En política como en el sexo lo que aburre muchas veces es el guión, así que los candidatos se esfuerzan en colocar su minuto de ... gloria, ya sea visitando el puesto de mando de un incendio o debatiendo sobre lo que opina una vaca de las elecciones.

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Los politólogos saben muy bien que lo que mueve el voto, más que cualquier otra cuestión, son los sentimientos. Hay gente que es de un partido como de un equipo de fútbol y haga lo que haga siguen ahí, al pie del cañón, echándole la culpa de todos sus males al resto.

Pero para otros los sentimientos cambian y los favoritos, también. Recuerdo un reportaje publicado en este periódico en el que malagueños que habían votado a Vox en las andaluzas de 2018 contaban sus razones para el cambio, después de que el partido de Abascal entrara en el Parlamento andaluz con 12 escaños. Una administrativa explicó en pocas palabras lo que las encuestas no supieron pronosticar y que finalmente ocurrió: «Iba a votar a Ciudadanos y de buenas a primeras voté a Vox porque Ciudadanos ya no me convence». Y lo argumentó «No me va mucho la política, así que no me leí muy bien los programas. Ha sido un voto por el cambio y por dar por saco. Por lo menos, que haya alguien metiendo caña».

Ahí lo lleváis, politólogos.

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