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Estados Unidos vs China: estalla la gran lucha de titanes que nadie puede ganar

Estados Unidos vs China: estalla la gran lucha de titanes que nadie puede ganar

La guerra comercial que ha declarado Trump es la punta del iceberg de un choque mucho más profundo entre las dos superpotencias globales

Domingo, 13 de abril 2025, 00:04

Sobre el papel, Donald Trump vio clara su victoria en una guerra comercial con China. Echó un vistazo a las estadísticas comerciales entre las dos mayores potencias económicas y la ecuación parecía sencilla: por cada tres dólares de productos que Estados Unidos adquiere en el gigante asiático le vende solo un dólar. Con un déficit comercial de casi 300.000 millones, el magnate sintió que tenía un as en la manga y avanzó durante su campaña electoral que impondría a China un arancel del 60% con un objetivo doble: equilibrar la balanza comercial y lograr el retorno de la producción que se ha deslocalizado a Oriente.

Trump estaba convencido de que la mera amenaza bastaría para obligar al Partido Comunista a sentarse a negociar. De hecho, esta misma semana ha vuelto a verbalizar esa idea. «China quiere llegar a un acuerdo. Simplemente, no sabe cómo hacerlo, porque los chinos son gente orgullosa. Pero descubrirán cómo hacerlo», afirmó el miércoles. No obstante, a pesar de que Trump impone ya un arancel del 145% a todos los productos chinos, desde Pekín la respuesta no ha sido la que esperaba. «Lucharemos hasta el final», afirmó el portavoz del Ministerio de Comercio de China cuando anunció que respondía con un impuesto del 125% a los productos estadounidenses.

«No nos dan miedo las provocaciones, no nos rendiremos», añadió en X la del Ministerio de Asuntos Exteriores, Mao Ning, en un mensaje que acompañó de un vídeo en el que Mao Zedong, fundador de la República Popular, hablaba sobre la Guerra de Corea, que enfrentó a ambas potencias y acabó en tablas: «Nosotros no somos quienes decidirán cuánto durará esta contienda. Dependerá del presidente de Estados Unidos, porque, dure lo que dure, no claudicaremos», dijo el Gran Timonel entonces, y repiten ahora sus sucesores. «La causa de Trump no tiene el apoyo del pueblo y terminará en fracaso», afirmó otro funcionario de Exteriores, Lin Jian.

2,7 millones

de empleos se han perdido en Estados Unidos desde 2001 por el impacto de la deslocalización industrial a China, Según el Buró Nacional de Investigaciones Económicas.

De momento, Trump ha invertido el orden económico: la superpotencia que abrazaba el libre comercio se convierte en el país con las barreras de entrada más altas, mientras que un país que aún ondea la enseña de la hoz y el martillo aboga por la globalización y los acuerdos que eliminen impuestos. No es fácil manejarse en esta paradoja.

«Nadie va a ganar esta guerra», comenta a este periódico un empresario chino del sector textil que prefiere mantenerse en el anonimato. «A las empresas chinas nos va a hacer daño porque tendremos que buscar destinos alternativos para nuestra producción o reducir considerablemente los márgenes, pero podemos absorber el golpe porque estamos preparados. Ya comenzamos a diversificar durante el primer mandato de Trump, cuando inició la guerra comercial. En Estados Unidos, sin embargo, al consumidor se le puede atragantar el incremento de precios porque no está acostumbrado a sufrir», vaticina.

Interior de una fábrica china que exporta árboles de navidad. AFP

Luis Galán, fundador de la consultoría de comercio electrónico transfronterizo 2Open, es de una opinión similar. Concuerda con Trump en que «China ha manipulado las normas comerciales a su favor a lo largo de los años», pero considera que la belicosidad del mandatario estadounidense no le va a dar buenos resultados. En primer lugar, porque sin los productos baratos de China la inflación puede dispararse. Y, en segundo lugar, porque es poco probable que los aranceles logren la reindustrialización de la potencia americana. «Resulta complicado llevarla a cabo de manera repentina, ya que depende de clústeres de conocimiento, capital, tecnologías y otros factores que requieren tiempo para consolidarse», analiza Galán.

Recesión a la vista

Alicia García Herrero, economista jefe para Asia Pacífico Natixis, añade que «Estados Unidos pierde credibilidad en un momento en el que su economía va a entrar en una fuerte desaceleración cíclica, probablemente incluso en una recesión, con activos como el dólar sobrevalorados, con un enorme déficit fiscal y con cierta dependencia de inversores extranjeros». Pero señala que China también sufrirá porque «tiene una economía estancada con necesidad de exportar para mantener una tasa de crecimiento razonable». García Herrero calcula que sin el superávit comercial de un billón de dólares, China habría crecido menos del 3,5% el año pasado.

Así, la pregunta no es quién va a ganar esta guerra comercial sino quién va a perder menos. «Dependerá de quién consiga aislar a quién, y de las políticas de la administración Trump más allá de los aranceles -la posible reestructuración de la deuda, la devaluación del dólar, etc...-», concluye la especialista de Natixis.

