas, Carmona pedía a los técnicos que subieran la luz para poder verles las caras. Y también las sonrisas. Y juntos cantaban ese «Me maten». Sin llegar a morir, aunque quizás sí de amor, encadenaba con «Miénteme» que conseguía levantar a los espectadores de sus asientos y se animaban a bailar unas sevillanas junto a él.
Palmas. Más bailes. Vítores. Nuevos fanáticos se animaban al show. Abanicos arriba y vuelos de vestidos al viento. Como la voz de Carmona que se condensaba en el aire. Desmelenado con sus pases de baile, sus movimientos de cadera y sus zapateos en el suelo, el cantante gitano en cuestión de segundo se encontró con un público completamente rendido a sus pies. Casi podían tocarle con las manos. Se acercaban más al escenario para sentirlo cerquita. Como a él le gustaba sentir a su gente. Compartiendo su micrófono con sus coros malagueños que cantaban al unísono ese «Problema» de Ketama, devolvían la luz a esa «sombra que había perdido el alma».
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Los años parecían no pesarle. Con una «sangre nueva, indestructible» que corría por sus venas, compartía su energía y buenas vibras haciendo cómplice a su Málaga gitana de su locura. El público pedía que se quedara un ratito más. Pidieron otra. Y reapareciendo de entre el telón negro les concedió dos últimos temas. Y es que, ¿cómo no iban a querer más? Después de estar «tan a gustito» de la mano del flamenco granaíno, ¿quién iba a tener ganas de que acabara el concierto para irse a dormir?
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