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Enrique Miranda
Lunes, 19 de septiembre 2016, 00:19
«Hola. Ya soy medio persona». Con este mensaje, el nadador Christian Jongeneel se ponía en contacto con este periódico sobre las 20.00 horas de ayer. Atrás quedaban algunas horas de descanso para tratar de recuperarse de una proeza sobrehumana, en la que puso al límite tanto su cuerpo como su mente. «El dolor en los hombros no me ha dejado dormir mucho, apenas unas cuatro horas», explicaba el deportista.
El malagueño se convirtió en el cuarto deportista de la historia (primer europeo) en completar dos vueltas a nado a la isla de Manhattan. Para ello empleó 20 horas y 16 minutos llegó al punto de salida sobre las 10.00 de la mañana, hora española y las últimas ocho horas estuvo nadando sin luz, hasta completar los 92 kilómetros. Jongeneel inició su recorrido desde un barco en la zona sur de Manhattan y bordeó la isla en el sentido contrario a las agujas del reloj, para encarar la zona norte por el río Harlem y bajar por el Hudson. Así dos vueltas, sin parar. Cada hora recibía avituallamiento (líquidos, barritas o fruta) desde algunos de los dos kayak que le acompañaron. El malagueño cuenta que durante ese trayecto le pasó de todo, desde encontrarse con puentes rotos que impedían el paso del barco, hasta corrientes que no le permitían avanzar, pasando por los habituales calambres propios de estas pruebas de ultrafondo.
El nadador sufrió para terminar la travesía, aunque lo peor no fue el cansancio físico. «La primera vuelta la hice muy bien;incluso tuve que nadar más despacio de lo que podía, porque teníamos que empezar la segunda vuelta a una hora concreta, para que las mareas nos ayudaran», explica. «Al ir a un ritmo muy despacio y al entrar viento, me enfrié un montón nada sin traje de neopreno. Me quedé congelado, estaba tiritando en el agua. Fue una sensación muy mala, porque sabía que todavía me quedaba toda la noche por delante», comenta. Además del frío, hubo una zona en la que lo pasó realmente mal. «En la zona de Harlem hay siete u ocho puentes y muchas corrientes. Yo nadaba y prácticamente no avanzaba, me tiré 15 minutos en el mismo sitio. Incluso tenía que agarrarme a los palos del puente para tratar de avanzar, porque no podía», comenta. Así fue durante los siete puentes, en los que empleó unas cuatro horas. «Después de tantas horas nadando, tenía que avanzar a sprint para tratar de salvar la corriente. Con el esfuerzo, me dio un tirón en una pierna, que la tuve que llevar casi arrastrando», asegura.
La hazaña de Jongeneel en Nueva York, que ya lleva a sus espaldas varias travesías solidarias de larga distancia, está teniendo una gran repercusión mediática, algo que beneficia a la causa solidaria y a los donativos. Ayer por la noche, la web
www.migranodearena.org
ya reflejaba más de 5.000 euros recaudados por el nadador y su fundación Brazadas Solidarias. En esta ocasión, todos los fondos recaudados van destinados al programa nutricional para mujeres con VIH/sida, que pretende contribuir a mejorar la situación de riesgo de las mujeres de las áreas rurales de la India. La India es el tercer país del mundo en número de personas contagiadas por el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH) y 750.000 de ellas son mujeres. El objetivo planteado inicialmente por Brazadas Solidarias era alcanzar los 7.000 euros a lo largo del mes.
Pese a todo, la moral de Jongeneel no se vio mermada: «Lo peor fue el frío y es cierto que nos ha pasado de todo, pero nunca se me pasó por la cabeza abandonar. Tenía mucha confianza en terminar la travesía, algo que antes no me pasaba. Casi que es más importante la fortaleza mental que el entrenamiento físico. Cada vez que te entran dudas, piensas en que lo haces por un objetivo claro, que es mejorar la vida de otras personas. Eso me ayuda mucho a seguir adelante», dice este deportista, ingeniero forestal que ahora trabaja para la Fundación Vicente Ferrer, que este año ha abierto una oficina en Washington para difundir su labor en Estados Unidos.
Llegada dificultosa
El final del reto también tuvo dificultad, ya que el malagueño perdió las referencias al ser noche cerrada y no tratarse de un punto fijo. «Fue raro, porque al ser dos vueltas yo no sabía ni dónde tenía que llegar. Me enteré de que había terminado cuando empezaron a gritarme ¡congratulations!», afirma. Subió al barco con sus compañeros y le vino una mezcla entre cansancio y alegría. Más tarde se encontró con su mujer y su hijo pequeño, que no pudieron acompañarle en el barco: «Ellos también son mi motivación. Quiero que mi hijo tenga un ejemplo, eso me motiva mucho». Jongeneel aún todavía tiene que asimilar el reto que ha logrado. Una auténtica heroicidad, aunque él recibe las felicitaciones con modestia. Seguramente, en breve estará pensando en su nuevo reto con Brazadas Solidarias.
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