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FERNANDO MORGADO
Miércoles, 14 de agosto 2019
María Peláez (Málaga, 1977) lleva desde los 12 años fuera de casa. Primero fue una beca que la distanció solo un poco de su hogar, en Pedregalejo, hasta el club Cerrado de Calderón, donde estuvo becada. Irónicamente, sus progresos en la piscina ... la alejaban del mar, ese mar que hoy echa de menos y al que vuelve cada vez que tiene ocasión. La última, este pasado fin de semana, cuando participó en la Travesía Brazadas Solidarias de Rincón de la Victoria. «Suelo venir algunos fines de semana, que no dan para mucho. Mi familia es grande y lo que hacemos es ir a comer pescaíto y si es verano, bajar a la playa. Nada extraordinario, me basta con oler el mar, los jazmines y las damas de noche», explica la nadadora malagueña, que se retiró en 2010.
Desde entonces confiesa, con su naturalidad habitual, haber dado «muchos bandazos». Participó en un programa de difusión de valores del deporte del Comité Olímpico Internacional, fue secretaria de la Academia Olímpica, trabajó en 2013 en la organización del Campeonato del Mundo de natación en Barcelona, después como técnico de alta competición en el Consejo Superior de Deportes y, ahora, como técnico deportivo en el Ayuntamiento de Majadahonda, donde reside junto a su pareja y su hija. «Me fui a Madrid en el 96 y aún no he vuelto. Siempre pensé que una vez terminase mi carrera deportiva volvería a Málaga, pero el futuro nunca está escrito», admite Peláez, que residió en Verona ( Italia) entre 2003 y 2004.
La historia de María Peláez es la de una deportista enamorada de los Juegos Olímpicos. Pero antes de su primera participación, con apenas 14 años en Barcelona 92, recuerda sus veranos entrenándose en Cerrado de Calderón. «Había un cambio de escenario. Se terminaba el internado y empezaba el campus de baloncesto de Mario Pesquera. El ambiente era más entretenido, más festivo, en la piscina descubierta... Aunque mis veranos siempre eran más cortos que los de mis compañeros. Ellos acababan después del Campeonato de España y yo me iba al Mundial. Pero lo recuerdo con cariño», apunta.
A pesar de comenzar en el deporte de élite muy joven, en la memoria de María Peláez aún perduran los veranos familiares en los que, junto a sus padres y sus cuatro hermanos, subía a ver el amanecer a Pinares de San Antón con el desayuno en la mochila. «Con una familia tan grande los recuerdos son muy entrañables. Los fines de semana cambiábamos la playa de Pedregalejo por la de Benajarafe, y hasta el 89 no hicimos el primer viaje familiar, todos metidos en un Golf hasta Portugal... No me aburría ni un solo día», comenta.
Entonces llegó Barcelona 92 y Peláez, que sólo conocía las Olimpiadas por lo que le habían contado sus hermanas mayores, se plantó en la Ciudad Condal como la deportista más joven de una delegación española que haría historia. «Para mí era como un juego, no era consciente de la relevancia de aquello. Lo viví como un premio, aunque no sé a qué... En el momento en que salí al desfile inaugural supe que quería vivir eso muchas veces», recuerda. Y volvió nada menos que en cuatro ocasiones más. En Atlanta 96, aunque ya era más consciente de sus objetivos, asegura que le faltó la capacidad de verse como campeona que sí tuvo en 1997, cuando logró ser la primera nadadora española en colgarse un oro en un Campeonato de Europa, en Sevilla, en 200 mariposa.
Italia, su refugio
Los grandes resultados que acumuló Peláez en ese ciclo olímpico -fue subcampeona de Europa en 1999- elevaron las expectativas para Sídney 2000, pero la malagueña empezó «a tener dudas». «Mi confianza bajó y entré en un círculo vicioso. En junio tenía en la cabeza ser finalista en Sídney, pero no me lo creía con el corazón. Fue muy duro, un sueño roto», afirma. En Verona, a las órdenes de Alberto Castagnetti y Stefano Morini, encontró el refugio que necesitaba para recuperar su confianza en el agua. Al poco de llegar era una más en Italia, y su trabajo le permitió llegar hasta Atenas 2004, donde pudo cumplir su sueño de nadar una final olímpica en el relevo 4x100 estilos.
Ya en España y sin encontrar un método que volviese a darle resultados, Peláez encontró al técnico Juan Camus, que le devolvió la ilusión de participar en sus quintos Juegos Olímpicos. «El 200 mariposa lo tenía atragantado, pero le dije a Juan que con los nuevos bañadores de plástico podía hacer la mínima en los 200 estilos, y no me equivoqué. La experiencia en Pekín fue muy divertida, disfrutaba entrenando», recuerda. El destino aún reservaba a la nadadora una nueva experiencia olímpica, en Río, esta vez como técnico de alta competición para el CSD.
Sigue en contacto con casi todos sus entrenadores, como Fernando Tejero, Antonio Gómez, Juan Carlos Gutiérrez, Stefano Morini o Juan Camus, y disfruta de la natación una vez a la semana. Su mayor afición es su hija, aunque su tiempo libre lo dedica a leer y, desde hace poco, al ciclismo, deporte al que se ha enganchado gracias a su pareja y a una amiga. Siempre ha agradecido el trato de la prensa local y, además de las medallas, está especialmente orgullosa de un hito en su carrera: «Hice mi primer récord de España con 14 años y el último, con 32».
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