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Victorio Calero
Sábado, 9 de enero 2016, 02:39
Definitivamente, el cambio de ciclo en el tenis es un hecho. Por si había dudas después de un año casi perfecto, Djokovic ha confirmado este sábado quien manda en esto del tenis. El número uno del mundo sigue en otra liga y ya está por delante de Nadal en duelos directos (24 del serbio por 23 del balear). En realidad, fue otro recital de Nole, y ya van unos cuantos en los últimos tiempos. No solo se empeñó en ganar, fue más bien una cuestión de honor, de demostrar la abismal diferencia que hay entre ambos. El partido terminó con la sensación de que no se puede jugar mejor de lo que lo hizo.
El número uno deleitó, jugó gustándose, dominó y pasó por encima de un Nadal atenazado que poco pudo hacer. Enfrente tuvo a un rival que puso la bola donde quiso, que llegaba para jugar su decimosexta final consecutiva y que volvió a demostrar donde está cada uno. Un claro 6-1 y 6-2 en apenas una hora y trece minutos en la final número 99 en la carrera del español, que se vio arrasado en la mayor paliza recibida ante el serbio. Un plus de confianza para Djokovic de cara al Open de Australia, por si le faltaba.
Y eso que el de Manacor empezó con una bola de rotura a su favor en el primer juego. Fue un pequeño oasis antes de afrontar la realidad. Porque fue una exhibición mayúscula. Con tiros perfectos, uno detrás de otro, el serbio arrinconó y trituró a Nadal. Su bola besaba la línea constantemente con una fiereza pocas veces vista. Muy desequilibrado, el encuentro se movía al ritmo del serbio. Y por si su nivel no era suficiente, el segundo saque del balear era una bicoca para él. Tampoco es que el primero le funcionase mucho mejor -apenas ganó el 50% de los puntos con su primer servicio en el set inicial-. Y mientras tanto continuaba una lluvia de golpes ganadores que no paró de caerle encima. Con ese chaparrón encima su partido se fue complicando.
Si el primero fue un calvario para el español, el segundo no distó mucho. Ese cierto aroma de optimismo que había en su juego después del final de 2015 y su inicio en este 2016 había desaparecido. Ese Nadal de esta semana, el que había sonreído porque su derecha estaba más cerca de ser un arma letal que de una escopeta de feria o quizá también porque su revés empujaba a la trinchera a sus rivales, no existía. No era suficiente lo que estaba dando. No le vale. No hay manera de que le haga daño su tenis. El serbio parece inmune a los zambombazos del español. Hace tiempo que no deja cicatrices la bola de Nadal en el juego de Nole. Y tampoco encontró nuevas soluciones en el segundo set. Su bola seguía quedándose muy corta y su servicio apenas inquietaba mientras su oponente sumaba ganadores -hizo 30 en solo 15 juegos-.
Se iba acabando el duelo más repetido del tenis con la sensación de que el tenis del número uno del mundo está a años luz del resto. También con la impresión de que quería terminar el partido con un resultado contundente, que rozase lo histórico. Solo se entiende así sus gestos, su puño celebrando que se ponía 4-1 en el segundo. Al final Nadal se quedó en tres juegos. Ya son cinco partidos seguidos dejando al de Manacor sin hacer un solo set. Y llega a Australia después de firmar un año completo llegando a todas las finales (16). Sigue celebrando victorias y títulos, por eso es el mejor tenista del mundo. En este deporte el que manda es Novak Djokovic.
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