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No hay reto que le se resista a Alex Txikon (Lemona, 1981). O alguno sí, como hollar la cima del Everest en invierno sin oxígeno. Lo ha intentado en tres años casi consecutivos, pero la montaña se negó. No lo hizo el Nanga Parbat. Fue ... el primero en hacerlo en esas condiciones, en una expedición con Simone Moro, Tamara Lunger y Ali Sadpara. Tiene en su trayectoria nada menos que catorce ochomiles y más de treinta expediciones. Acelerado al hablar, hiperactivo, pocos conocen que sus raíces son malagueñas. Su padre (murió en 2011) y su madre son de El Burgo y pasa largas etapas en nuestra provincia, de la que el mejor alpinista español del momento habla maravillas en esta entrevista.
–Como persona de espíritu aventurero, ¿se siente maniatado en este confinamiento?
-No. Estoy trabajando más que nunca, con un nueva película documental y un libro del Nanga Parbat de la campaña de 2016. Soy de los tirar para adelante. Lo más fácil sería pedir una ayuda de las que hay del Gobierno vasco y darme de baja temporal de mi actividad que, por cierto, soy autónomo como alpinista y no me dejan desarrollarla. Soy un autónomo más que está aportando en este país y, dentro de lo que necesito, no me quedo en casa.
-Háblenos de su vinculación con El Burgo y si se prodiga con frecuencias por estas tierras...
-Sí, mi difunto padre y mi madre son de allí. Estos años atrás donde mas he escalado ha sido en Málaga. El año pasado no pude viajar porque optamos por otras zonas de entrenamiento y sólo he ido por conferencias. Mi intención era, ahora que acabó la expedición (su tercer intento invernal al Everest) irme para allá un mes y medio, pero con el estado de alarma está complicado. Tengo allí a casi toda mi familia. Una de las almazaras del pueblo, Burgoliva, es de mi primo José Manuel Narváez. Le acompaño a vender el aceite de oliva y me cabreo cuando viajo y veo el italiano, cuando el de Andalucía es mucho mejor... Intento dar a conocer Málaga.
-Y la familia se trasladó al País Vasco...
-Sí, cuando tenían 20 años, aunque con mi madre (tiene 84 ahora) apenas tengo relación. Hay un conflicto entre mis hermanos (son doce más), en especial con uno de ellos, que nos ha desunido en dos grupos. Mis padres vinieron a buscar una vida mejor. Fueron emigrantes, de una generación nacida en la Guerra Civil o la posguerra, con la hambruna que había en El Burgo. Se fueron a Baracaldo en tren. De ahí, a Villaro; luego, a un barrio de Yurre, Yurrebaso, y a Lemona, hace 40 años, para trabajar en una fábrica de curtidos y de cemento.
-Ha hablado de entrenamientos en Málaga, ¿dónde?
-Málaga es una pasada. El problema es que la Junta de Andalucía y la Diputación van al turismo de masas, de números, pero tengo bien claro que la provincia es una gran potencia, con una fauna y flora única. Tiene la mayor concentración de peridotitas del planeta. En El Burgo hay quejigos, pinsapares... Puede ser el decimosexto parque nacional de España. Es un reducto espectacular. Hago en Málaga mucha escalada deportiva, pero no se ayuda más a escaladores locales. Hablaba hoy con Dani, un bombero de Mollina que con sus propios medios equipa rutas. Voy mucho a la cueva del Villanueva del Rosario. Desafortunadamente, las instituciones no lo ven. La provincia está muy bien para ir con motocicletas, para hacerse un circuito de escalada... Si quieres pinchar hielo, lógicamente te tienes que ir a otras montañas, a Chamonix, por ejemplo, pero Málaga ofrece unas posibilidades muy amplias, y me da pena. Con este pandemia se podría reactivar esto, como se hizo con el Caminito del Rey, pero habría que ir a un turismo más especializado. En Mallorca hay mucho turismo de bicicletas, por ejemplo. En Málaga no se oferta, no se trabaja. Nos ciegan los números y es mejor decir que han entrado un millón de turistas y no otro tipo al alza. Pero el mundo está cambiando.
amor a la provincia de málaga
-¿Cuándo descubrió esa pasión por la montaña?
-Desde que era un crío. Se podía jugar a la pelota vasca y al fútbol en mi pueblo, pero se hacían salidas con escuelas públicas y con el club de montaña. Empecé a salir... y de ahí hasta la persona que soy ahora mismo, forjada por esas ganas de descubrir el mundo.
-Catorce ochomiles y más de treinta expediciones. ¿Le gusta destacar algún hito de su trayectoria como montañero? ¿Quizás esa primera ascensión invernal al Nanga Parbat?
-Me quedo con todas, de verdad. En todas las expediciones hay dientes de sierra, momentos mejores y peores. Es como una montaña rusa, como la vida.
-¿Cree que le quedan aún muchas décadas en altas montañas, al estilo de Carlos Soria?
-Para nada. Respeto eso pero no me veo con 80 años de esa manera. Cada uno ha de elegir lo que quiere en cada etapa. Él quizás haya hecho más retos pasados los 60 y es un ejemplo a seguir para gente que se jubila y que puede entrar en una pequeña crisis. Ser padre prefiero serlo ahora y no cuando tenga 70, por decir un edad. Ahora es el momento de lo que estoy haciendo. Pero no me veo con 60 en montañas de 8.000 metros.
la cima imposible
-¿Qué es lo que le mueve a exponerse en los ochomiles?
