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Para los que no lo conozcan, Christian Jongeneel es una persona tremendamente positiva. Sólo con este carácter se pueden afrontar los enormes desafíos que acomete en medio del mar. Por eso, oírlo hablar con preocupación sobre las vicisitudes que sufrió ayer cruzando el Estrecho ... de Molokai en Hawái indica que lo pasó realmente mal. El malagueño se ha convertido en una de las 61 personas en toda la historia que completa esta travesía, aunque en su caso y a diferencia del resto lo hizo con fines solidarios. Su objetivo era recaudar fondos para instalar potabilizadoras de agua en colegios de una de las zonas más desérticas de La India en colaboración con la Fundación Vicente Ferrer.
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Jongeneel se echó al agua a las seis de la madrugada del jueves en la isla de Molokai. Por delante tenía 55 kilómetros en una franja de agua especialmente peligrosa por sus corrientes y la fauna marina que la habita. La travesía comenzó bien, pero no tardó en complicarse. «Ha sido una lucha total contra el océano, aquí el mar es muy potente», explicaba este viernes a SUR desde Oahu, donde estaba la meta de su desafío. «Al principio todo iba bien. Los primeros doce kilómetros fueron rápidos, pero ya a mitad de la travesía me encontré con unas corrientes muy fuertes, casi no avanzaba. Hacía tiradas de media hora y cuando paraba para beber agua o alimentarme la corriente me llevaba bastantes metros hacía atrás... Creía que no lo conseguiría. Ha sido muy jodido«, cuenta.
Jongeneel comenzó la travesía de noche porque así se lo recomendaron. A él no le hacía demasiada gracia nadar en la oscuridad, pero también era más positivo para recaudar fondos por medio de la web en la que se podía seguir su evolución y donde cientos de personas realizaron muchos donativos. «La gente que organiza aquí estas travesías son muy profesionales. Me insistieron que durante la noche bajan los vientos y eso favorece el nado, pero claro, sin viento, la corriente se imponía. El rimo tan lento hizo que también en el barco de apoyo lo pasasen bastante mal. Ángela Hidalgo, una bombero que me acompañaba, se mareó bastante, también los dos capitanes que iban controlando todo. Además llovió bastante durante la noche y eso complica todo el proceso de la preparación de los alimentos y demás. No veía el momento en el que se hiciese de día. Aquí, al estar tan cerca del ecuador, las noches son muy largas, de doce horas y ha sido terrible«, insiste.
Al fin se hizo de día y esto le hizo más llevadero el tramo final de la travesía, en la que estuvo acompañado en todo momento por un kayak. Esta pequeña embarcación estaba equipada con un dispositivo para ahuyentar a los tiburones, algo que también fue un problema. «Los que iban en el kayak, que tenían unos leds de luces para ser vistos durante la noche se iban relevando cada hora y media. Ellos eran los que me iban dirigiendo para que no me desviase del rumbo correcto. Me decían que me acercase a ellos, pero claro varias veces me rocé con el dispositivo antitiburones, unas bandas negras que iban colgando debajo del kayak y que daban corriente, así que me dieron varios 'latigazos' que me dejaron listo...«. Como se puede comprobar, Jongeneel ha vivido una auténtica odisea y eso que no ha sido ni de lejos el reto más grande que ha acometido.
Por suerte los tiburones no aparecieron. La expedición sólo vio algunos delfines que la acompañaron parte del camino, pero las medusas sí que se dejaron notar. «Me picaron muchas durante la noche. Me han dejado listo. Ya cuando amaneció podía esquivarlas y eso me ayudó. Son parecidas a las que tenemos en Málaga«, cuenta. Finalmente, el nadador malagueño superó el tramo de mayores corrientes y se aproximó a la costa de Oahu después de haber cubierto unos 40 de los 55 kilómetros de la travesía. »Cuando estábamos más cerca de la isla la corriente me ayudó a ir un poco más rápido. Fue un alivio. La isla me protegió y pude llegar. Allí me esperaban mi mujer y mi hijo en la orilla. La verdad es que cuando estás nadando piensas que lo tienes que dejar, que es la última vez. Al poco de empezar se me cogieron los gemelos y sólo llevaba un par de horas. Pero ya me ha pasado otras veces y sabía que se me quitaría. Al rato era el hombro y también se me pasó. Ya estoy acostumbrado...«, cuenta ya desde la casa en la que descansará unos días antes de volver a Málaga.
El martirio vivido mereció la pena. Durante la travesía, la Asociación Brazadas Solidarías que Jongeneel fundó hace años, recaudó casi 10.000 euros. Este dinero servirá para instalar plantas potabilizadoras de agua en colegios de Anantapur, un proyecto que cambiarán la vida a más de 1.500 niños y niñas que habitan en esta región, una de las más desérticas de la India. Será posible gracias al coraje de este malagueño.
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