Con el IPC por encima del 10% y el euríbor encareciendo ya las hipotecas, nada más lógico desde el punto de vista de los trabajadores que exigir un aumento de sueldo. A nadie puede extrañar que los sindicatos hayan centrado su punto de mira en ... los salarios, anunciando movilizaciones en todo tipo de empresas. «El objetivo es incluir cláusulas de garantía salarial en todos los convenios que podamos», advierte el secretario provincial de CC OO, Fernando Cubillos. Esas cláusulas implican, sencillamente, que si el IPC sube un 10%, los salarios también.
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¿Tiene sentido esta reivindicación desde el punto de vista económico? Respuesta corta: no. La respuesta larga la aporta Manuel Hidalgo, profesor de Economía en la Universidad Pablo de Olavide: «Es imposible no comprender que un trabajador pida un aumento de sueldo cuando todos los días vemos cómo suben los precios. Es razonable y justo; otra cosa es que se vaya a solucionar algo con esa subida. Lo que está pasando ahora, simple y llanamente, es que algo que comprábamos antes barato ahora es caro, principalmente todo lo que importamos. Eso significa que somos más pobres. Y porque me suban el salario un 10% no voy a dejar de serlo».
El «peligro» que ven los economistas en la subida de sueldos que demandan los sindicatos es que se genere «una carrera entre la inflación y los salarios»; un «círculo vicioso» que alimente la espiral inflacionista. «Esa carrera hace que por mucho que creas que estás ganando capacidad de compra, no lo estás haciendo, ya que esa subida de salarios se traducirá en seguida en una subida de precios, que en primer lugar se comerá tu subida de salario, con lo cual te quedarás igual, y en segundo lugar reducirá tu competitividad, con lo cual tu empresa va a dejar de exportar y el empleo va a caer», añade Hidalgo.
Manuel hidalgo
Profesor de Economía de la Universidad Pablo de Olavide
José Juan Benítez Rochel, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga, abunda en esta idea: «El peligro es que la situación desemboque en una lucha por mantener las rentas que provoque un espiral salarios-precios. Quizás una buena base de partida sea el reconocimiento de que nos hemos empobrecido. A partir de ahí surge la necesidad de que tanto trabajadores como empresarios acuerden cómo se distribuye la pérdida de renta. Si cada grupo insiste en mantener la renta que tenía antes de la subida de precios puede abrirse un escenario conflictivo que, en última instancia, perjudicaría al conjunto de la economía».
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No son los dos únicos que predican la necesidad de asumir ese empobrecimiento como inevitable. En su reciente tribuna '¿Estanflación a la vista?' publicada en este periódico, el catedrático de Hacienda Pública de la UMA, José Manuel Domínguez, citaba el siguiente argumento del editor económico del 'Financial Times', Chris Giles: «Europa necesita gastar menos en otras cosas, porque, como importadores netos de energía, el aumento en el coste del petróleo y del gas nos ha hecho a todos más pobres. Si esto no se reconoce, la demanda continuará excediendo de la oferta y convertirá un aumento temporal, predominantemente en los precios de la energía, en una inflación general más problemática y duradera».
Entonces, ¿la economía se va a ir a pique por subir salarios? No; sólo si suben mucho. Una subida moderada, como por ejemplo la que llevamos acumulada este año en los convenios colectivos pactados, que no llega al 3%, no es alarmante para los expertos. De hecho, en realidad este aumento implica una pérdida de poder adquisitivo para los trabajadores puesto que la inflación a día de hoy rebasa el 10%. «El riesgo estaría en acabar el año con subidas salariales del 7 ó el 8%, que es lo que probablemente va a marcar la inflación para entonces», añade Hidalgo.
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josé juan benítez rochel
Profesor de Economía Aplicada de la UMA
Para Benítez Rochel, la respuesta a si es conveniente subir sueldos este año es «depende»: del sector, de la empresa, de las expectativas de inflación. «No todos los incrementos salariales suponen necesariamente subida de los precios. Los precios se forman en cada mercado según los costes (laborales y no laborales) y los beneficios. Si, por ejemplo, suben los salarios al mismo ritmo que la productividad eso no implica un incremento de costes laborales. Además, si suben los costes laborales, pero disminuyen otros costes, no tienen por qué aumentar los costes totales de las empresas. Por último, si suben los costes totales la empresa puede optar por no aumentar los precios, aceptando una disminución de sus beneficios», reflexiona.
