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Como el animal político que ha demostrado ser, Teresa Rodríguez ha caído de pie después de cada uno de los empujones que le tenía preparada su corta pero intensa carrera. Lejos queda aquel vídeo junto a Pablo Iglesias, la escenificación de una ruptura en principio ... amistosa que supuso su salida de Podemos: «No hay un adiós, hay un hasta luego». Poco duró la cortesía. Cobijada en el último rescoldo crítico del partido, los anticapitalistas, y acusada de tránsfuga, Rodríguez fue expulsada del grupo parlamentario. Esperaban que entregara su cabeza, que claudicara. Pero ella tenía otros planes. Rentabilizó aquella traición desfilando por los medios como mártir de la nueva política, tan decadente como la vieja: su desalojo, como se encargó de repetir, se produjo mientras estaba de baja por maternidad.
Organizó su rearme con inteligencia de ajedrecista, pieza a pieza. Registró la marca Adelante Andalucía, con la que se había presentado a las elecciones de 2018, excluyó a las formaciones fundadoras (Podemos e Izquierda Unida) en el segundo gran desafío para Iglesias tras la salida de Íñigo Errejón y reclutó a suficientes militantes como para ultimar su asalto a las autonómicas, reconvertida ya en líder andalucista: «No vamos a ser nunca más la delegación andaluza de ningún partido estatal». Bajo ese mantra regionalista, cacareado durante toda la campaña, Rodríguez ha sorteado las dificultades de financiación y las amenazas finalmente frustradas de dejarla fuera de los debates.
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Francisco Jiménez
Casi nadie apostaba por ella. Por eso, para distinguirse de Por Andalucía, imprimió su cara en las papeletas de todas las provincias, un personalismo impropio de la humildad que suele desplegar, hasta el punto de introducir una tarea doméstica en la agenda de la jornada de reflexión: «Me dedicaré a poner lavadoras».
Su resistencia podría entenderse como una victoria, el triunfo con peor sabor de la historia. Porque Rodríguez mantiene su escaño, pero el proyecto que encabeza apenas ha arañado un sillón más en el Parlamento. Ni siquiera podrán formar grupo parlamentario, un fracaso grupal que, en una propuesta tan personalista, la candidata de Adelante Andalucía debería hacer suyo. Queda por saber si seguirá con su estrategia de presentar la marca a las elecciones generales para que Andalucía tenga un partido propio, como otras comunidades, en el Congreso de los Diputados. La mayoría absoluta del PP, sin embargo, aleja el fantasma de Vox de San Telmo. Rodríguez, con siete vidas, ya tiene otra tabla a la que aferrarse.
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