Aterriza uno en mitad de la campaña con una sensación contradictoria. Por un lado, parecería que casi todo el pescado está vendido, que después del batacazo de Sánchez en el cara a cara —nunca subestimes a nadie— y a falta de conejos que sacar de ... la chistera en la recta final, avanzan los días hacia la inevitable victoria conservadora. Por otro, la forzosa cohabitación con Vox, que se perfila como la vía más probable de Feijóo hacia la Moncloa, tiene el potencial para introducir en el guion la única perturbación posible: que finalmente se movilice el elector progresista disuadido por los derrapes que suma el Gobierno de coalición.
Se le antoja a quien suscribe que en este contexto lo más importante de la campaña no es lo que digan los dos partidos principales, ni siquiera las promesas chulas de la candidata de Sumar —la herencia universal, el dentista gratis o lo que pueda añadir de aquí al viernes próximo—, sino hasta dónde llegará la prepotencia de Vox y sus portavoces. Para empezar, su líder pisó fuerte cuando, ante las críticas por las primeras censuras ideológicas aplicadas por sus flamantes concejales de cultura, replicó que dondequiera que tengan la responsabilidad harán –cito– «lo que nos parezca». No se le ocurre a este observador una actitud que pueda resultar más nefasta para la gestión pública de la cultura. Siendo notorio el sectarismo cultural de los nacionalismos esencialistas, así como el practicado por ciertos sectores de la izquierda, ya solo falta la censura reaccionaria para que se nos haga de noche.
Si ese es el plan, quemo gustosamente mis naves y dejo por escrito mi deseo de que la gestión cultural permanezca a salvo de quienes manifiestan tales intenciones. Y si alguien cree que tiene que darles alguna cartera, ruego que sea la de Cultura la última que se ponga en sus manos. Lo que este país necesita no es enconar la guerra cultural, sino reconstruir algún sustrato común desde el que negociar sus diferencias. No corresponde a los políticos decidir qué creaciones convienen a la ciudadanía, sino propiciar que el fruto del talento, sea cual sea el ideario de quien lo demuestra, pueda brotar y enriquecer el patrimonio de todos.
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