cristina pinto
Domingo, 6 de diciembre 2020, 00:50
Alfonso Jiménez no conoce límites. Entre el deporte y él no existen las fronteras, el joven malagueño no permite que nada le pueda separar de su gran pasión. Nació en Torremolinos, y poco tiempo después su familia se mudó a Melilla y allí empieza ... su vida. Desde muy pequeño practicaba fútbol, baloncesto, fútbol-sala... Con apenas trece años ya fue subcampeón de baloncesto 3x3 en Sevilla, más tarde siguió con el fútbol en el Gimnástico Melilla, donde jugó muchos años con Munir, hasta hace unos meses guardameta del Málaga y amigo del torremolinense: «Jugamos en el mismo equipo hasta los 18 años. Cuando esto acabe quiero ir a Turquía a verlo», comenta.
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Cuando tenía 23 años volvió a su tierra natal para estudiar el ciclo de 'Imagen para el Diagnóstico y Medicina Nuclear' y después de este el grado superior de 'Radioterapia y Dosimetría'. Se presentaba a pruebas como los '101 kilómetros de Ronda' o la 'Carrera Africana de la Legión' en Melilla, le dedicaba mucho tiempo al ciclismo. Pero mientras estudiaba el último curso del grado superior comenzó a sentir los primeros síntomas: «Me empezaba a doler el sacro, me notaba la pierna rara...», recuerda el joven. En 2014, un año después de los primeros dolores, empezaron a hacerle pruebas y le diagnosticaron 'Mielitis transvera'. «Fui perdiendo la fuerza en las piernas y me hicieron varios tratamientos. Ellos luchaban por pararlo, pero no se pudo hacer nada», explica Alfonso Jiménez.
Enero de 2017. Tres años después del comienzo por buscar la solución, una noche el malagueño ya no podía mover las piernas y le trasladaron al Hospital Regional de Málaga (antiguo Carlos Haya). «Fui testigo de cómo se me fueron durmiendo las piernas», puntualiza el joven. A partir de ahí llegaron cuatro meses sin salir del centro, siguieron con las pruebas y Alfonso ya empezaba a prepararse para lo que venía: «Tenía muchas incógnitas en la cabeza, me costó pensar que te vas a quedar en silla de ruedas, pero tuve que empezar a hacerme a la idea», cuenta. Ni allí pudo parar y dejar de lado el deporte, necesitaba sentirse vivo y estar activo: «Las botellas de dos litros me las ponía para hacer pesas y también entrenaba con abdominales», recuerda el malagueño.
Lo trasladaron al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo en mayo de ese mismo año para todo tipo de enseñanzas y tratamientos. «Yo no lo veía como un hospital, lo veía como un campus y, además, tenía la zona deportiva», adelanta entre risas Alfonso Jiménez. Y es que esa zona se convertiría en su mejor aliada durante sus meses de estancia allí y además con Josemi, el «monitor cañero». Tenía que esperar dos semanas desde su llegada para poder hacer deporte, pero el torremolinense no cumplió esa norma y así lo recuerda: «Llevaba cuatro meses sin hacer nada y estaba que me subía por las paredes. Empecé con el pin-pon y seguí con el tenis. La rehabilitación era de media hora y yo me quedaba tres, tenían que venir a echarme», confiesa.
Una tarde se percató de que había clases de bádminton y, como se atrevía con cualquier deporte y tenía ganas de seguir superándose a sí mismo, inició su periplo en el este deporte. Días después, el coordinador de la selección española de parabádminton, Miguel Ángel Polo, le dijo: «Oye mira, tú juegas muy bien. Podrías llamar al club de Benalmádena para cuando vuelvas seguir allí». Así empezó en 2017 una historia entre el Club Bádminton Benalmádena y Alfonso Jiménez en la que aún siguen unidos.
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Después de estar en Toledo desde mayo hasta septiembre volvió a Málaga y no dudó en ir al club a interesarse por los entrenamientos de bádminton. «David Franco fue mi primer entrenador los primeros cinco meses y en abril de 2018 tenía el primer campeonato», explica Alfonso. Llegó el momento y se alzó con el Campeonato de España WH1, en la modalidad de dobles. «Eso me dio un chute de energía y ya se convirtió en mi obsesión», asegura el deportista.
Siguieron los entrenamientos y llegaban los Internacionales de Brasil, donde quedó en tercera posición a nivel individual y a cuartos de final en dobles. «¿Sólo llevas ocho meses en silla de ruedas?», le decían sus compañeros internacionales sorprendidos. Los objetivos continuaban y la lucha por los juegos paralímpicos de Tokio 2020 era una meta: más de cinco horas al día de entrenamiento, una semana en el Centro de Alto Rendimiento de Valencia, todo listo para disputar el siguiente campeonato en Turquía. «Me rompí las costillas en marzo y en abril tenía el campeonato de España, lo jugué y me volví a lesionar. Me perdí toda la temporada», recuerda .
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Se recuperó en diciembre de 2019 y sólo pudo jugar algunos meses. «Llegó la pandemia», añade entre suspiros el internacional. Después de todo volvió este verano a entrenar, pero ahora no se atreve: «Mi madre es mayor y me da miedo», afirma Alfonso. Ahora su única meta es que todo pase y poder volver a entrenar con el club benalmadense, mientras tanto, estudia en el IES Arroyo de la Miel TAFAD (Técnico Superior en Enseñanza y Animación Sociodeportiva). «El deporte es una sensación a la que estoy enganchado», aclara. Ahora con 31 años lo tiene claro: «La gente cree que por estar en silla de ruedas no puedes hacer nada. Yo he vivido una vida y tengo el placer de vivir la segunda», remarca Jiménez.
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