JULIO RODRÍGUEZ
Viernes, 11 de marzo 2022, 01:33
La histórica carpa ovalada del Centro de Tecnificación de Gimnasia en Marbella, donde se han ejercitado numerosas campeonas internacionales de rítmica en los últimos 20 años, dibuja una burbuja perfecta no solo por su estructura. Es un espacio, de puertas adentro, en el que solo ... existe el respeto, compañerismo y la disciplina de trabajo de un deporte ingrato, que evalúa los detalles más nimios después de innumerables horas de saltos en el tapiz. Los entrenos, libre de padres, se concentran en aprender, disfrutar y establecer vínculos imprescindibles para que la complicidad entre las componentes del equipo sea natural.
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Su proyección en el exterior sirvió para que una familia ucraniana contactara con el club para acoger a dos pequeñas que huyeron de la guerra junto a su madre, su abuela y su hermano pequeño. Kateryna Gunska envió un mensaje privado al Facebook del Club de Gimnasia Rítmica de Marbella solicitando información sobre el horario de las clases, precios, y requisitos para inscribir a sus hijas Alisa (11 años) y Ana (8 años). La entrenadora que leyó la notificación, Patricia Rojano, pensó que se trataba de una consulta común que procedía de alguno de los más de 2.700 ucranianos censados en la ciudad.
No imaginaba que se trataba de una madre que cogió a sus tres hijos el segundo día del inicio de la invasión rusa, y salió de Lvov destino Marbella hasta que le preguntó por el nivel de las chicas para ofrecerle el horario concreto de los grupos. El siguiente mensaje fue: «El problema es que las niñas no tienen ropa para entrenar ni material porque acaban de huir de la guerra». El club se movilizó de inmediato. Su responsable María Eugenia Díaz, expuso la situación y el lunes las gimnastas, sin abonar inscripción alguna, ya estaban entrenando con la misma indumentaria que sus nuevas compañeras gracias a la solidaridad de todo el club.
El CGR Marbella es lo más parecido a la Organización de Naciones Unidas. Desde su fundación, gimnastas de distintos puntos del mundo, sobre todo de Europa del Este, eligen la entidad para formarse con entrenadoras españolas, rusas, uzbekas y bielorrusas. Este sello favoreció la adaptación de las refugiadas que han logrado alcanzar la misma rutina deportiva que tenían en Ucrania. En su país entrenaban de lunes a sábado cuatro horas, aquí de lunes a viernes tres horas y media, también diarias. Han pasado cuatro días, Alisa y Ana sonríen mientras practican junto a Gigi (ucraniana), Lucia (rusa), María (madre rusa y padre español) en un entorno que le devuelve a su infancia más feliz.
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En un paréntesis del calentamiento, ambas junto a una de sus entrenadoras, Veronika Abduraufova (Uzbekistán) contaron su experiencia a SUR. Conteniendo las lágrimas, hasta que tuvo que parar para desahogarse, Veronika tradujo el calvario que padeció la familia para abandonar Ucrania. «Se montaron en un tren para llegar a la frontera con Polonia que no invierte más de tres horas en hacer su recorrido. Las niñas dicen que fueron trece horas muy duras porque el tren tuvo que parar varias veces, porque iba llenísimo de gente que se iba cayendo y las vías estaban flanqueadas por más personas queriendo subir».
Ana, la más pequeña, encadenaba frases sin respirar cuando hablaba de sus nuevas compañeras y entrenadoras, entre ellas rusas. «Son guapísimas, tienen mucho nivel en baile, mejor que nosotras y nos han ayudado mucho. No nos sentimos diferentes. Entre las niñas no hay guerras, los mayores tienen que aprender y hablar». Veronika confiesa que su familia es rusa y ucraniana al 50%: hermanos, primos tíos. «Los rusos aquí no queremos guerra, nos llevamos bien. En el siglo XXI no se explica que esto ocurra, se están rompiendo familias y es muy doloroso ver situaciones como las de ellas».
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Las nuevas integrantes del club se establecieron en casa de su tío hasta que ya han podido encontrar un apartamento para su abuela, su madre y su hermano menor, Sahsa. Del horror de la guerra, del frío invierno a menos diez grados, a la hospitalidad de Marbella, la calidez de su clima y la luz de la ciudad que ha impactado a las jóvenes gimnastas. «El mar es precioso, la gente es muy simpática y muy buena con nosotras. Echamos mucho de menos a papá», comentó Alisa con la cabeza alta y el semblante firme esperanzada en el momento del reencuentro.
Su padre, como el resto de hombres, no se les permite abandonar el país. Para las pequeñas ucranianas la burbuja del Centro de Tecnificación se ha convertido en una atmósfera de protección, de seguridad que les invita a soñar y evadirse de la situación crítica que atraviesa su país. Tienen un lugar común para seguir con su exigente plan de gimnastas. «Estábamos preocupadas porque llevábamos dos semanas sin entrenar y creíamos que íbamos a olvidar todo lo aprendido. Me gustaría poder competir con Marbella en campeonatos para llevarme muchas medallas a mi país y enseñárselas a mi papá», dijo.
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Por el club no va a quedar un sueño sin cumplir. Patricia Rojano también forma parte de la federación andaluza de gimnasia Rítmica. «Nada más ver su nivel seguro que pueden competir en el próximo campeonato. Para animar a la madre le dijimos que fuera a la Policía Nacional y tramitara el NIE cuanto antes para poder inscribirlas», señaló. La burocracia en distintas disciplinas deportivas sigue siendo un problema para incluir a extranjeros en competiciones. La situación es excepcional y ayudar a Alina y Ana solo traerá paz en una situación de angustia diaria disipada en el paréntesis de la gimnasia.
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