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En la casa de la familia De Miguel Gómez sólo existe una norma: nadie puede estar quieto. Eso sí, todos la cumplen a rajatabla porque su forma de ser inquieta y curiosa impide cualquier gesto de pereza. En la actualidad deportiva malagueña es común que ... aparezca el apellido De Miguel, mayormente gracias a la hija mayor de la familia, Natalia, la laureada remera del Real Club Mediterráneo (RCM), medallista internacional y miembro de la selección española de remo, la mejor remera femenina que ha dado la provincia y que aún sigue buscando su sueño olímpico.
Ella es la punta de lanza de una familia especialmente unida (hasta tal punto de que el padre y las dos hijas se cambiaron su apellido de 'Miguel' a 'De Miguel' porque el entrenador de Natalia siempre la llamaba así), y sobre todo, una familia adicta al deporte. Su hermana menor, Celia, es una de las vigentes campeonas del mundo de remo de mar junto al RCM, entre otra infinidad de medallas andaluzas y nacionales que alberga en su palmarés. Eso sí, no escogió el exigente camino del deporte de alto rendimiento. Compite por afición y pasión, y realmente se encuentra opositando para policía y es graduada en Enfermería. Tenían ante ellas un buen ejemplo deportivo en casa: su padre, Francisco, es el único corredor que ha disputado todas y cada una de las 12 ediciones del Maratón de Málaga y ya ha participado en pruebas como los 101 de La Legión, así como en varios ironman.
Su pasión por el mundo del 'running' es tal que ha impulsado a su mujer y madre de la familia, Rosa Gómez, a involucrarse en el mundo de las carreras, por ahora hasta las medias maratones, aunque ella tampoco ha dejado jamás de lado el ámbito deportivo. «Siempre nos animamos entre todos en casa. Como uno afloje, no veas», bromea ella. Saben que sus hijas han superado todas las expectativas posibles y las animan a seguir sus carreras deportivas, aunque nunca desde la presión. «No podemos estar más orgullosas. Ellas siempre han visto que nosotros somos dos 'balillas', que no hay pereza en nuestra casa y siempre nos hemos estado moviendo. Siempre hemos procurado que probaran muchas cosas y dieran con el deporte que les gustara. Lo primero que queremos es que disfruten; cuando dejen de disfrutarlo, que lo dejen», reconoce.
De hecho, el deporte fue clave en esta familia desde el inicio, porque Francisco y Rosa se conocieron cuando ambos jugaban al balonmano con sus colegios. Con la llegada de Natalia y posteriormente de Celia, ella continuó sus hábitos, pero él se alejó de los deportes para dar un vuelco a su vida. Estaba cansado de ser pescadero y celador y, a los 33 años, retomó sus estudios para dar una vida mejor a sus hijas. Mientras ella trabajaba (y trabaja) en Asisa, él ejercía de celador y estudiaba a deshoras. Se sacó el bachillerato, el título de técnico de Radiodiagnóstico y continuó con la carrera de Logopedia (ahora tiene su propia consulta).
Fue cuando se vio más asentado en el mundo laboral cuando decidió retomar su pasión por el deporte. «Empecé a correr con unos amigos que me motivaron. Me estrené en una Media Maratón en Marbella y luego quisimos seguir y nos preparamos para el Maratón de Málaga, que además era la primera vez que se iba a hacer en 2010. Entonces éramos como 2.000 corredores. Tardé 4 horas y 32 minutos y desde entonces no he faltado a ninguna. Mientras sigan haciéndola, allí estaré», asegura. Desde entonces, ha rebajado su marca hasta las 3 horas y 32 minutos, guarda con cariño cada uno de sus dorsales e incluso, junto a su pareja, ha creado su propio club: el Running Ciudad Jardín.
Para apoyarle en su vuelta al deporte, la familia De Miguel Gómez siempre estuvo ahí, unida. En la primera edición del Maratón, las tres participaron como voluntarias y animaron al padre; cuando van de viaje familiar, aprovechan para correr juntos e incluso, la remera internacional cuenta: «Le hemos prometido que algún día correremos un maratón con él, aunque mira que entreno horas a día hoy y no me veo aún corriendo algo así».
Natalia y Celia son una caja de sorpresas; desde pequeñas, sus padres las incentivaron a probar infinidad de disciplinas. Probaron gimansia, tenis, pádel, balonmano... Incluso los conservatorios de danza y música. Natalia cursó ocho años de guitarra y Celia, cinco de trompeta. Celia destacó especialmente en gimnasia, acudiendo a numerosos campeonatos de España, donde llegó a ser cuarta en salto. «Ella es una versión mejorada de mí, pero yo soy más pesada», bromea Natalia, que siempre ha idolatrado a su hermana pequeña por su capacidad para compaginar tantos ámbitos. Celia, más centrada en su vida laboral, también la admira a ella, porque ha llegado donde ninguno ha podido, a pelear por unos Juegos Olímpicos. Ambas aseguran lo mismo: la clave de esta pasión es que nunca se les ha impuesto nada: «Siempre nos han animado en cada decisión, nunca nos han presionado. Nos han motivado con su ejemplo».
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