La amenaza de los aranceles ha provocado que un 30% de las empresas americanas en China planeen su traslado a otros países, un porcentaje récord según la Cámara de Comercio de EE UU en China.

Trump quiere jugar al sprint, pero Xi Jinping prefiere la maratón. «China juega a largo plazo, con temple y cálculo estratégico. Trump, en cambio, va de farol en una partida de póker cortoplacista que no puede sostener, limitado por una interdependencia económica global que frena sus órdagos unilaterales. La moratoria arancelaria de 90 días lo dice todo: su agresividad es más show que sustancia», comenta Julio Ceballos, consultor de negocio en China y autor de 'El calibrador de estrellas'. «Mientras Estados Unidos improvisa y reacciona con bandazos, Pekín responde con firmeza, con una hoja de ruta clara, coherente y global: diversificar mercados, reforzar el consumo interno y proyectarse como socio fiable en medio del caos que emana de la Casa Blanca», apostilla.

Para Claudio Feijóo, catedrático Jean Monnet en Diplomacia Tecnológica, la batalla comercial «no es más que la punta del iceberg» de un choque que esconde cuestiones mucho más profundas: «Algunas tienen que ver con los problemas internos de Estados Unidos en su economía y su sociedad y otras con los desequilibrios entre Estados Unidos y China, que existe y es difícilmente sostenible, así como con el desafío que representa el creciente papel de esta última sobre todo en productos y servicios de alta tecnología».

En opinión de Feijóo, los aranceles de Trump «son una tirita» para tapar una gran hemorragia que tiene multitud de factores, desde un nivel de endeudamiento excesivo hasta una sociedad «sin un colchón que amortigüe el impacto de los nuevos desafíos». En definitiva, «se acercan peligrosamente las circunstancias para una crisis» y la guerra de Trump «no va a arreglar los problemas de Estados Unidos porque son sistémicos».

La robótica es uno de los sectores en los que China ha dado un salto cualitativo. Reuters

Por su parte, Feijóo subraya que, en esta situación, «China tiene que decidir si deja que su rival se consuma en sus contradicciones o si cree que es lo suficientemente fuerte para acelerar su proceso de declive arriesgando un conflicto bélico». Porque ahora la batalla está centrada en los aranceles, pero en el arsenal chino hay muchas más armas: desde el acceso a las tierras raras que controla en más del 90%, y que Trump quiere lograr de Ucrania, hasta el fentanilo que hace estragos entre la población estadounidense, y cuyos precursores químicos Pekín podría dejar de controlar, algo a lo que había accedido, precisamente, para evitar los gravámenes.

«China tiene cartas fuertes: controla las tierras raras, domina nodos críticos de las cadenas de suministro y posee buena parte de la deuda estadounidense. Puede mantener el pulso», apunta Ceballos. «Si esta guerra no se desactiva pronto, todos perderemos algo, sí, pero la reconfiguración global será inevitable y acelerará el declive estadounidense ya en curso. Y en esa nueva partida, quien mejor ha leído al otro es, sin duda, China», sentencia el consultor.

«Estados Unidos podría ser el mayor perdedor porque no solo pierde lo transaccional, pierde su liderazgo sobre el mundo. Tras el abandono en la guerra de Ucrania y en el comercio mundial, ¿qué países van a seguir su liderazgo? ¿No será incluso a nivel internacional la propia China un socio más fiable?», se pregunta Galán.

El dilema de Europa

Es una cuestión que también se plantea en la cúpula del poder de la Unión Europea. Y es evidente que la ruptura de los lazos que tradicionalmente la han unido a Estados Unidos puede impulsar un giro hacia China. Lo teme incluso el secretario del Tesoro de Washington, Scott Bessent, que, coincidiendo con el viaje de Pedro Sánchez a Pekín, el miércoles lanzó una velada amenaza contra esa estrategia, que equiparó con «cortarse el cuello». No obstante, la UE sí que trata de mejorar las relaciones con el gigante asiático.

15% de las exportaciones de China

tienen como destino Estados Unidos, que es el país que más productos chinos adquiere en el mundo. Como bloque, sin embargo, el principal socio comercial del gigante asiático es la Unión Europea.

«Estados Unidos está retrocediendo en muchos de los principios que han sustentado su enfoque del comercio y la inversión globales, lo que ha generado una incertidumbre económica global sin precedentes. Por lo tanto, China tiene la oportunidad de establecer un entorno empresarial que proporcione la estabilidad y la fiabilidad que necesitan los inversores», afirman desde la Cámara de Comercio Europea en China.

Y buena muestra de esta percepción es el anuncio el jueves del inicio de negociaciones para sustituir los aranceles que actualmente gravan los vehículos eléctricos chinos en el Viejo Continente por unos precios mínimos que reduzcan el peligro de competencia desleal. Esa apuesta por la liberalización de los mercados es la que algunos analistas chinos creen que debe redoblar su país para aprovechar la oportunidad que Trump le brinda para estrechar relaciones con nuevos socios.

