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A. H.
Domingo, 29 de diciembre 2024, 11:04
Joseba M., de 54 años, conoció a O.R. a través de una agencia inmobiliaria. Él se dedica a hacer reformas en viviendas. Hace años compró un piso de más de 200 metros cuadrados a un precio de chollo en la calle Hurtado de Amezaga, ... en pleno centro de Bilbao, y lo reformó a todo lujo. Estuvo viviendo allí unos años hasta que él y su familia decidieron trasladarse «a una zona más tranquila». Entonces, necesitaba vender el piso para hacerse con una casa y lo alquiló con derecho a compra.
Cuando vencía el plazo y había que firmar las escrituras, quedó con el comprador, con el que había llegado a entablar una relación porque sus hijos jugaban a fútbol en el mismo club. Habían firmado una cláusula según la cual si él se echaba para atrás, debía pagar 180.000 euros. El 30 de julio de 2020 ambos tomaron un café, y sobre las once y media de la mañana se dirigieron a la vivienda con la excusa de que O.R. tenía que pagarle unos atrasos del alquiler. «Él abrió la puerta y me dijo: «¡Entra! Como si estuvieras en tú casa». Entonces, «me vinieron tres tíos encapuchados pegándome por todos los lados y me arrastraron hasta el sofá». Mientras era apaleado, escuchó cómo O.R. le decía desde el fondo «no te resistas que va a ser peor» y ya no volvió a verle. «No me dio tiempo a hacer nada. Me amordazaron y ataron con bridas de pies y manos para que no me moviera». Le arrebataron el móvil y le pidieron el número PIN para enviarle en su nombre un whatsapp a la empleada de la inmobiliaria advirtiéndole de que no hacía falta que fuera al notario.
De ahí le llevaron en volandas hasta el cuarto de baño de la habitación principal. «Me colocaron de rodillas y contra la pared, con el cañón de la pistola en el cuello y la espalda». Joseba «no entendía nada» y les advertía como podía, con la mordaza en la boca, de que «os estáis equivocando. Yo no tengo dinero. No soy nadie, me dedico a obras pequeñas. Soy un obrero». «Daba por hecho que no iba a salir vivo de allí, de que me iban a matar porque él lo había hecho a cara descubierta».
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Le retuvieron durante unas tres horas. «Se me hizo eterno». Hasta la hora del cierre de la notaría. O.R. había firmado un poder para que su lugarteniente le representara en la firma de escrituras. Al acto sólo faltó Joseba y el notario redactó un acta. «Yo no pensaba en la casa, me daba igual, la verdad. Lo que más me dolió fue que me enseñaron en un móvil fotos de mis hijos saliendo del colegio, lo que significaba que les habían estado vigilando, mientras apuntaban hacia ellos con la pistola. Si denunciaba, les iban a matar».
Antes de huir, los matones le dieron unas instrucciones: «Sube al quinto piso, te tumbas en el suelo boca abajo y cuentas hasta 100». «Tenemos contactos en la Policía. Si denuncias, lo vamos a saber», le intimidaron.
Cuando pudo levantarse, Joseba llamó a su mujer, fue a buscarla y la llevó a Artxanda, donde, muerto de miedo, le contó lo que le había ocurrido. Un abogado le convenció para que denunciara. Lo vivido después ha sido un auténtico calvario. Ha pasado dos años sin pegar ojo, yendo con un cuchillo por la calle. Contrató a una persona para que vigilara su casa por las noches y no dejaba salir a sus hijos a la calle. Se define como un «muerto en vida». Además del daño económico. «Me han arruinado. He tenido que pedir un préstamo. No tengo más patrimonio que ese piso». «Quiero verle en la cárcel, nada más», proclama.
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