Hidalgo teme, en cualquier caso, que la presión hacia una subida potente de salarios sea cada vez mayor. «La conflictividad laboral va a crecer y acabaremos cediendo, y entonces lo que estaremos haciendo es alargar este proceso en vez de solucionarlo», opina, insistiendo en que lo que individualmente en este caso es razonable «económica o colectivamente no lo es».
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¿No tienen razón los sindicatos cuando dicen que si no suben los sueldos, caerá el consumo y entonces la economía tendrá un nuevo problema? Para Hidalgo, la idea es errónea de partida porque «estamos ante un 'shock' de oferta de manual y el consumo tiene que reducirse; no hay otra salida». «Imagina que el Gobierno dice: no queremos que se reduzca el consumo, así que le vamos a dar un cheque de 1.000 euros a las familias. Es lo que se hizo en los 70. Tienes una sociedad donde la inflación está subiendo, los salarios van al alza y, encima, tú metes presión desde el lado de la demanda a la economía, con lo cual los precios suben aún más», explica.
«Es difícil explicarle a la gente que si en vez de gastarse 60 euros en llenar el tanque de gasolina, se gasta 100, esos 40 euros que antes se gastaba en salir a cenar ya no se los puede gastar. Pero es lo que hay», apunta gráficamente el economista sevillano.
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Y si difícil es explicar que los sueldos no deben subir lo mismo que el IPC, de las pensiones ni hablamos. Sin embargo, subirlas al compás de la inflación no es del agrado de la mayoría de economistas, por decirlo de manera suave. «El Gobierno no puede subir un 10% las pensiones ese año: eso sería meterle 12.000 millones de euros más a un sistema que ya tiene serios problemas», argumenta Hidalgo, que echa de menos «algo de pedagogía» con este tema, pero asume que aquel que coja el toro de la sostenibilidad de las pensiones por los cuernos en España «se tendrá que olvidar de ganar las elecciones».
Benítez Rochel asume que mantener el poder adquisitivo de las pensiones es una «decisión política». «Ahora bien, el déficit público creciente (que alimenta una deuda también creciente) va a exigir, tarde o temprano, algún reajuste en las partidas presupuestarias. Si no, las pensiones deberán ser otras», razona.
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De igual manera resulta impopular decir que hay que mantener el salario mínimo intacto mientras todo sube, pero así es como lo ve el profesor de la Olavide. «Soy de los que creen que subirlo ha tenido más efectos positivos que negativos, pero creo que ahora está entrando en esa zona donde una subida continuada del mismo puede empezar a provocar una pérdida de empleo», opina.
josé manuel domínguez
Catedrático de Hacienda Pública de la UMA
En resumen, para los economistas el riesgo a evitar este año es que la inflación que hay ahora, que es de naturaleza temporal, pase a ser estructural. Y para conseguirlo las recetas a corto plazo no son agradables: no subir sueldos, asumir que nos hemos vuelto más pobres y reducir el consumo. Casi nada. «La inflación, si no pasa nada más, y eso hay que ponerlo en mayúsculas, tendría que empezar a moderarse más pronto que tarde. Pero por el camino hay que tener cuidado, equilibrar muy bien las cosas y no echar más gasolina al fuego», concluye Manuel Hidalgo.
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«La experiencia de los años 70 nos ilustra acerca de las posibles vías y de sus consecuencias. Aquellos países que combatieron las presiones inflacionistas con políticas de contención afrontaron un deterioro económico corto y poco profundo; aquellos otros que adoptaron una senda más acomodaticia acabaron con unas tasas de inflación persistentemente altas que requirieron de unas recesiones mucho mayores para poder erradicarlas», apunta José Manuel Domínguez en su tribuna, para advertir que podemos «estar alcanzando un punto de no retorno» a partir del cual «la psicología inflacionaria se extiende y arraiga».
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