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Nunca ha escuchado hablar del Terral, pero sí lo ha vivido ya en más de una ocasión en su casa, en primera línea de playa en Pedregalejo. Melissa (prefiere no dar su apellido), 46 años, es el arquetipo del nómada digital, pues ha vivido y trabajado desde numerosos países de Europa y América. Y lo que le queda. Nació en Jamaica aunque su residencia habitual está en Holanda y llegó a la Costa del Sol por casualidad, para ayudar a un amigo.
Es autónoma y ejerce como asistente de producción para una web especializada en fotografía. También es DJ, pero con el Covid últimamente no ha tenido la oportunidad de pinchar en discotecas. «Mientras estuviera aquí tenía que seguir trabajando, a cualquier sitio que voy siempre llevo conmigo mi ordenador». Realmente nunca había pensado en Málaga como destino, pero reconoce que cuando llegó le sorprendió: «Me recordaba a Miami (donde también ha vivido), hace buen tiempo y las restricciones de la pandemia son menores que en otros países, por lo que pensé que sería mejor pasar el coronavirus aquí que en otro sitio donde tienes que estar encerrado en casa».
Primero se instaló en Marbella, luego en La Malagueta por un periodo corto y finalmente preguntó en la empresa La Recepción, especializada en la gestión de pisos turísticos, si tenían algún sitio para pasar un mes. «Estuve meditando si el Centro o Pedregalejo, y finalmente me decanté por el segundo porque estaba a 30 segundos andando de la playa. Pedí que el propietario me trajera una mesa de escritorio. Iba a estar en Málaga un mes y ya llevo tres», sonríe.
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Entre los argumentos que han hecho que se quede más tiempo, además de la calidad de vida, está el hecho de que unos amigos de Holanda se mudaron poco después que ella a la casa que habían comprado en El Palo, a 15 minutos de la suya. «¡Fue una coincidencia loca!», exclama. Con ellos pasó parte de la Navidad.
Para ella es muy fácil producir desde cualquier lugar del mundo, siempre que haya una buena conexión a internet. Años atrás el propietario de la empresa decidió que todo el mundo iba a teletrabajar, cerró la oficina y cada uno se fue a donde quiso en el mundo. «Así que cuando el Covid llegó para nosotros no supuso ninguna diferencia». A su juicio, trabajar desde Málaga es fácil y la conexión a Internet es buena. Desde muy joven está acostumbrada a moverse a nivel internacional: Miami, Inglaterra, Holanda, Nueva York, Portugal, Barbados... «Está bien pasar algunos meses en cada sitio para hacer amigos y conocer su cultura, su forma de vida y, sobre todo, su gastronomía», que es su mayor afición. «Me encanta el pescado en Pedregalejo y El Palo, sobre todo los boquerones fritos al limón» (lo dice en español, mientras que la entrevista discurre en inglés). También le pirran los espetos, las gambas al pil pil y el rabo de toro. «En Jamaica también hay aunque se cocina de distinto modo».
La vida no se para y en Málaga ha celebrado su 46 cumpleaños, en su bar favorito del Centro, el Mañana. Todavía no está segura de cuál será su siguiente destino. «Depende de las circunstancias del Covid, no sabes lo que va a pasar, pero espero continuar con mi trabajo y mientras disfruto Málaga, donde estaré al menos otros dos meses, para experimentar al menos parte del verano». Luego quizás vaya al norte porque es menos caluroso.
Su familia y amigos también viven repartidos por el mundo, entre Holanda, Estados Unidos y Reino Unido, la mayoría, aunque –de nuevo por casualidad– uno de sus hermanos se ha mudado recientemente a Estepona. Todos ellos se mantienen en contacto prácticamente a diario mediante llamadas, videollamadas y mensajes de Whatsapp. «A pesar de que vivimos lejos unos de otros somos una familia muy unida, me siento afortunada porque conozco a mucha gente que no soporta a la suya, mientras que mi sueño sería ir de vacaciones con toda mi familia».
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Para verse, normalmente le pagan el billete de avión a su padre para que venga a Europa, donde viven la mayoría de ellos. «Ahora estamos muy cerca, hace sólo diez años era muy caro llamarles pero con internet puedes estar en cualquier parte y seguir en contacto, incluso verlos con las videollamadas; doy gracias a Dios por la tecnología».
La parte negativa del modo de vida que ha elegido es que está constantemente disponible para trabajar, «y es estresante porque te pueden localizar en cualquier lugar y en cualquier momento. A veces, tienes que forzar un momento sin tecnología, tu cuerpo lo necesita, no mirar a la pantalla del ordenador sino a la naturaleza, al sol y al cielo». En cualquier caso, se siente afortunada de poder vivir donde ella quiera en cada momento, y ahora, por tener la playa a su disposición todos los días. «A veces voy a escuchar música y a bailar sola».
Como todo en la vida, el teletrabajo tiene pros y contras: «Por un lado, ganas libertad porque se puede trabajar desde cualquier sitio; pero también pasas mucho tiempo sola, y tienes que ocuparte de todos los gastos (sanidad, suministros, etc) porque no hay una oficina a la que ir y los costes suben para el trabajador. Este modo de vida no es para todo el mundo», concluye.
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