-Me mueve la motivación, las ganas. Me encanta, me apasiona la montaña. Eso es lo que te lleva, por eso nos planteamos retos imposibles. Prefiero intentar las cosas, como lo del Nanga Parbat, que todo el mundo pensaba que era imposible en invierno. Como el Gasherbrum sur, el Pumori... Cuando te planteas un reto tan difícil es como un futbolista que se entrenaba y se entrenaba y el entrenador le descarta en diciembre sin jugar. Así me he sentido en el Everest. Estaba más fuerte y preparado que nunca, pero el tiempo es el que marca en la montaña. Usain Bolt cuando iba a batir el récord de 100 metros, a nada que hubiera una brisa de -0,2 metros por segundo ya sabían los expertos que no iba a batir la marca. Hay que hilar fino. Hacer cumbre es el 0,1% de lo que aglutina una gran expedición; es la verdad.
-¿Dónde ha sentido más peligro?
-En cada expedición se pasa miedo, a veces donde menos te lo esperas. Es una maravilla salir adelante, el controlar el miedo. El mejor amigo del miedo ha de ser la prudencia. El pánico ha de ser el que controle, porque si llegas a un estado descontrolado no es nada positivo. He vivido el miedo en expediciones de 'Al filo de lo imposible' con Edurne Pasabán o Juanito Oiarzabal. Por destacar diría una, el año pasado en el Everest. En un glaciar estábamos sobre una grieta transversal, una estructura muy sólida y compacta. De repente, el piso me tragó. Pensé que era un terremoto, aquello colapsó y quede colgando de milagro. Ves reflejada tu vida y piensas que de esa no regresas,
-¿Va a ser más complicado organizar nuevas expediciones en el futuro ante esta crisis que se nos viene?
-Si, por supuesto, pero voy a estar igual de feliz haciendo excursiones en El Burgo, como ir al Torrecilla o en el pinsapar entrando por El Burgo, yendo en bici por sus carriles o en el sector de escalada del Turón o en el puerto de El Viento de Ronda. Si soy sincero, lo primero que me gustaría hacer cuando se pueda es ir a El Burgo a ver a mi familia.
la alta montaña
-¿Seguirá intentando esa subida invernal al Everest?
-Uf... Buena pregunta. Ahora como están las cosas estoy empleando más tiempo en el libro, las películas. Está falleciendo mucha gente mayor que dio su vida por nosotros, por nuestra generación. Me parece muy triste que no haya respiradores. Estaba ya en Nepal y sabía cómo estaba la situación Nos llegaba la percepción de lo que iba a pasar. Llevamos más de cuarenta días confinados y que no haya mascarillas por todos lados...
-¿Cual es la montaña más difícil de escalar?
-No la hay, la imposible. Todo lo que nos propongamos o utópico nos damos cuenta de que es posible, con el avance de la tecnología y los conocimientos del ser humano. Los vemos en las marcas deportivas. Y hay una revolución en la escalada deportiva.
-¿Qué nos ha enseñado el confinamiento?
-El virus nos ha pillado a todos con el carrito del helado. Prefiero dedicarle el tiempo a lo que puedo ayudar. Con una simple llamada en lo que pueda aportar en el mundo de la cultura o del deporte. Hay que saber de dónde venimos y a dónde vamos. Ahora es cuando hay que apostar por las zonas rurales y sostenibles, pequeños cortijos, como los caseríos del País Vasco. Como el Cortijo de La Herradura, de mis tíos en El Burgo. Me doy cuenta de lo ricas que son las tierras de Andalucía. Hay un concepto triste de que allí son unos vagos y corruptos, pero es incierto. La imagen de Andalucía a veces se ve distorsionada y manchada por algunos casos. Mi primo Jose María trabaja en el retén de bomberos y en su cortijo.
-Diga otro deporte que le guste.
-Me gustan todos. El boxeo, la pelota vasca, el remo, el ciclismo. Lo que más dejo de ver ahora es el fútbol, por los valores que transmite. Me parece que se está ensuciando. Ahora sigo más el baloncesto, al Unicaja por ejemplo. Nos habéis llevado a un francés (Bouteille) ahora del Bilbao. Soy amigo de Mumbrú y también tiro por el Bilbao Basket.
desescalada en la crisis
-Elija una película o un documental sobre alpinismo...
-Le puedo decir dos, 'The Asgard Project', de Alastair Lee, y 'Valley uprising', que narra la historia de la escalada de Yosemite.
-¿Cuál es su referente en el alpinismo? ¿Messner?
-Todos, No me quedo con una persona. Es mucho mejor para uno mismo. Los alpinistas igual tienen aspectos complementarios: Wojciech Kurtyka, un himalayista polaco con una visión futurista, con muestras como su escalada en la pared dorada del Gasenbrum IV, una de las grandes de la historia de la humanidad, con Robert Sauer, y soy muy amigo de él; Kurdin Berger, que vive con 87 años, el primero en subir al Nanga Parbat; y de Hermann Buhl leo sus libros e intercambio opinión con sus hijas. Absorbo toda esa información de los que están o los que no. No voy a viajar a todos los países del planeta, pero sí con lo que deje. Por eso en este estado de confinamiento hay tantas cosas por hacer, tantas oportunidades...
-Qué secuelas le ha dejado el alpinismo?
-Estoy bastante bien en ese sentido. Alguna congelación, pero no tengo amputación.
-¿Qué le queda por hacer?
-Me gustaría invernar en la Antártida.
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