Casi todo lo que todavía nos parece que es el arte procede del siglo XVIII: por supuesto los museos, pero, entre sus mismas fibras, la teorización acerca del arte mismo. La institución museística nace a la vez que lo hacen la Historia del arte, la Estética y la Crítica de arte. Solo entonces, mediante estas confluencias, los objetos artísticos 'naturalizan' su ubicación en este espacio que los custodia y los muestra.
Pero claro que no basta con muchos metros cuadrados y un buen puñado de cuadros para que un museo lo sea. Para ello, es preciso aspirar a algo más. Porque tampoco hay museo sin el valor liberador que el humanismo atribuyó a la cultura crítica. Y hay que aspirar a lo que nos sigue faltando en esta ciudad: formación para estar a la altura de las creaciones que de verdad importan. Hay miradas que respetan y miradas que degradan. Los espectadores debemos saber respetar la complejidad de lo que recibimos. Y esta sí es una asignatura que queda pendiente. La de la dotarnos de altura comprensiva, de una mayor generosidad hacia lo nuevo y difícil. En este empeño, la Universidad –procedente también del siglo XVIII: me refiero a la libre, claro– comparte con los museos de bellas artes una misma identidad: la de la universalidad del conocimiento. Nos queda por aprobar la asignatura del no-ombliguismo, la de mirar fuera de lo local, saliendo y volviendo… El slogan de Málaga 'ciudad cultural' es, claro, un postizo más o menos resultón, porque lo que debiera buscarse con ahínco es que lo sean sus ciudadanos. Si no nos damos nuestros medios para desarrollarnos críticamente, lo de 'Málaga cultural' se queda en chiste de pegatina y firma en los toneles de El Pimpi.
Recuerdo ahora las muchas veces que he paseado por la plazoleta de la higuera, con el salón de actos, con la librería, con el aula didáctica… Sin estos otros espacios de nada serviría la colección –mejor de lo que parece, por cierto– que guarda ahora el Museo Picasso. Sin palabras en conversación, sin lecturas añadidas, la simple mirada ve menos de lo que las obras son. Nos falta formación, por parte de todos. Y buscar lo que no se sabe, tratando de ir más lejos. Exactamente hacia lo que podríamos llamar, con dos palabras relamidas, 'contexto cultural'. No sirve de nada que nos quedemos embobados ante el cartelón de Simonet y Lombardo, pero tampoco que el 'Guernica' nos deje estupefactos. Hay que hacer contexto, pictórico, pero también literario, filosófico, musical, científico. Alejarse un poco de la inmediatez de los fondos –pienso en los tres o cuatro museos de grosor que tenemos en la ciudad– y generar medios interesantes para entenderlos, comprenderlos, juzgarlos como objetos de cultura y no solo de fascinación para felices cruceristas.
De los políticos lo mejor que puede esperarse es que no molesten demasiado. Deben ser los responsables de estas colecciones alojadas en Málaga quienes afronten la tarea –ya lo están haciendo: José Lebrero desde que llegó– de enseñarnos a mirar con grandeza, esto es, sin disminuir lo que se nos da solo porque no lo entendemos. Porque los responsables de los museos deben cuidar de que las obras queden bien conservadas, pero también de que los espectadores sean tratados como merecen: dándoles los medios para que la experiencia estética –ella también es patrimonio que debiera protegerse- no sea sin más equiparable a la fila de turistas en la puerta.
El Picasso y la Aduana, cara y cruz. Por Antonio Javier López
Apenas un puñado de pasos, cuatro minutos de paseo y 350 metros mal contados separan el Museo Picasso del Museo de Málaga, inquilinos de postín en una de las vías más hermosas de la ciudad. Y sin embargo, ambos equipamientos pueden presentarse como la cara y la cruz de los museos gestionados en Málaga por la Junta de Andalucía. El Museo Picasso apura las celebraciones por su décimo quinto aniversario afianzado como el centro artístico más visitado de Andalucía y como auténtica piedra de toque de la transformación cultural, turística y económica de la capital. Del otro lado, el esperado regreso del museo provincial de Arqueología y Bellas Artes en el palacio de la Aduana sigue ofreciendo un despegue lento y dubitativo. A punto de cumplir su segundo aniversario en el edificio civil más importante de la provincia, el Museo de Málaga sigue sin poner en marcha su programa de exposiciones temporales (el acondicionamiento de los espacios destinados a estos proyectos ni siquiera ha salido a concurso) y su oferta cultural se mantiene en un perfil muy modesto.
Justo esa oferta cultural complementaria a su propuesta artística ha convertido al Museo Picasso Málaga (MPM) en un actor más que protagonista en la agenda malagueña. En estos quince años, el MPM ha ofrecido más de 800 actividades, desde los recitales de poesía a los conciertos, pasando por los ciclos de conferencias y los seminarios de ambición internacional como el reciente congreso 'Picasso e historia'.
De este modo, el currículum del MPM en estos quince años brilla tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo. En el apartado numérico destacan sus más de seis millones de visitantes y sus 51 exposiciones, asunto este último que enlaza con su potente programa de muestras temporales. Ahí se han combinado ambiciosos proyectos de producción propia como 'El factor grotesco' y la actual 'El sur de Picasso. Referencias andaluzas' con la llegada de propuestas de instituciones internacionales como 'La colección Pierre y Maria-Gaetana Matisse en The Metropolitan Museum of Art' (2007), 'Sophie Taeuber-Arp. Caminos de vanguardia' (2009-2010) y las más recientes dedicadas a Jackson Pollock (2016) y La Escuela de Londres (2017).
Un retrato menos favorecedor llega desde el Museo de la Aduana. De hecho, la historia del MPM se cruza con la del Museo de Málaga. El nacimiento del primero provocó el desalojo del segundo del Palacio de Buenavista y su recuperación en la Aduana motivó una potente movilización ciudadana El impulso cívico logró su objetivo –'La Aduana para Málaga'–, pero por el camino las colecciones de Arqueología y Bellas Artes permanecieron almacenadas durante 19 años.
Quizá por esa historia, las expectativas en torno al Museo de Málaga eran tan altas, dado también la imponente presencia de una sede con más de 18.000 metros cuadrados. No obstante, el balance del museo provincial deja hasta la fecha un sabor agridulce. De una parte, Málaga ha recuperado su museo más referencial e identitario, la institución que conserva su historia patrimonial desde la Prehistoria hasta el siglo XX. De parte del vaso medio vacío, el Museo de Málaga mantiene el rumbo casi al ralentí.
Un claro ejemplo de esa necesidad de impulso llegaba el año pasado, con la sorprendente decisión por parte de la Junta de cerrar la Aduana por las tardes durante la temporada alta turística y apenas siete meses después de la inauguración de este equipamiento que ha supuesto una inversión superior a los 40 millones de euros por parte del Estado. El Gobierno regional rectificó el pasado verano, pero la Aduana sigue requiriendo de un impulso más decidido por parte de la administración regional para convertirse en el centro cultural que podría (y debería) ser.
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