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ANTONIO GUERREROANTONIO GUERRERO ES SOCIO CONSULTOR DE STRATEGYCO. PROFESOR DE POLÍTICA DE EMPRESA
Lunes, 24 de febrero 2025, 01:00
En un sentido amplio se entiende por inteligencia la capacidad para perseguir metas, planificar, prever consecuencias de las acciones y emplear herramientas para alcanzar la ... meta (A. Cortina), en definitiva, la capacidad para resolver problemas con instrumentos. De esta manera, hablamos de dos tipos de inteligencia artificial, la general, aquella que puede resolver problemas generales, pero la gran diferencia con la humana es su ausencia de intencionalidad, no puede darle significado al contexto. La IA podrá dar respuestas inteligentes, pero carentes del entendimiento genuino, el que da comprender el contexto, contar con valores, emociones y sentimientos, tan importantes en la resolución de problemas. El segundo tipo de IA, la especial, ejecuta trabajos específicos y realiza tareas concretas de forma muy superior a la inteligencia humana, porque cuenta con una inmensa cantidad de datos y algoritmos supersofisticados. Pero en ambos tipos, el elemento rector sigue siendo la inteligencia humana.
En plena efervescencia tecnológica podemos correr el riesgo de depender excesivamente de la IA. No dejamos de asombrarnos diariamente de lo que podemos hacer con la inteligencia artificial, del apoyo que nos supone para muchos procesos, del ahorro de tiempo en tareas repetitivas e incluso en muchas que no lo son. Sin lugar a duda, la IA es una herramienta muy valiosa, pero no es infalible, tiene sus sesgos y la información que nos reporta es la que ha recibido, produciéndose lo que se conoce como alucinaciones (resultados incorrectos o engañosos), o por manipulación intencionada (los deepfakes).
Tenemos que usarla, pero tenemos que aprender a usarla, porque, si bien, nos libera de tareas repetitivas y ganamos en productividad, también podemos correr el riesgo de perder o debilitar nuestra capacidad de análisis y pensamiento crítico. Si delegamos demasiadas decisiones a la IA nos haremos menos críticos y más conformistas. Todos sabemos en primera persona cómo ha influido la tecnología en nuestra capacidad de concentración. Cada vez nos cuesta más leer un libro o un artículo largo. Nos ponemos a trabajar y terminamos haciendo distintos trabajos a la vez sin concentrarnos en ninguno. Tal vez, si como dice la psicóloga M. Wolf, «somos como leemos», una forma distinta de leer acuña una forma distinta de pensar, si la lectura profunda es indistinta del pensamiento crítico nos estamos condenando a la superficialidad.
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