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Por muy alto que hayan llegado, no todos los deportistas alcanzan a vivir una carrera larga y próspera. Algunos, se ven obligados a emprender nuevos caminos cuando aún podrían darle muchas más alegrías a su disciplina. Quizá muchos no se acuerden de ella, pero su ... trayectoria fue tan fugaz como destacada. La benalmadense Esther Sanz fue (de 49 años), con sólo 17 años, la primera española en debutar en los Juegos Olímpicos, en la mítica edición de Barcelona 92, donde por primera vez, se incluyó oficialmente esta modalidad.
Esther siempre fue una niña especialmente inquieta y fanática de los deportes. Compaginaba la natación con la gimnasia rítmica y aun así, quiso probar un tercer deporte. Ese fue el bádminton, una disciplina poco extendida entonces en España pero que comenzaba a sonar en Benalmádena, especialmente cuando nació el club local, en 1984. Ella no era la típica chica talentosa, pero tenía algo distinto al resto y crucial en todo deportista: la perseverancia.
Pero no fue sencillo, no. «Yo era zurda. En el colegio me cambiaron a diestra. Los profesores me insistían en que tenía que escribir con la derecha, así que fue bastante descoordinada cuando empecé en bádminton. Fue horroroso, ni mi hermano quería jugar conmigo. Me sentía tan torpe que siempre sentía que no era suficiente, que tenía que entrenarme más», recuerda, anecdóticamente. Pero a base de trabajar a la sombra, comenzó a despuntar, sumando título tras título a nivel nacional, llamando así la atención de la selección española en 1988.
Aunque su verdadera etapa de progresión la vivió desde Granada, adonde se marchó con sólo 13 años, apostando por unirse a un nuevo núcleo de jugadores (todos varones) en Granada, que invitó a la joven Esther y a su compañera, la también malagueña Cristina González (llegó a ser campeona de España y rival cara a la plaza olímpica). «Ella era la que tenía más proyección, pero al final yo metí el turbo», reconoce Esther. Compaginaba entonces los entrenamientos con el COU y el bachillerato de adultos, nocturno.
España, que tenía dos plazas olímpicas como país anfitrión, otorgó sus billetes a los campeones nacionales, que entonces fueron Sanz y su compañero de entrenamientos, el granadino David Serrano. Ha llovido bastante desde que paseara por aquel inmenso y brillante Montjuic, pero aún recuerda anécdotas de Barcelona (concluyó 33ª): «Recuerdo estar hombro con hombro en el desfile con Arancha Sánchez Vicario, sentarme en el comedor al lado de Boris Becker, ir en el autobús con Carl Lewis y que un voluntario le prohibiera la entrada a la Villa por no tener acreditación…».
Su progresión continuó tras los Juegos, por lo que fue becada en la Blume de Madrid cara al ciclo olímpico para Atlanta 1996, pero un año antes de la que hubiera sido su segunda cita olímpica, tiró la toalla, cansada de luchar, con sólo 21 años y toda una carrera por delante. «Corté con el deporte y no quise saber nada. La Federación se llevaba dinero de nuestras becas. A nosotros no nos llegaba nada. Aquello pudo conmigo. Me dolió muchísimo», relata, aún angustiada (además de otras discrepancias, como el hecho de que la obligaran a entrenar en el CAR de Madrid para optar a la selección). Así pues se cerró una carrera con 15 títulos de campeona nacional, un quinto puesto en el Europeo júnior y con presencia en Barcelona 1992, Juegos Mediterráneos y otras tantas competiciones internacionales de la época.
Sin pensarlo dos veces, hizo las maletas y regresó a casa. Comenzó entonces una nueva vida, laboral. Guiada por sus estudios de Turismo (habla además inglés, francés y alemán), dedicó un año a aprender en la agencia de viajes de su padre y después se marchó a París, donde trabajó un año, tiempo en el que también se comprometió con su entonces novio, un ingeniero físico torremolinense de raíces holandesas. «Le salió trabajo en Estados Unidos y allí nos fuimos, que por cierto, fue curioso, porque llegamos dos semanas después del atentado del 11-S y perdí mi trabajo antes de llegar porque pensaban que yo, por mis rasgos, era árabe nacionalizada española. Fue duro».
Su primer oficio fue como traductora en una feria de congresos, y una vez allí, se topó con un empresario de Estepona que se dedicaba a la importación de vinos, así que le propuso trabajo, hasta que encontró el empleo al que dedicó más tiempo de su vida: una empresa de turismo de lujo. «Nunca tuve una vida normal», se sincera Sanz, que por cierto, al igual que sus dos hijas, tiene doble nacionalidad (hispano-estadounidense). Le angustia el no haber podido pasar más tiempo con su familia, sobre todo con sus padres, a los que vio fallecer de cáncer poco después de su vuelta a España, en 2017. Siempre ha llevado una vida nómada e intensa, ha tenido que madurar antes de tiempo y vivir etapas muy duras, pero al fin y al cabo, es la vida que ha escogido.
Una vida a la que ahora está dando un nuevo giro. Tras el confinamiento, volvió a entrenar en el Club de Bádminton Benalmádena y empezó a competir en torneos de veteranos. Ya ha ganado el Andaluz, el Nacional, acudió al Mundial de Huelva y esta misma semana competirá en el mítico All England. Pero su objetivo actual va más allá: «Mi proyecto actual es poder expandir el bádminton por la Costa del Sol, con escuelas en polideportivos, colegios… Quiero devolverle a este deporte todo lo que me ha dado. Mi idea a medio-largo plazo es poder tener un equipo de competición, pero ahora mismo quiero que tanto los jóvenes como los adultos descubran este deporte, que impulsemos la cultura del bádminton». Actualmente, comienza a formar alumnos en Fuengirola y Mijas pueblo, aunque sueña con poder abarcar mucho más.
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