Están siempre cuando se les necesita y para cualquier necesidad o antojo, ya sea dulce o salado. Son, más allá de las casetas, los cocineros oficiales de las calles del real. Además, su oferta gastronómica es más que variada y muchos llegan al sello 'gourmet' ... con creaciones de comida rápida que se degustan lentamente, a veces cuando el estómago ya no puede tolerar más alcohol y pide una hamburguesa Uranga.
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En este punto, la palabra clave ya está sobre el tablero: ¿Quién no conoce el famoso jingle de la hamburguesería más vistosa de la feria? La tradición de Uranga se remonta hace 44 años, cuando los padres de Mari Carmen Uranga comienzan con un pequeño puestecillo en la feria de Algeciras, concretamente el 20 de junio de 1978, una fecha que esta mujer tiene marcada a fuego en su corazón. Lo cierto es que el cariño que Uranga ha puesto durante toda su existencia a un trabajo más que sacrificado ya llega a la tercera generación, con Jonathan Viruel, el hijo de Mari Carmen. Aunque este feriante de 30 años se encuentra estudiando Criminología en Alicante, donde reside, no renuncia a la tradición familiar que tanta alegrías les ha dado. «Una vez un hombre me dijo: 'Llámame al móvil' y cuando sonó tenía de tono el anuncio de 'Hamburguesas Uranga'. Me reí mucho, pero tenía que mirárselo», comenta jocosamente.
De hecho, esta famosa cuña que se escucha en bucle por el real de la Feria de Málaga fue idea de su abuelo. «La escribió en un rato, es el primer eslogan que hizo y lo mantenemos, porque somos la primera hamburguesería de la feria, eso no puede cambiar», cuenta con orgullo. Sin embargo, la cara más oscura de la vida de la familia Uranga es el concepto nómada, aunque para ellos ya es más costumbre. Pasan fuera de sus hogares (Mari Carmen y su marido Fernando en Sevilla y Jonathan en Alicante) más de siete meses al año, aunque el tiempo restante lo pasan disfrutando de una cotidianidad a la que no tardan mucho en acostumbrarse de nuevo. Durante el año pasan por ciudades como Sevilla, Murcia, Albacete, Huelva o Córdoba y allí también resuena la tradición Uranga.
En cuanto a los cambios tras la pandemia, la familia cuenta que la subida de los precios ha sido «una faena» para ellos y aunque han subido 50 céntimos o un euro algunos productos, realmente no está compensado. «Hay productos que siguen igual, pero por ejemplo la hamburguesa de buey es carísima en origen, y es uno de nuestros platos estrella. Y ya lo típico, el aceite de girasol, que es una locura», cuentan.
Algo similar le ha ocurrido a Miguel García, uno de los impulsores del famoso El Paponazo fundado en 1989. Este año el empresario malagueño ha tenido más dificultad para encontrar patatas cultivadas en la provincia y, finalmente, las ha tenido que comprar a una empresa murciana. García lo achaca a la alta demanda, porque «puede haber como 30 puestos de patatas y es mucho volumen». «Hemos subido los precios entre 1 y 1,50 euros, no nos quedaba otra», comenta el empresario, que tiene varios establecimientos repartidos por Málaga en los que da trabajo a unas 25 personas. En la feria, concretamente, tiene siete empleados. «Ofrecemos un nombre, queremos respetar la tradición y darle mucha calidad a lo que ofrecemos. Tenemos muchos compañeros que venden patatas, pero a la hora de la verdad la venta fuerte la tiene El Paponazo por la variedad», explica risueño.
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Otro de los productos imprescindibles de cualquier feria son los buñuelos, y los de la franquicia malagueña 'El Boquerón' es la más conocida por su llamativa tipografía. Puri Gallardo y Antonio Guerrero, una pareja joven de Málaga, tiene uno de esos puestecillos que huelen muy dulce y que encantan a los pequeños y jóvenes. «En realidad estos puestos son todos los mismos, pero cambia la atención, y que ya ofrecemos sabores de Kinder, Ferrero o Galleta Lotus para acompañar los buñuelos», cuentan mientras Puri fríe algunos con mucha soltura.
Otro de los puestos de feria que se sale de la comida rápida es del de la familia de Ainhoa, El Maestro Coctelero, donde se pueden beber frescos mojitos y zumos de frutas naturales (con alcohol si así se pide). Esta joven de 21 años lleva toda su vida entre feria y feria y considera que es «un estilo de vida que te tiene que gustar porque es muy duro».
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Uno de los kioscos que atraen por su olor es el de Manolo Cabello, de los pocos que ofrecen garrapiñados hechos en el momento. Esta familia de Aguilar de la Frontera, de Córdoba, ofrece una experiencia de más de 50 años a sus clientes, aunque Cabello espera que después de su tradición ya no siga el negocio. «Esto ya no vale la pena, cuesta mucho dinero y cada día hay que pagar más, es muy sacrificado. Esta feria hemos pagado 4.500 euros por el puesto, lo que ganas se queda en las manos», explica este artesano mientras remueve las almendras en una olla con caramelo y la sonrisa henchida, a pesar de que lo que cuenta no es positivo. Sin embargo, sin ellos no existe feria y su oferta es realmente imprescindible.
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