Los productos electrónicos chinos serán de los más afectados. Reuters

Pero, para ello, Zhou Dongxu, periodista de la prestigiosa revista china Caixin, considera que Pekín debe continuar con la apertura al exterior que la ha convertido en superpotencia en vez de imponer aranceles en represalia. «Tanto la experiencia histórica como las circunstancias actuales ofrecen la misma receta para afrontar las tempestades actuales: profundizar en la integración internacional, fortalecer las relaciones de comercio exterior y preservar la confianza de los inversores», concluye.

No obstante, Feijóo vaticina que el cierre de las puertas estadounidenses a los productos chinos va a provocar problemas serios en todo el mundo: «La presión sobre Europa va a ser terrible. La de China para colocarnos su sobrecapacidad de producción, consecuencia de todas las ayudas y competencia interna en industrias, y la de Estados Unidos para que no ayudemos a China. Curiosamente es China la que más puede ayudarnos a reindustrializarnos moviendo su capital y su tecnología a Europa, pero tendríamos que ser muy hábiles para gestionar esto». Por otro lado, «el sur global también va a encontrarse con mucho producto chino, pero ya ha despertado y va a querer negociar algún tipo de transferencia de tecnología e industria», prevé el catedrático. «Estamos viviendo la maldición de vivir tiempos interesantes», apostilla.

China teme la ruptura del contrato social que legitima su régimen

China teme la ruptura del contrato social que legitima su régimen

Una de las ventajas de China en la guerra comercial con Estados Unidos es que su régimen autoritario no tiene que atender a las exigencias de una opinión pública que ha forzado a Trump a recular. Esa es una idea muy extendida entre los analistas occidentales. Sin embargo, no es del todo cierta. La legitimidad del Partido Comunista al frente de China depende de su capacidad para incrementar constantemente el bienestar de la población. Es un contrato social tácito que han respetado dirigentes y ciudadanos desde que el gigante asiático decidió desechar el maoísmo para abrirse al mundo. Concretamente, desde la masacre de Tiananmen, en 1989.

Así, la clase media ha crecido como nunca antes en la historia, la esperanza de vida ha superado a la de Estados Unidos, y el Gobierno se ha propuesto fortalecer el prácticamente nulo paraguas social mejorando la cobertura sanitaria y la cuantía de las pensiones. La renta per cápita se ha disparado y, con ella, un pilar económico poco desarrollado hasta entonces: el consumo interno que ha permitido crear multinacionales capaces de tratar de tú a las estadounidenses. De forma paralela, las ingentes inversiones en formación se han traducido en un salto tecnológico sin precedentes.

La juventud china ha vivido siempre en bonanza y desarrollo. EFE

No obstante, en este auge sostenido se ha producido una excepción que ha dejado entrever qué sucedería en caso de que el contrato social se rompiese. Sucedió a finales de 2022, cuando la población china, harta del profundo daño económico y social que estaba provocando la estrategia del 'covid cero', dijo basta. Multitudes se echaron a las calles para protestar directamente contra el Ejecutivo y su líder absoluto, Xi Jinping. Aunque la represión fue la primera respuesta, el Partido no tardó en tomar nota y en abolir la draconiana estrategia para combatir el coronavirus con encierros estrictos y tests diarios.

Desde entonces, China no vive su mejor momento económico. En los últimos quince años su crecimiento económico ha caído a la mitad, el paro juvenil se ha disparado a cifras récord, y el encarecimiento de la producción ha impulsado una deslocalización hacia países aún más económicos, como Vietnam, Bangladés o Indonesia. Y como a perro flaco todo son pulgas, el impacto económico de los aranceles de Trump puede tener repercusión en el ámbito social.

Cambio generacional

En el imaginario colectivo occidental, la china es una población paciente, sacrificada y muy resistente. Que ha sobrevivido a mil vicisitudes y se conforma con un bol de arroz. Y eso es así hasta los nacidos a partir de 1980. Porque desde la irrupción de los millennials, las nuevas generaciones solo han conocido bonanza. «Se han ido pareciendo cada vez más a los occidentales y han perdido capacidad de resistencia. Así se explica que hayan surgido corrientes contrarias a la excesiva competencia china, como la que llama a quedarse tumbado en el sofá», explica un profesor de Sociología de la Universidad de Fudan, en Shanghái. «Estamos desencantados, y ya no tenemos tanta confianza en el futuro como nuestros padres. Además, estamos más expuestos al mundo y vemos alternativas», explica Huang Fang, una joven de Ningbo.

El gobierno chino es consciente de que estos factores pueden obligar a reducir su beligerancia con Trump si el resultado daña la economía en exceso. Por eso, ya ha echado mano de la receta social que mejor le funciona: arengar el sentimiento patriótico. Y el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, se lo ha dejado en bandeja de plata con sus comentarios sobre los 'campesinos chinos' que tienen en su mano la deuda de la superpotencia americana. Las redes sociales se han llenado de comentarios irónicos sobre los orígenes del propio Vance y de críticas contra la arrogancia yanqui. Las llamadas a boicots como los que en otros tiempos han sufrido Japón o Corea del Sur no se han hecho esperar.

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