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Uno de los principales retos que tienen por delante las bodegas malagueñas es el progresivo arranque de viñedos. Hay que recordar que Málaga tiene una larga tradición viticultora y llegó a alcanzar las 120.000 hectáreas plantadas frente a las 3.000 que tiene ... en estos momentos. Han sido muchos los motivos que han llevado a la desaparición progresiva de estos cultivos. Entre ellos las dificultades propias del campo, que requiere de muchas horas de trabajo y una rentabilidad a veces escasa; la presión del olivar, ya que cada vez se planta más porque resulta más rentable; la sequía de los últimos años también ha influido y sobre todo, la presión urbanística.
Los viñedos más cercanos a la costa han ido poco a poco desapareciendo a favor del ladrillo, con terrenos rústicos reconvertidos en suelo urbanizable. Todo esto ha hecho que «el avance del sector no haya sido tan fuerte como esperábamos», según apunta el presidente del consejo regulador de las denominaciones de origen, José María Losantos, quien sin embargo no quiere ser pesimista a este respecto y cree que se ha conseguido «parar» ese arranque de viñedo.
Para German Luna, CEO de la cooperativa Virgen de la Oliva, que está entre las más potentes de la provincia, ahora el problema está en que «lo tenemos todo vendido y nos falta uva» debido a esa pérdida de terrenos.
En Manilva, Argimiro Martínez, responsable de la empresa Nilva-Enoturismo S. L. es testigo directo de toda esta situación. Su empresa ahora mismo gestiona unos terrenos de viñedo sembrados en una parcela de titularidad municipal a las afueras de la localidad, el Museo del Vino, en el centro de Manilva, que cuenta en esas mismas instalaciones con una pequeña bodega y la escuela taller Viñas de Manilva. Hasta hace muy poco en la empresa sólo estaba él y ahora acaba de contratar a una persona.
Argimiro Martínez llegó a Manilva desde Albacete por un tema laboral y se dio cuenta de la cultura de la viña que seguía manteniendo el pueblo, a pesar de que cuando el descubrió la zona, allá por 2011 «ya se habían perdido el 70% de los viñedos». En aquel momento quedaban en el municipio 150 hectáreas plantadas y ahora «quedan unas 70 u 80, se han perdido la mitad».
El problema, el avance urbanístico, sobre todo en los años del ladrillo, donde llegaron a venderse terrenos rústicos a 60 euros el metro cuadrado, cuando hasta ese momento habían tenido un valor de 6 euros. «Nadie que quiera invertir en una bodega puede pagar esos precios, no es tan rentable», asegura.
Aún así, él decidió apostar con su empresa por recuperar el cultivo en la zona y aunque no está siendo una tarea fácil, en ello sigue gracias al convenio con el Ayuntamiento y al enfoque turístico de su negocio. «Producimos entre 5.000 y 6.000 botellas al año y vivimos gracias al turismo, es nuestro fuerte».
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