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Nuria Triguero
Martes, 31 de enero 2017, 00:33
Si hay una provincia en Andalucía que necesite una estrategia para relanzar la industria, ésa es Málaga. Según la última Encuesta de Población Activa, sólo un 5,7% de su población ocupada (32.300 personas) trabaja en el sector secundario. Sólo hay cuatro provincias en toda España con menores porcentajes de empleo industrial: Ceuta, Las Palmas, Melilla y Santa Cruz de Tenerife. La media nacional es del 14% y en el País Vasco se llega a alcanzar el 30%. Si lo que se compara es la aportación del sector secundario al Producto Interior Bruto (PIB), la conclusión de que Málaga está a la cola en desarrollo industrial es también inevitable: en Málaga genera el 5,9% de la actividad económica, cuando la media española es del 15,8%.
¿Qué tipo de fábricas puede plantearse atraer Málaga? Está claro que los altos hornos o las industrias pesadas no son actividades deseables en una provincia que tanto depende del turismo. La fabricación de productos de bajo valor añadido también queda descartada, puesto que hay países mucho más baratos para ello. Lo más inteligente sería aprovechar el tirón de actividades que ya existen. Las nuevas tecnologías, el sector agroalimentario y las actividades vinculadas al mar y al Puerto pueden ser buenos puntos de partida.
De hecho, cuando se cuestiona a la Junta qué industria considera estratégica para Málaga, su apuesta es la tecnológica, con el PTA como referente. No obstante, hay que recordar que no todo es oro lo que reluce en este sector, pues la mayoría de empresas del sector tecnológico son de servicios, no industriales. Las industrias electrónicas de Fujitsu, Epcos-TDK, Mades o Premo son las excepciones a esta regla, que se aplica también al sector aeronáutico en Sevilla y Cádiz se concentran las empresas que participan en la fabricación de los aviones, mientras que en Málaga se orientan más al software y la ingeniería.
Por su parte, la industria agroalimentaria se ha ganado a pulso la consideración de uno de los sectores más pujantes y con más potencial de la economía malagueña gracias a su vocación exterior. Y la llamada economía azul, ligada al mar, factura ya más de 50 millones de euros anuales.
El peso de la industria ya era escaso en Málaga antes de la crisis, pero ésta le puso la puntilla. Según estiman los sindicatos, entre el 30 y el 40% de la actividad que había en 2008 desapareció tras el batacazo. Y este cálculo es incluso inferior a la destrucción de empleo que se ha producido: en 2008 llegó a haber 50.000 personas trabajando en fábricas en Málaga y en 2014 apenas se superaban las 21.000, según la EPA. El desplome de la industria auxiliar de la construcción, que en Málaga ha tenido gran protagonismo, tuvo mucha culpa.
Recuperación
Con todo, últimamente hay motivos para la esperanza. El año pasado Málaga ha asistido a una recuperación intensa del empleo industrial, con 9.600 puestos de trabajo generados en doce meses que, puestos en relación con el pequeño tamaño de este sector, representan un crecimiento de nada menos que 42%. De hecho, el sector industrial ha sido el que mejor comportamiento ha tenido en la provincia en 2016 en cuanto a generación de empleo y bajada del paro. Con este tirón, la provincia ha recuperado buena parte del empleo industrial perdido desde 2008, pero no ha conseguido salir del vagón de cola en el ranking nacional: ha subido sólo un peldaño y, en vez de estar la cuarta por la cola, ahora está la quinta.
¿Cuáles son las grandes industrias de Málaga? Un primer grupo lo forma la electrónica, con factorías veteranas que han sabido reciclarse para fabricar productos de alto valor añadido: Fujitsu, Mades (antes Raytheon), TDK-Epcos y Premo. En el capítulo de materiales de construcción el referente es Financiera y Minera con su cementera de La Araña. En el sector agroalimentario, a clásicos como Mahou-San Miguel, Famadesa, Dcoop o Faccsa-Prolongo se ha sumado en la última década el pujante lobby axárquico con Trops, Montosa o Reyes Gutiérrez.
¿Por qué Málaga debería aspirar a tener más fábricas? No hay una sola razón, sino muchas. En comparación con otro tipo de negocios, se trata de actividades menos volátiles, más estables y que generan mayor valor añadido. Además, por su elevada exigencia de inversión, su vinculación con el territorio suele ser a largo plazo.
Otro factor deseable del sector secundario es la calidad del empleo ligado a él. La mayor parte de los puestos de trabajo que genera son fijos y cualificados, incluso en el nivel más básico. Además, los sueldos son más altos: el salario medio en la industria en Andalucía roza los 25.000 euros anuales, mientras que en los servicios no llega a 20.000. No por casualidad las zonas más ricas del país País Vasco, Navarra o Cataluña son también las más industrializadas. En definitiva, las mayores cotas de desarrollo económico y de renta per cápita se dan en zonas con alto peso de actividades fabriles.
Las ventajas de tener un sector industrial potente son tan evidentes que han llevado a la UE a incluir la reindustrialización en su Estrategia Europa 2020. El objetivo marcado es alcanzar el 20% de aportación industrial al PIB comunitario para esa fecha. Por su parte, la Junta de Andalucía se propone elevar la aportación de la industria al Valor Añadido Bruto regional hasta el 18%, cuatro puntos más que en la actualidad. Claro que hay diferentes velocidades dentro de la comunidad autónoma: Sevilla, Huelva y Cádiz tienen mayor peso del sector industrial en su economía que el resto de provincias y, Málaga en concreto es la que más camino tiene por recorrer.
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