La figura de Isak Andic Ermay (Estambul, Turquía, 1953) cada vez se ha ido asemejando más a la de Amancio Ortega, el dueño de Inditex. Hasta 2006, año en que se incorporó al consejo de administración del Banco de Sabadell, fue un perfecto desconocido. ... Casi invisible para la mayoría de españoles, aunque cada vez más presente en sus vidas. Pero, desde entonces, se ha dejado ver en todo tipo de sitios.
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A bordo de su yate «Nirvana», valorado en 25 millones de euros, descendiendo por las escalerillas de su avión privado, esquiando en Baqueira Beret, donde tiene una de las mejores mansiones de la zona... Se ha fotografiado junto a las top models -Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Kate Moss...- que contrata para sus desfiles, de vez en cuando salta a las páginas de la prensa rosa por sus idilios con Adriana Abascal, Cristina Valls-Taberner o la estilista Zenaida Bufill y hasta figura en la «biblia» de los multimillonarios. Porque sí. Andic es un hombre rico, inmensamente rico. Según «Forbes», figura en el puesto quinto de las grandes fortunas del mundo, con más de 4.500 millones de dólares en su haber, junto a otras figuras como Amancio Ortega, su hija Sandra Ortega, Rafael del Pino o Juan Roig.
Como Ortega, su ambición tampoco tenía límites. El dueño de la segunda empresa exportadora de la industria textil española tiene en nómina a 12.211 empleados en un centenar de países, posee 2.598 puntos de venta, factura 1.619 millones y aspira a triplicar su negocio en el próximo lustro.
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De raíces sefardíes, aterrizó con su familia en Barcelona a finales de los años sesenta procedente de Turquía. Estudió en el American High School, pero a los 14 años descubrió su vena negociante y se puso a vender camisas hippies. Un tipo listo. Despachó dos modelos de seda por 900 pesetas, el doble de lo que le costaron en Estambul. «Mi única estrategia era luchar. Todo es posible si uno cree en ello», sostiene. Al cumplir los 18, fue a un concesionario de Seat y se compró su primer coche. Lo llenó de género y emprendió giras interminables por España. No regresaba a Barcelona hasta que vaciaba el coche. «Fue mi primera expansión», confiesa.
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Su primera tienda fue un puesto de apenas 16 metros cuadrados en un mercadillo de la calle barcelonesa de Balmes, donde vendía zuecos de madera. «Un par cada 20 segundos», calcula. Al no dar abasto, encargó un pedido bastante más amplio antes de que su proveedor cerrara por vacaciones. «Un día apareció un tráiler cuyo contenido triplicaba lo que cabía en la tienda», recuerda. «Vuelva usted mañana», le dijo al camionero. Y al día siguiente alquiló su primer almacén.
La cosa avanzó a una velocidad de vértigo. Tanto que decidió invertir su primer millón de pesetas en la importación de abrigos afganos bordados a mano. Se agotaron en una semana. También probó con ropa vaquera, que bautizó con su nombre y que vendía igualmente al por mayor, el origen de lo que fue, es y posiblemente siga siendo Mango. Durante muchos años, la cadena de moda no produjo ni una prenda en España. La central de Barcelona es un inmenso almacén donde la ropa entra por una puerta y sale por otra.
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El sabor del mango
Tras tantear su suerte empresarial en solitario, Isak abrió en 1984 junto a su hermano Nahman y su brazo derecho desde entonces y director general de la compañía, Enric Casi, una modestísima tienda en el Paseo de Gracia de la ciudad condal. Se llamó Mango. ¿Por qué? En un viaje a Filipinas, Isak quedó fascinado por el sabor del mango. También porque, según cuenta, se «pronuncia igual en cualquier idioma» y porque el registro mercantil rechazó las propuestas iniciales: Bubbles y Scooter.
Hermético, Isak cultivaba una vida saludable. Comía de forma equilibrada, frecuentaba los gimnasios y no fumaba. El esquí y los viajes eran sus dos grandes pasiones y tenía la costumbre de saludar a cada empleado por su nombre cuando va por las mesas de la fábrica.
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Aunque un accidente ha acabado con su vida de forma inesperada, él sostenía que le quedaba cuerda para rato. Aunque hace tiempo que comenzó a delegar en sus hijos. Nombró presidente adjunto a Jonathan, su primogénito, y Judit trabaja en la dirección creativa. Sólo la pequeña Sarah, estaba fuera de una empresa que arrasa en medio mundo. ¿El secreto del éxito? «Estamos atentos a la realidad y nos adaptamos a sus cambios rápidamente, ofreciendo la vanguardia de la moda al mejor precio», sostenía.
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