Cuatro fuerzas políticas van a dominar la escena política.

Tiempo de pactos

PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos van a protagonizar una nueva etapa con cuatro minorías obligadas a pactar de la primera a la última ley en el Parlamento. Un escenario nunca visto en la España contemporánea

Ramón Gorriarán

Sábado, 19 de diciembre 2015, 22:47

Un tiempo nuevo llama a las puertas con fuerza y la atravesará este domingo llevándose por delante viejos goznes y cerraduras. Será la mayor revolución política desde la Transición promovida por unos ciudadanos hastiados de los partidos tradicionales, minados por casos de corrupción y desprestigiados por unas prácticas endogámicas ancladas en el pasado. Todo apunta, sin embargo, a que el hartazgo no ha llegado a las cotas necesarias para barrer al PP y al PSOE, aunque sí ha alcanzado la altura suficiente para que irrumpan con desparpajo Ciudadanos y Podemos. La reflexión del italiano Antonio Gramsci de que una crisis estalla cuando «lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer», se cumple a medias porque lo viejo no acaba de morir y lo nuevo ha nacido, pero sin la fuerza suficiente para sepultar lo antiguo.

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Cuatro fuerzas políticas van a dominar la escena política y todos van a tener que aprender a convivir y pactar porque están condenados a entenderse. Será una legislatura de minorías minoritarias. Algo inédito en los 37 años de historia contemporánea del Parlamento porque en el palacio de la madrileña carrera de San Jerónimo siempre han campado mayorías absolutas o minorías casi mayoritarias. La política va a doblar el Finisterre del bipartidismo para adentrarse en la desconocida tierra del tetrapartidismo, en la que PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos deberán aprender a convivir.

Los dos partidos tradicionales deberán reeducarse porque no va a servir el desprecio a la oposición y el apaño con los nacionalistas para aprobar leyes y dar estabilidad al gobierno. Se avecinan años de grandes pactos, en los que la imposición y la rigidez estarán condenadas a dar paso al diálogo y la cintura. De no ser así, España será ingobernable y un adelanto electoral a media legislatura sería una hipótesis nada descabellada.

¿Un divorciado o un soltero en la Moncloa?

  • Entre las novedades que depararán las elecciones está el estado civil del próximo ocupante del palacio de la Moncloa. Albert Rivera está divorciado, tiene una hija y ahora tiene pareja. Pablo Iglesias está soltero, sin hijos y no se le conoce compañera tras la ruptura con la exdirigente de IU y ahora candidata de Podemos por Madrid, Tania Sánchez.

  • Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, en cambio, están casados y tiene dos hijos; el líder del PP, dos chicos, y el del PSOE, dos chicas. El primero contrajo matrimonio religioso, y el segundo se casó por lo civil cuando ya había nacido su primera hija.

  • De llegar el presidente de Ciudadanos o el candidato de Podemos a la residencia presidencial será una novedad en la Moncloa. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y el propio Rajoy llegaron al palacio con una familia tradicional a cuestas. La mudanza de Rivera o de Iglesias será una nueva señal de los nuevos tiempos que corren para la política. Aunque el secretario general del Podemos ya ha anunciado que prefiere vivir en su piso del barrio de Vallecas, y se resistirá cuanto pueda para no ir a la Moncloa. Un edificio que, por otra parte, tiene un efecto burbuja para sus inquilinos.

A tenor de lo prometido en la campaña electoral, la próxima legislatura será la de la reforma de la Constitución, de la ley electoral, de las leyes educativas, de la revitalización del Pacto de Toledo. Normas que requieren grandes consensos y mayorías muy cualificadas. No bastará con tener un voto más que la oposición para imponer la voluntad. El reto es que no existe costumbre de tejer alianzas tan amplias salvo para los acuerdos antiterroristas y poco más. La tradición es que el PSOE siempre opone a las iniciativas del PP sean las que sean y el PP, a las del PSOE. Ya no podrá ser así. Una reforma de la Constitución agravada, por ejemplo, necesita el voto favorable de dos tercios del Congreso, una mayoría que solo será alcanzable con acuerdos a tres o cuatro bandas, y con los grupos más minoritarios. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el PP, el menos entusiasta con la reforma de la Carta Magna, la pueda vetar si obtiene 117 escaños, un tercio de la Cámara. La cifra está a su alcance y tendría en sus manos una minoría de bloqueo.

