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Pasaron de ser dos completos desconocidos a compartir una experiencia única que, para los amantes del sol y del buen clima, sería más bien una pesadilla. Pasaron del cálido sol de Málaga al frío más gélido, al hielo, a las oscuras e interminables noches de ... un lugar del mundo en el que, durante parte del año, ni siquiera llega a salir el sol. Y aún así, no lo cambiarían por nada en estos momentos. Este es el segundo año en Islandia para el pizarreño de 23 años Jaime Monterroso (colocador) y la torremolinense de 24 años Paula Miguel (central), quienes coincidieron en un remoto pueblo de menos de 1.500 habitantes unidos por un mismo fin, el voleibol.
Casualmente, tienen perfiles similares; comenzaron a jugar desde pequeños, tuvieron un crecimiento exponencial que les llevó a competir incluso en la élite nacional, las Superligas 2 y 1 (aunque sin demasiado protagonismo), ambos son estudiantes de Psicología y, sobre todo, comparten una misma mentalidad: quieren aprovechar su juventud y servirse del voleibol como herramienta para conocer mundo, como están haciendo ahora en Neskaupstaður.
En esta pequeña localidad del este de Islandia sólo hay un bar, una gasolinera y un supermercado. Es un pueblo de tradición pesquera, el principal motor económico del pueblo, pero curiosamente, cuentan con un reconocido club de voleibol que compite en la Primera División (similar al nivel de la segunda categoría en España), tiene su propio pabellón, y tanto equipos masculino y femenino como cantera. Es el deporte mayoritario del pueblo, por lo que los habitantes más adeptos al deporte no suelen fallar a su cita con los partidos del Þróttur Neskaupstað, que suele ubicarse en la mitad alta de la tabla en Liga. Aquí compiten los dos malagueños, que por cierto, no son los únicos españoles; hay dos chicos y dos chicas más y hasta un entrenador. Y fue a través de este lazo con España como conocieron a Monterroso y Miguel.
La oferta que se les propuso (a cada uno por separado) fue curiosa. El club les ofrecía un hueco en el equipo, alojamiento y gastos de desplazamientos cubiertos durante el año, pero no les pagaba directamente, sino que les ofrecía encontrarles un trabajo remunerado en el pueblo. Ambos accedieron, ansiosos por vivir esta nueva experiencia. «Aquí hay mucha cultura de voleibol, gusta muchísimo, pero la costumbre no es la de vivir de él, sino la de hacerlo por pasión, además de tu trabajo», cuenta Jaime, que escogió un trabajo como carpintero en la zona pesquera. «Yo lo único que había hecho previamente era la típica chapuza que puedes hacer en tu casa. Aquí el equipo nos trae y nos proporciona casa, todos los viajes pagados y te buscan un trabajo bien pagado, el equipo como tal no es el que te paga», refrenda. Eso sí, el club es comprensivo y ofrece muchas facilidades para que todos puedan compaginar sus trabajos con los entrenamientos. Además, dado que el sueldo medio de Islandia ronda los 5.000 euros (es uno de los más altos del mundo, aunque en sus trabajos concretos no llegue a esta cantidad), este 'viaje' deportivo les está sirviendo también para ahorrar.
Eso sí, no todo es tan positivo. «Cuando llega el invierno dejas de ver el sol, porque no sale y si lo hace está nublado, llueve, nieva, hace -5 grados, etc. Yo el primer año estuve tomando vitaminas por la falta de sol, y lo recomiendo. Este clima te apaga, estás cansado todo el día», reconoce el pizarreño. Eso sí, una vez hecho al clima, es uno más. Incluso, asegura que al ser españoles y malagueños, los islandeses les adoran: «A los islandeses les encanta España, casi todos han ido alguna vez, conocen la Costa del Sol o Canarias, y todos saben decir 'una cerveza, por favor'», cuenta en tono jocoso
Ellos, por su parte, responden mejorando su inglés y aprendiendo además islandés (porque muchos habitantes sólo hablan este). En el caso de Paula Miguel es casi obligatorio, porque ella trabaja en el único bar-cafetería del pueblo. «Siempre tuve el pensamiento de venir a Islandia y cuando me llamó el entrenador, no me lo pensé. Si el vóley puede hacer que conozcas otros países y culturas, ¿por qué no aprovecharlo?».
Curiosamente, a pesar de su juventud, no es su primera experiencia en el extranjero, aunque aquella fue más bien formativa: «En juvenil de primer año me fui a Estados Unidos 6 meses; un equipo de San Diego contactó con mi entrenadora de Torremolinos para hacer un intercambio, ellos me vieron y me ofrecieron hacerlo a mí». Aquel año cambió su forma de ver la vida, despertó su espirito aventurero, aunque eso supusiera pausar un tiempo sus estudios universitarios, al igual que Monterroso. Lo que más le chocó en su llegada a Neskaupstaður fue la gran acogida, pero sobre todo, la seguridad de la zona. «Se ven niños pequeños andando solos por el pueblo de noche, hay gente que deja las puertas de las casas o los coches abiertos y no pasa nada», relata. Aunque sí, también fue duro, al principio, el no ver la luz durante semanas... «Cuando al principio llegas y no ves el sol piensas '¿dónde me he metido?'. Más de un año después, ambos son queridos y conocidos en el equipo y el pueblo, y ansían con prologar su estancia.
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