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La dimensión de la polémica por una jugada en un campo de fútbol o en un pabellón en una España polarizada entre Madrid y Barcelona ... es directamente proporcional a cómo les afecte a sus dos máximos representantes deportivos, Real Madrid y Barça, lo que al fin y al cabo demuestra que es responsabilidad de todos, porque una gran mayoría de las gentes de este país toma partido por uno de ellos, compra sus camisetas y sigue sus andanzas como propias.
Mucho se ha hablado en Málaga gracias, sobre todo, a una imagen absolutamente delatadora del famoso agarrón de la camiseta y del '2+1' que debió pero nunca existió en el reciente partido de cuartos de final de la Copa del Rey de Baloncesto entre el Unicaja y el Barcelona, aunque poco ha trascendido fuera de nuestras fronteras. Será el cierre perimetral... Sin embargo, otros siempre lo han tenido más fácil e incluso nos han acostumbrado a soportar día sí y día también, en el deporte y en todo lo demás, el rentable negocio del victimismo 'indepe' quejándose de todo para su propio beneficio aun a consta de los demás.
La jugada en cuestión, si no fuera porque resultaba absolutamente decisiva, es una de tantas de las que no se pitan, que son difíciles de ver (sean con intención o no) y que se producen habitualmente en las zonas respectivas en el forcejeo entre rivales en una cancha de baloncesto. Aunque de haberse dado la situación al revés, no lo duden, aún se estaría hablando de persecución arbitral en muchos foros.
A pesar de todo, lo que más me llamó la atención del arbitraje es cómo ha calado el mensaje de Joan Plaza sobre las faltas de ataque que suele ganar el Unicaja, hasta tal punto que fue castigado durante el choque con dos técnicas por 'floping' a Alberto Díaz y Waczynski, una inexistente y otra tremendamente discutible, aplicadas con distinto criterio a jugadas similares provocadas por los jugadores contrarios.
Sin embargo, el debate sobre el criterio arbitral en este tipo de faltas es muy antiguo. El jugador aprende desde muy joven a ayudar al árbitro con sus gestos y su caída, porque si no, es muy difícil que se piten. Pero lo que sí es novedoso es que se haya puesto el foco, el punto de mira, en un jugador en concreto, Alberto Díaz (un gran especialista) y el resto del equipo. De tal manera que durante el partido el propio Jasikevicius pidió de forma reiterada a los árbitros que pitaran 'floping' cada vez que se producía una acción de este tipo tachando al Unicaja literalmente como «el equipo de Europa que más lo practica». Algo que seguro tendrá un efecto contagioso en el resto de entrenadores.
Pero esto es un juego y este show forma parte de él, y como tal hay que tomarlo. Cada actor actúa buscando su propio beneficio, y no deja de ser absolutamente lícito. Sin embargo, ahora al Unicaja le toca defenderse haciendo respetar y protegiendo a sus jugadores, a la vez que exigiéndoles a los árbitros que sepan gestionar como corresponde estas situaciones y que no se dejen influir, de ningún modo, por este tipo de controversias codiciosas, como pareció suceder en dicho encuentro.
Porque los árbitros conocen perfectamente a los jugadores y cómo actúan en la canch,a pero no por eso deben ni pueden clasificarlos. No hay históricos para ellos y se deben limitar a analizar cada acción del juego abstraídos absolutamente de quiénes son y aplicando estrictamente el reglamento, dando igual en qué parte de la cancha o en qué momento del partido se produzca. Tienen que arbitrar lo que ven y sólo lo que ven, con decisión y autocontrol, sin importarles ni afectarles en lo posible la lógica presión a la que se ven sometidos por parte de entrenadores y jugadores en el calor de la contienda.
Y para evitar caer en las trampas de los jugadores y saber interpretar sus gestos y caídas, deben seguir la máxima, que ellos bien conocen, de arbitrar al defensor, porque es él y sólo él el que le va a indicar sí los ademanes de los jugadores ya sean atacantes o defensores, en un sentido u otro, son faltas reales o fingidas.
Un buen árbitro ha de ser muy fuerte mentalmente, desarrollar al máximo su inteligencia emocional, no tomándose nunca como una afrenta personal nada de lo que ocurra en la cancha dentro de los parámetros normales del juego ni afectándole ningún tipo de comentario, sin arrugarse a la hora de tomar la decisión correcta, la que le dictan sus ojos y nunca basada en su intuición o en función de quién es este o aquel jugador, pero no dejándose llevar jamás por debates técnicos interesados. A eso si podemos llamarle de verdad conocer el juego y ese difícil oficio.
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