Pero no parece que los tiros vayan a ir por ahí y los nuevos aires llegarán a todos para que la política deje de ser cosa de dos para convertirse en algo más plural. La campaña se ha encargado de demostrarlo. Los debates a dos, a tres o a cuatro, han adquirido un protagonismo como nunca; la intención de voto ha estado sometida a los vaivenes de una montaña rusa, al punto de que Ciudadanos tocó con los dedos la primera posición y ahora ocupa la cuarta, o Podemos, que viniendo de atrás, discute la segunda a los socialistas; la política de pactos, además, con todas sus variantes ha estado a la orden del día.

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Hasta estas elecciones, lo habitual era que la foto del comienzo de la campaña apenas difiriera de la foto final; ahora, el escenario del 4 de diciembre poco tiene que ver con el del 19. Solo una cosa ha permanecido inmutable en estas dos semanas, que el PP y Mariano Rajoy son los favoritos para ganar las elecciones aunque con una enorme hemorragia de votos. Pero gobernar será otro cantar porque por primera vez no está asegurado que el ganador vaya a instalarse en la Moncloa. «Nos vamos a acostar el domingo sin saber quién va a ser el presidente», comentaba en un momento de distensión de la campaña uno de los cuatro candidatos. La incógnita, además no se resolverá en un plis plas, van a hacer falta semanas de tensas negociaciones entre muchos interlocutores. Una incertidumbre que será el paradigma de la nueva era política que se avecina.

El juego negociador para la investidura tendrá una intensidad desconocida por estos lares. Si se confirma lo que dicen los sondeos y corroboran los expertos, Rajoy se va a quedar muy lejos de la mayoría, y nadie sabe cuantos votos va a necesitar para seguir al frente del Gobierno ni si el apoyo de Ciudadanos resultará suficiente para ello o si se embarcará en la siempre mencionada y nunca intentada operación de gran coalición con el PSOE. También ha cobrado cuerpo en los últimos días la posibilidad de que la suma de diputados de PSOE y Podemos, no necesariamente por ese orden, alcance para un relevo en la jefatura del Ejecutivo. Ni Rajoy ni Sánchez ni Iglesias ni Rivera saben cuántos escaños van a tener.

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Nada, por tanto, está decidido. Los dos partidos tradicionales han cargado en la campaña electoral con el lastre de unas marcas bastante desprestigiadas y hoy pagarán su desgaste con una brutal pérdida de votos y escaños. Los dos nuevos, por el contrario, han paseado por ciudades y pueblos el orgullo de marca sin pecado y hoy medirán hasta qué punto la ciudadanía recompensa a su irrupción en la escena política.

La tendencia está clara, pero se desconoce en qué orden quedarán los cuatro protagonistas. Una incógnita en la que tiene mucho que ver la abultada bolsa de indecisos. Hace cuatro años en vísperas de las votaciones uno de cada diez dudaba; en esta ocasión uno de cada cuatro no se decidirá hasta el último momento, y muchos en el mismo colegio electoral.

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El PSOE es una de las opciones para dos millones largos de dubitativos que no saben si votar socialista o a Ciudadanos y Podemos; también un millón y medio están en la encrucijada entre el PP o el partido de Rivera. Pero también hay quien se mueve entre dar la papeleta a los populares y los socialistas, y hasta entre Ciudadanos y Podemos. Casi todas las combinaciones tienen cabida en esta feria de las incertidumbres. A ella fían su suerte los dos grandes, esperanzados en que a muchos votantes les pueda a última hora el miedo a lo nuevo y desconocido, y sean fieles a lo viejo, pero conocido.

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