'Paquito' Gámez, 40 años después
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El que fuera internacional y jugador del Balonmano Málaga y después del Puleva Maristas rememora los mejores momentos de su carrera y explica su nuevo modo de vidaAunque lo intente, nunca ha pasado inadvertido. Es una persona peculiar. Tiene una vida tranquila y a sus 56 años, tras haber trabajado desde muy pequeño, disfruta de sí mismo y su familia. Les otorga todo el tiempo que faltó durante su carrera y ahonda en sus aficiones. Cada día pasa por las pistas de Ático Padel Club, en el centro de Málaga, y muchos se asombran sólo con verlo por la gran forma física que mantiene. Llega siempre el primero, una hora antes de su partido y repite su ritual de calentamiento.
Él suele contar que esta rutina previa le hace revivir los nervios y la ilusión de la competición. En este entorno no le conocen, pero ha sido una de las figuras más significativas del mejor periodo histórico del balonmano malagueño. Sus padres, de Vélez-Málaga y La Viñuela, emigraron a Cataluña como tantos otros andaluces, buscando trabajo. Él nació en Sant Quirze de Besora, pero se crió en Granollers, de ahí su predilección por el balonmano (antes practicó gimnasia deportiva).
«Entré en el balonmano porque fui a ver a un amigo. Estaba Quini de entrenador en el Granollers, me vio y me dijo que me metiera, con 10 años». Y él fue precisamente su hilo conductor con la capital costasoleña, porque fue el que a los 15 años lo fichó para la cantera del Balonmano Málaga, en 1980. «Me vine a vivir solo, me tuvieron que emancipar mis padres. Además estudiaba y trabajaba en una asesoría fiscal pasando a limpio los libros de contabilidad y luego jugaba con mi equipo y a veces entrenaba con el de División de Honor», relata, aunque tuvo que esperar a los 18 años para debutar por la normativa.
En este periodo, el central comenzó a cumplir sueños. Entre ellos, ser internacional. Acumuló 23 internacionalidades con la selección júnior (acudió a un Mundial) y debutó con la absoluta con sólo 21 años, aunque nunca llegó a una gran cita. «Ese año debutó conmigo Urdangarín en un torneo. Estuvimos preparando los Juegos de Barcelona, pero me rompí el ligamento cruzado (tres veces, también el menisco y el tendón de Aquiles). Yo soñaba con ir a los Juegos porque la pista se construyó sobre la que yo aprendí a jugar», cuenta aún apenado.
Tras una etapa dorada en el Balonmano Málaga (una temporada llegó a ser incluso el máximo goleador del equipo en la segunda categoría), tocó a su puerta el Cajamadrid. Y se marchó, pero no sin llevarse a lo más preciado que el balonmano le había hecho conseguir. «Llegué muy joven a Málaga y enseguida conocí a mi mujer, Carmen Silva, que era pivote en el Gamarra. Ella me ha apoyado siempre en la vida, ha sido y es fundamental», afirma. Ambos se marcharon a la capital y además comenzaron a trabajar en Cajamadrid (ella estudió Derecho, y él, una FP de Administración).
10 Son las temporadas que compitió Gámez aquí: cinco en el Balonmano Málaga (desde cadete hasta llegar al primer equipo) y otros cinco en el Puleva Maristas.
Y es que uno de los aspectos que más le caracteriza es que siempre ha compaginado el deporte con el trabajo. Siendo un adolescente hacía de árbitro de balonmano, entrenaba a categorías inferiores, trabajó en una zapatería, en la feria... Pero el destino quiso que el central regresase a la provincia en la que fue feliz, aunque eso conllevase declinar ofertas más suculentas. «El Cajamadrid desapareció y me llamaron muchos equipos: el Teka, el Atlético de Madrid... Pero estaba la posibilidad de regresar a Málaga y sacrifiqué un poco mi carrera deportiva para volver aquí y fue un año increíble, conseguimos grandes éxitos con el Puleva Maristas».
Cinco temporadas (de la 89-90 a 94-95) militó en el mítico conjunto de Asobal que ya es historia de Málaga. «Me fichó Feliciano García-Recio y fue el año que ficharon a Xepkin, Gopin... Yo me incorporé a un grupo muy joven, con Curro Lucena, Antonio Carlos Ortega, Pepelu, Guerrero... Y conectamos enseguida. El éxito de aquellos años fue, además de porque teníamos al mejor jugador del mundo, Gopin, por la unión que tenía aquel grupo», rememora, añorando aquellos tiempos. A día de hoy mantienen el contacto en un grupo de Whatsapp llamado 'Siempre Pepelu'.
Sus últimos años balonmanísticos los pasó en Córdoba, donde también empezó a entrenar. Pero fue breve porque pronto, motivado por sus dos hijos, Alejandro y Gonzalo, dio un giro a su vida. «Mis hijos jugaron al fútbol. Empezaron en un equipo de Ciudad Jardín y yo estuve 11 años entrenando a niños altruistamente, hice mi curso de monitor y me acabé empapando. El grande, Ale, llegó a ser compañero de Portillo en la cantera del Málaga», cuenta. Gracias a ellos descubrió su pasión por el pádel y de hecho, actualmente, juega junto al mayor en el equipo de Ático en las Series Nacionales de Pádel.
Aunque no es su único hobby, porque, además de las palas y el gimnasio, le apasiona el arte. «Muchos se duermen viendo una película o leyendo, y yo me pongo a pintar. Hago abstracto y figurativo aunque me gusta experimentar, por ejemplo con tinta china», apunta. Incluso, ha llegado a exponer su obra. Un tipo polifacético que, aunque no le guste alardear de ello, también explica que junto a su amigo el guionista Víctor Andrés Catena (fallecido), escribió varias obras de teatro, e incluso, sus memorias, aunque permanezcan en un cajón porque él nunca quiso publicarlas. Una vida de vaivenes, marcada por el amargor de las lesiones, pero sobre todo, por la fortuna de haber llegado a lo más alto, acompañado en todo momento del amor de su vida.
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