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Héctor Barbotta
Lunes, 29 de mayo 2023, 02:08
Hay carreras políticas que empiezan porque un acontecimiento determinante sorprende al protagonista en el lugar indicado y en el momento preciso. El caso de Ángeles Muñoz es exactamente el contrario. Su acierto consistió en no estar en ese lugar en ese momento. El lugar era el despacho del entonces poco conocido notario José María García Urbano, en Estepona; el momento, la noche del 31 de julio de 2003. Ahí se habían reunido concejales de distintos signos para firmar un acta notarial para promover la moción de censura contra Julián Muñoz. El entonces alcalde de Marbella había ganado las elecciones apenas dos meses antes con una mayoría absoluta arrolladora, idéntica a la que en las tres ocasiones anteriores obtuviera su mentor, Jesús Gil, de quien tras llegar al poder se había distanciado.
Los ediles reunidos esa noche habían sido hasta entonces enemigos irreconciliables: ocho concejales del GIL fieles al ex alcalde, ya inhabilitado por la justicia, y ediles socialistas y andalucistas encabezados por los considerados azotes más mediáticos del gilismo, la socialista Isabel García Marcos (que no tardaría en ser expulsada del PSOE) y el andalucista Carlos Fernández. Sólo una portavoz de la oposición decidió no participar de la operación, organizada por Juan Antonio Roca para retomar el control en las sombras del Ayuntamiento de Marbella: Ángeles Muñoz.
Por aquel entonces, hace ahora 20 años, Ángeles Muñoz no era ni siquiera la jefa de la oposición. Después de una breve experiencia como concejala en Benahavís, su amigo Javier Arenas la convenció para que se mudara políticamente a Marbella, donde el PP no alcanzaba a hacer pie arrollado por el populismo de Gil. Muñoz aceptó el desafío. Muy apreciada como médica de familia en el centro de salud de San Pedro, donde atendía a dos mil cartillas, en el PP confiaban en que ese bagaje y sus innegables habilidades sociales le permitieran iniciar la recuperación de su partido. No fue así. En las elecciones de 2003 el PP apenas consiguió cuatro concejales.
Sin embargo, la convicción que la llevó a no estar donde no debía le permitió sentar la base de lo que sería su posterior carrera política. Todo lo que vino después -la 'operación Malaya', el encarcelamiento de concejales y empresarios y la disolución del Ayuntamiento- agigantó su decisión de no participar de aquella operación oscura. Cuando la ciudad volvió a ser llamada a las urnas tras aquel trance traumático, el PP ganó por primera vez unas elecciones municipales en Marbella y Ángeles Muñoz se convirtió en alcaldesa. A pesar de que ocupó otros cargos –fue directora general de Migraciones con Aznar y parlamentaria andaluza- aquella noche de 2007 entendió que ahora sí estaba en un sitio hecho a su medida y del que nunca se marcharía. Cuando en 2015 perdió la mayoría absoluta y un pacto a cuatro la desplazó del poder municipal, no se planteó otra cosa que recuperarlo. Apenas le llevó dos años.
De sus primeros tiempos al frente de un ayuntamiento devastado financieramente por el saqueo del GIL, sus colaboradores recuerdan una instrucción que la flamante alcaldesa dio a sus concejales y colaboradores para que actuaran como ella. «No tenemos dinero, hay que repartir besos».
Desde entonces la situación financiera del Ayuntamiento de Marbella mejoró, pero Muñoz no ha modificado el perfil de una política de cara amable pero implacable con sus adversarios, capaz de sobreponerse a cualquier dificultad y que impone a sus colaboradores un ritmo de trabajo extenuante que no conoce de horarios. Su principal arma, que la hace imbatible en las distancias cortas, es una inusual capacidad para adaptarse con su sonrisa perenne a cualquier escenario, desde el barrio más popular hasta los ambientes más pretenciosos de Marbella. Pese a la ausencia de una transformación de la ciudad que en el futuro pueda considerarse como el gran legado de su mandato, Muñoz ha sabido interpretar como nadie el orgullo con el que los marbellíes se miran a sí mismos, impermeables a las críticas y los juicios que llegan desde fuera.
Esa capacidad no la ha perdido ni siquiera con los acontecimientos que en los últimos meses devolvieron a Marbella al 'prime time' televisivo. Quienes más la conocen aseguran que ni el proceso judicial que involucró a su hijastro por narcotráfico y a su recientemente fallecido marido por blanqueo, ni las dudas lanzadas sobre el origen de su patrimonio hicieron mella ni en su ánimo ni en su dedicación casi obsesiva al Ayuntamiento, más allá del dolor que le produjo que todos esos acontecimientos se desencadenaran cuando su compañero durante más de treinta años atravesaba la etapa final de una enfermedad degenerativa que la convertiría en viuda con 63 años.
En su entorno afirman que nada de esto la ha cambiado, y que Ángeles Muñoz sigue siendo la misma que hace 16 años alcanzó un bastón de mando del que ni remotamente se plantea separarse.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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