Carmen Liz es paraguaya, tiene 38 años y lleva 16 en España. Actualmente está en trámites para conseguir la nacionalidad. Siempre trabajó: al principio, como interna y después, como auxiliar de atención a personas dependientes o camarera de piso. Pero en vísperas de la pandemia ... se enteró de que estaba embarazada. «Ya tenía dos hijos y no entraba en mis planes», confiesa. Tras esa tercera maternidad cayó en depresión, «a causa del trabajo, porque veía muy complicado volver a encontrar empleo con tres niños pequeños», confiesa. Su temor no era infundado. «En una entrevista de trabajo me preguntaron por mis cargas familiares, les dije la verdad y el dueño de la empresa cambió la cara y me dijo claramente que eso era un freno para contratarme. Le convencí de darme una oportunidad, pero tres días antes de empezar, mi hijo pequeño enfermó y no pude ir el primer día. Se me cerraron las puertas», resume.Ahora, tras tres años que han sido muy duros económica y psicológicamente, Carmen está «motivada y activa» de nuevo. Acudió al SAE, que la derivó al servicio de orientación laboral de Arrabal-AID. Allí le han ayudado a reorientarse al sector del comercio, como era su deseo. Ahora está haciendo un curso de formación dual que incluye prácticas remuneradas como vendedora en la tienda Sabor a España. Tiene la esperanza de conseguir un contrato. «Me gusta este trabajo», afirma.
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En su vida anterior, Esther era asesora fiscal. Cuando quedó embarazada por segunda vez, esa vida terminó. Eran mellizas y una de ellas venía «con problemas»: una cardiopatía y una fisura labiopalatina (lo que antes se llamaba labio leporino) que la mantuvieron un tiempo ingresada en el hospital tras nacer. Ella alargó su baja maternal unos meses más y cuando se incorporó la despidieron. «Me hicieron un favor, aunque en aquel momento no lo vi así», afirma. Esther decidió no buscar trabajo y dedicarse a su hija; no sólo a cuidarla, sino a batallar desde la Asociación Andaluza de Fisurados Labio Palatinos por que en Málaga hubiera un equipo multidisciplinar para el tratamiento de estos afectados. La economía familiar se resintió con un solo sueldo (el de su marido), pero con austeridad y un poco de ayuda de los abuelos se las apañaron.Ahora que las mellizas tienen siete años, Esther ha vuelto a activarse laboralmente, pero ha decidido cambiar de profesión. «Eran muchas horas extra y quiero tener tiempo para mi familia». Así que a los 54 años, esta malagueña está en pleno proceso de reinvención profesional. Ha hecho un curso de diseño gráfico y ahora está en otro de desarrollo web. «Si me llegan a decir hace unos años que con mi edad estaría aprendiendo a hacer páginas web no me lo habría creído», afirma. Y sin embargo, aquí está, llena de ilusión por acceder a un sector tan pujante como el tecnológico. «Tengo muchas ganas de volver a trabajar y retomar esa parte de mi vida», confiesa.
Rafael tiene treinta años de vida laboral y el 90% de la misma ha transcurrido en almacenes como carretillero, reponedor y otros puestos. «Yo era bueno en lo mío. Me llamaban 'El Máquina', nunca me faltaba el trabajo. Hasta que me despidieron en la última empresa, fui a un supermercado a entregar un currículum y el encargado me miró y me dijo: '¿Tú cuántos años tienes?'. Cuando volví a casa me miré al espejo, me vi las canas, se me quitó la soberbia y me di cuenta de que ahora sí, me había quedado parado'». Rafael tuvo que empezar a buscar en otros caladeros porque en su sector, el logístico, le rechazaban por su edad. En verano encontraba trabajo en el aeropuerto o los 'rent a car'; los inviernos eran más complicados. Siempre ha vivido con su madre y un día, en 2018, le llamaron estando en el trabajo: había sufrido una caída. «Me la encontré ensangrentada, muy mal. Y dije: se acabó trabajar; me necesita. La cuidé hasta que murió, en julio del año pasado», cuenta. Tras su fallecimiento le sobrevino una depresión que no esperaba, «porque yo siempre he sido muy durillo con las emociones… Pero me quedó una pena muy grande», confiesa. En enero de este año, ya más recompuesto, Rafael retomó la búsqueda de empleo. Mientras sobrevive con el subsidio de desempleo para mayores de 52 años, que podría cobrar hasta llegar a la edad de jubilación, pero él quiere trabajar: «Con 400 y pico euros es muy difícil llegar a fin de mes. Con que me salga un trabajo de 800 euros, ya sería cobrar casi el doble».
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